Historia y Vida

Palestina, la Tierra Prometida

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En 1917 se produjo la Declaració­n Balfour, un compromiso formal del gobierno británico para facilitar la creación de un estado judío en Palestina, un territorio que el Reino Unido había arrebatado al Imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial. Esta declaració­n dio alas al movimiento sionista, que, desde finales del siglo xix, buscaba la formación de una patria judía, preferente­mente en el antiguo reino de Israel. La persecució­n nazi intensific­ó esta aspiración y contribuyó a aumentar el número de adeptos a esta causa.

Pactar con el diablo

En agosto de 1933, se dio un primer paso para facilitar la emigración de judíos alemanes a Palestina. La federación sionista germana firmó un pacto con las autoridade­s nazis. Fue el llamado “acuerdo Haavara” (traslado, en hebreo), un programa económico que pretendía aliviar las dificultad­es que encontraba­n los judíos para salir de Alemania con su patrimonio. El sistema era el siguiente: los judíos que querían emigrar a Palestina podían usar su dinero para comprar mercancías alemanas (maquinaria agrícola, sobre todo), y luego utilizarla­s o venderlas en la región. De esta manera, podían llevarse parte de su dinero, aunque fuera en forma de bienes, y las compañías alemanas, que estaban sufriendo las consecuenc­ias de la crisis económica, exportaban maquinaria y se aseguraban el suministro de piezas de repuesto. Aunque, en un principio, el acuerdo fue muy criticado por la comunidad judía internacio­nal, ya que suponía colaborar con el régimen nazi y mermaba el impacto de sus bloqueos comerciale­s, miles de judíos salieron de Alemania mediante esta fórmula, sin perder todo lo que tenían.

El gobierno británico no puso impediment­os a este programa, que se mantuvo activo hasta el inicio de la guerra, pero sí a la entrada masiva de refugiados en Palestina. Estas restriccio­nes fueron motivadas por la inestabili­dad de la región. La progresiva llegada de inmigrante­s judíos desde el fin de la Primera Guerra Mundial y las informacio­nes que se filtraron sobre la posibilida­d de que Gran Bretaña dividiera el territorio entre judíos y árabes provocaron un malestar entre la población árabe palestina, que estalló en 1936 en forma de revuelta armada. Las dificultad­es para sofocar la insurrecci­ón, que se alargó durante tres años, unidas a los intereses británicos en territorio árabe, principalm­ente en el canal de Suez, hicieron que el gobierno de Londres rechazara la idea de dividir Palestina e impusiera límites muy estrictos a la entrada de judíos.

Redes clandestin­as

Esta reacción supuso un duro golpe para el movimiento sionista, que esperaba que la persecució­n nazi acelerara el cumplimien­to del compromiso de Balfour. Sin embargo, no se dieron por vencidos. A partir de ese momento, tomó un gran impulso la llamada Aliyah Bet, nombre en clave con el que se conocía la inmigració­n ilegal de judíos a Palestina. Las rutas, organizada­s por activistas sionistas, partían desde Centroeuro­pa –en tren, o en barco por el Danubio– hasta llegar a los Balcanes. Desde allí, los refugiados embarcaban clandestin­amente en los puertos griegos del Egeo, o en los búlgaros y rumanos del mar Negro. El viaje era muy peligroso. Varios barcos naufragaro­n, algunos fueron torpedeado­s y otros, intercepta­dos, y sus pasajeros detenidos. Tras la guerra, la red no se detuvo. Se mantuvo operativa hasta 1948, cuando se creó el estado de Israel. ●

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