El ejército desde dentro
Del hijo Claudius Terentianus al padre Claudius Tiberianus
Claudius Terentianus no era un personaje destinado a pasar a la historia. Nacido en Egipto, se alistó en el ejército romano sobre el año 110 a. C., y desde sus diferentes destinos mantuvo una frecuente correspondencia, para la época, con su padre, Claudius Tiberianus, antiguo soldado él mismo, asentado en Karanis.
Esas cartas, escritas en papiros, son las que han procurado al humilde guerrero la inmortalidad. Son célebres sus lamentaciones sobre la vida militar (abajo, unos relieves marciales en la columna de Trajano), que intercala con cuestiones más domésticas, como la ropa que necesita o los regalos que ha remitido él a su familia: “Te he enviado por Martialis una bolsa bien cosida, en la que van dos mantas, dos capas, dos toallas y dos coberturas de lino”.
Sus descripciones contienen información muy valiosa sobre la vida en el ejército y sus personajes, soldados de a pie ignorados por los libros. En una de las misivas cuenta cómo un compañero le ha robado la capa que su padre le había enviado, y le conmina a que en futuras remesas “ponga una dirección en todo y una descripción física escrita para mí a fin de evitar cambios durante el transporte”.
ello le pregunto si estaría dispuesto a apoyarlo. Le pido recomendarlo a Annius Aquester, el centurión a cargo de la región de Luguvalium, lo que me pondrá en deuda con usted, tanto en su nombre como en el mío”. Otras veces es Cerialis quien pide un favorcillo a un tal Crispinus para progresar: “Saluda a Marcelo, el hombre más distinguido, mi gobernador. Ofrece una oportunidad para los talentos de tus amigos [...] de la forma que desees, cumple lo que espero de ti”. Ahora se entiende por qué operaciones como la Púnica han recibido un nombre romano... Pero la mayoría de las cartas constituyen un ir y venir de noticias entre los soldados y sus familias, un intercambio del que dependía la solidez de las relaciones, teniendo en cuenta que la estancia en el ejército se prolongaba veinte o veinticinco años. Volvamos a Egipto; en Karanis, a unos setenta y cinco kilómetros de El Cairo, se localizó una misiva muy representativa de una correspondencia entre un matrimonio. Una mujer, Apollonous, se dirige a su esposo, Julius Terentius, a quien desea, ante todo, buena salud. A continuación, las noticias: que tanto ella como los niños están bien, que estos asisten a clase con una maestra y que la renta y semilla están disponibles; sin duda, noticias tranquilizadoras para el lejano marido. Y concluye: “Con respecto a tus campos, he perdonado a tu hermano dos atabas de renta, de modo que he recibido de él ocho atabas de trigo y seis atabas de semillas de hortalizas. No te preocupes por nosotros, y cuídate tú. Me dijo Termouthas que te has comprado un par de cinturones; me alegro mucho. Y con respecto a los olivares, ¡qué buenos frutos están dando hasta ahora!”.
Los problemas crecen
Claro que no todo son mieles, y ni las distancias pueden detener las disputas conyugales, cosa que sigue sucediendo. En otra misiva, datada entre 41 y 67 d. C., una mujer le reprocha a su esposo que uno de sus hijos se haya alistado: “No le diste buen consejo al decirle que se uniera al ejército. Porque cuando yo le insté para que no se alistara, me dijo que su padre se lo había dicho”. El otro hijo del matrimonio, Epafrodito, seguía en casa, sin duda, para evitar las bromas sobre su nombre. La esposa concluye reclamándole al marido lentejas y aceite de rábano. Las informaciones sobre la economía doméstica, los campos, el aprovisionamiento, que recaía en las mujeres, ante la ausencia de los hombres, se intercalaban con otras novedades más banales, como la compra de ropa, y las noticias de los hijos y la familia en general. Pero también las esposas se escribían entre ellas, y a falta de una buena charla ante una taza de té, tenían las tablillas.
En una de ellas, fragmentada y de la que se desconoce dónde fue encontrada, se lee: “Espero que os encontréis tu esposo y tú con buen ánimo. Andrias y Nikias te saludan, también la pequeña Lampadis. Si hubiera dado a luz a un varón le habría dado el nombre de mi hermano, pero como es una chica le he puesto tu nombre”. No muy diferente de lo que escribíamos antes de la llegada del Whatsapp.
A falta de una buena charla ante una taza de té, las esposas tenían las tablillas
Tampoco han cambiado tanto las celebraciones; una de las misivas más conocidas de Vindolanda es una invitación a una fiesta de cumpleaños. Alrededor del año 100 d. C., Claudia Severa, esposa de un comandante, escribió a su hermana, Sulpicia Lepidina, esposa a su vez del ya citado Flavius Cerialis, para que acudiera a los festejos por su aniversario, en uno de los primeros ejemplos conocidos de escritura en latín de una mujer: “Oh, cuánto te quiero en mi fiesta de cumpleaños. Harás que el día sea mucho más divertido. Espero que puedas hacerlo. Adiós, hermana, alma queridísima”.
Y mientras las damas se divertían con sus cosas, los soldados hacían lo propio con las suyas, es decir, con la cerveza. Una carta del decurión Masclus a Flavius Cerialis, que de haber vivido ahora hubiese tenido a rebosar la bandeja de entrada de emails, comienza pidiendo instrucciones para las actividades del día siguiente, para acabar con lo que realmente interesaba: “Mis compañeros soldados se han quedado sin cerveza, ordena que nos envíen más”. Y no había fútbol.
Hay una carta en particular que a esta escribidora le recuerda a las que, en su infancia, intercambiaban sus padres con los abuelos en el pueblo, y que terminaban con una retahíla interminable de saludos que incluían a (casi) todos los habitantes de la aldea. Así concluía Claudius Terentianus, el de las botas bajas y calcetines, una de sus notas a su padre, el pagano, de pagador, en este caso: “Saluda a Aphrodisia y a Isityche. Saluda a Arrius el centurión junto con su familia, a Saturninus el secretario y a su familia, a Capito el centurión y a su familia, Cassius el ayudante junto con su familia, Tyrannius el ayudante junto con su familia, Sallustius, junto con su familia, Terentius el piloto, Frontius junto con su familia, Sempronius Italicus, Publius, Severinus, su colega Marcelo y Lucius”. ●