En busca del sueño americano
Estados Unidos fue el destino preferido de los judíos alemanes y austriacos que huían del nazismo. Las expectativas de seguridad y prosperidad que ofrecía el país, y la amplia comunidad judía que ya existía, principalmente en Nueva York, propiciaron su popularidad entre los refugiados. Hasta 1924, cuando se aprobó una ley de inmigración que aumentaba las restricciones existentes, unos dos millones de judíos llegaron a Estados Unidos, la mayoría procedentes de Rusia. A partir de esa fecha, conseguir un visado para iniciar el “sueño americano” no fue fácil. A pesar de las presiones que ejercieron las organizaciones judías, el gobierno se negó a ampliar el cupo de inmigrantes establecido por la ley para permitir la entrada de más refugiados del nazismo. Una negativa que desmiente el gran poder que, según Hitler, tenían las élites hebreas en todo el mundo. Aun con esas limitaciones, Estados Unidos fue el país que más inmigrantes judíos admitió: unos doscientos mil hasta el final de la guerra.
Los inmigrantes debían tramitar su admisión en un consulado estadounidense.
Luego, tras ser aceptados, embarcarse con destino a Nueva York. Los solicitantes debían demostrar que eran solventes económicamente y fiables política y moralmente. Estos requisitos se endurecieron con el comienzo de la guerra, por el temor a que se infiltraran, entre los refugiados, espías, quintacolumnistas o activistas políticos comunistas o fascistas. La entrada de Estados Unidos en la contienda complicó aún más la tarea de viajar hasta Nueva York, ya que la amenaza de los submarinos alemanes redujo mucho la navegación transatlántica. Ade
más, el gobierno cerró todos los consulados en Alemania y los territorios ocupados, por lo que los emigrantes solo podían contactar con cónsules estadounidenses en países neutrales o en la Francia de Vichy.
La crisis como excusa
A medida que la victoria de los aliados se fue aproximando y las informaciones que llegaban sobre el exterminio de los judíos eran cada vez más contundentes y dramáticas, el gobierno de Franklin D. Roosevelt se mostró más dispuesto a ayudar a los refugiados. En enero de 1944, el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, persuadió al presidente para que estableciera la Junta para los Refugiados de Guerra (War Refugee Board), un organismo cuya finalidad era “rescatar a las víctimas de la opresión enemiga que están en peligro inminente de muerte”. Desde ese momento, el gobierno comenzó a coordinar sus esfuerzos con organizaciones hebreas, diplomáticos de países neutrales y grupos de resistencia europeos, para auxiliar a los judíos perseguidos y facilitar su traslado a Estados Unidos. En cuanto a Latinoamérica, la situación fue parecida. A partir de los años treinta, países tradicionalmente muy abiertos a la inmigración, como Argentina, México o Brasil, comenzaron a cerrar sus fronteras con la excusa de la crisis económica. Entre 1933 y 1945, los gobiernos latinoamericanos permitieron entrar, oficialmente, a 84.000 judíos, menos de la mitad de los que habían autorizado durante los quince años anteriores. Estas restricciones provocaron un aumento de la inmigración ilegal. En el caso de Argentina, el país que más refugiados admitió, de los 45.000 judíos que llegaron durante la persecución nazi, la mitad entraron de forma clandestina. La excepción fue Bolivia. Gracias a los esfuerzos del magnate judeoalemán Moritz Hochschild, dueño de un tercio de la producción mineral del país y con mucha influencia en el gobierno de Germán Busch, unos nueve mil judíos pudieron emigrar desde Europa hasta La Paz. ●