SOMBRAS SOBRE ISLA NEGRA
Tras diez años de investigación, en los próximos meses la justicia chilena podrá dictaminar si Pablo Neruda fue asesinado por agentes de Pinochet.
Después de una investigación judicial exhaustiva que acaba de cumplir diez años, dirigida hasta el pasado mes de diciembre por el magistrado Mario Carroza, en breve un amplio panel internacional de científicos se reunirá para establecer sus conclusiones acerca de las causas de la muerte del poeta Pablo Neruda la noche del 23 de septiembre de 1973. La incógnita planteada con la denuncia de su supuesto asesinato, formulada en 2011 por Manuel Araya, su último chófer y la única persona, junto con Matilde Urrutia –su esposa–, que le acompañó en todo momento durante los últimos días de su existencia, por fin podría esclarecerse. Los abogados Eduardo Contreras, quien en representación del Partido Comunista de Chile interpuso el 31 de mayo de 2011 la querella criminal que dio origen a la investigación judicial, y Rodolfo Reyes, sobrino del poeta, consideran probado lo esencial del testimonio de Araya y están convencidos de que, efectivamente, agentes de la dictadura del general Pinochet acabaron con la vida del premio
nobel de Literatura de 1971. De hecho, ya en mayo de 2015, un documento del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior entregado a Carroza planteó: “Resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros en la muerte de D. Pablo Neruda”. En cambio, la Fundación Pablo Neruda, promovida por Matilde Urrutia en los años ochenta, propietaria de sus bienes y, junto con la familia del poeta, copropietaria de sus derechos de autor, solicitó en enero de 2020, a través de un escrito de 47 páginas, el cierre del sumario y el sobreseimiento definitivo de la causa judicial. Esta entidad considera que hasta el momento “no hay pruebas que permitan sostener que la muerte tuvo otra causa que el cáncer que le aquejaba”, mal que fue agravado, remarca, por el grave impacto emocional del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Un golpe mortal
Aquel día, Pablo Neruda se encontraba en su casa de Isla Negra, frente al Pacífico, donde se había refugiado desde su regreso en noviembre de 1972 y su posterior renuncia como embajador en Francia del gobierno del presidente Salvador Allende. Allí concluyó el último libro suyo que vio publicado, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, editado por la editorial Quimantú con una tirada de sesenta mil ejemplares, y el 12 de julio, el día de su cumpleaños, había entregado a su editor, Gonzalo Losada, los manuscritos de los siete poemarios que este publicaría ya tras su fallecimiento. Y en su bellísima casa frente al océano, cuyas olas embisten sin descanso contra las rocas desperdigadas por la playa, trabajaba intensamente en la redacción de sus memorias junto con su secretario, Homero Arce, entrañable amigo desde aquellos años veinte de la bohemia santiaguina y las penurias de joven poeta y estudiante provinciano en el Instituto Pedagógico.
Las noticias del golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet irrumpieron en el despertar de la primavera en Isla Negra. El poeta que jamás olvidó la tragedia de su amigo Federico García Lorca, el autor de España en el corazón que, en el Madrid de 1936, fue testigo desde la Casa de las Flores de los bombardeos fascistas sobre la ciudad, se derrumbó anímicamente. Sabía qué le aguardaba a su pueblo. A primeras horas de la tarde, al sintonizar una emisora argentina, conoció la muerte de Salvador Allende, a quien desde 1952 había acompañado en cada una de sus cuatro campañas presidenciales. “Esa noticia lo aniquiló”, declaró Matilde Urrutia dos meses después al diario bonaerense La Opinión.
El poeta se derrumbó anímicamente. Sabía qué le aguardaba a su pueblo
El 14 de septiembre, decenas de militares registraron aquella casa, aunque se comportaron con respeto, a diferencia de lo sucedido con sus residencias en Valparaíso y Santiago, que fueron saqueadas y destruidas. El mundo seguía con espanto los sucesos de Chile, y la Junta Militar encabezada por Pinochet intentaba corregir su ya pésima imagen. “No, Neruda no ha muerto”, declaró el dictador el día 16 a Radio Luxemburgo. “Está vivo y puede desplazarse libremente adonde quiere, igual que toda persona que, como él, tiene muchos años y está enferma. Nosotros no matamos a nadie y, si Neruda muere, será de muerte natural”.
El 19 de septiembre, siguiendo la indicación del doctor Roberto Vargas Zalazar, el urólogo que le atendía de su cáncer de próstata desde 1969, fue llevado en ambulancia a la clínica Santa María, en Santiago, e ingresado en una habitación ordinaria, no en la unidad de cuidados intensivos. De inmediato, recibió la visita del embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá, quien le transmitió la invi