“No lo mató el cáncer”
Un sumario repleto de afirmaciones contradictorias
Matilde Urrutia (en la imagen) siempre atribuyó la muerte de su marido al impacto demoledor del golpe de Estado. “A Pablo no lo mató el cáncer”, indicó a un periodista de la agencia EFE a principios de 1974. Incluso el 5 de mayo de aquel año explicó a La Opinión que, en agosto de 1973, el doctor Vargas Zalazar (el urólogo más prestigioso del Chile de entonces) le había asegurado: “Pablo vivirá como mínimo seis años y hasta es posible que muera de cualquier otra cosa, pero no del cáncer que tiene, pues está perfectamente controlado”. Fue Vargas Zalazar quien anotó en el certificado de defunción, que rellenó la mañana del 24 de septiembre de 1973 en su domicilio, sin haber examinado el cuerpo inerte, una causa de muerte, “caquexia cancerosa”, que fue invalidada por los científicos en 2017.
Un ejemplo de los testimonios contradictorios que pueblan las miles de páginas del sumario judicial es la entrevista que en septiembre del año 2005 Rosa Núñez (la enfermera que atendía cotidianamente a Neruda en Isla Negra en 1973) concedió al periodista chileno Javier García, a quien narró que a principios de 1975 recibió la visita de Matilde Urrutia: “Me dijo que sospechaba que a su marido lo habían matado en la clínica, posiblemente con alguna inyección”. Sin embargo, en sus declaraciones en la causa (el 26 de octubre y el 16 de noviembre de 2011) ni se refirió a estas manifestaciones suyas ni le preguntaron por ellas.
tación a acogerle del gobierno de su país, donde, entre 1940 y 1943, estuvo destinado como cónsul general de Chile y en 1950 viera la luz la edición príncipe de una de sus cimas poéticas: Canto general. Como ya había hecho días atrás con la viuda del presidente Allende y dos de sus hijas, fue este diplomático quien se ocupó de obtener los salvoconductos de salida ante la Junta Militar, cuyos jerarcas, por tanto, conocían su inminente viaje.
El 21 de septiembre, Martínez Corbalá recibió el equipaje de Neruda y el manuscrito original de sus memorias, pero al día siguiente, cuando regresó a la clínica para recogerles a él y a su esposa y dirigirse al aeropuerto, el poeta le pidió retrasar la partida hasta el lunes 24. En una declaración jurada incorporada al sumario de la causa, señaló: “Durante el largo rato que permanecimos juntos el 22 de septiembre no advertí en él ningún signo que evidenciara que estaba en estado agónico, que no pudiera hablar ni valerse por sí mismo. Al contrario, hablaba y actuaba normalmente”. En cambio, Aída Figueroa (amiga de Neruda junto con su esposo, el abogado Sergio Insunza, desde 1948) declaró ante el magistrado Carroza: “Para mí estaba claro que iba a fallecer, por lo que me despedí besándole la mano, al igual que lo hizo él, pero no tenía conciencia de que se estaba muriendo...”.
El destino de su pueblo
Horas después, hacia las cuatro y media de la tarde, llegó el embajador sueco, Harald Edelstam (un hombre con una biografía luminosa), acompañado del diplomático Ulf Hjertonsson. Aquella noche, Edelstam envió un telegrama a Estocolmo, al Ministerio de Asuntos Exteriores, en el que comunicó que el poeta se encontraba “muy enfermo” y que, pese a ello, deseaba viajar a México dos días después. El 8 de octubre remitió un oficio de tres páginas con más información: “A pesar de su grave enfermedad, Neruda habló sobre los acontecimientos en Chile y el destino de muchos de sus amigos. Aunque el golpe militar no parecía haberle sorprendido, estaba indignado por la brutalidad de los militares. ‘¿Era realmente necesaria?’, se interrogó”. Y la respuesta a su propia pregunta fue, según anotó Edelstam: “Son peores que los nazis, asesinan a sus propios compatriotas”. El embajador añadió que en México tenía previsto realizar una declaración pública contra la dictadura militar.
En el exterior, sin duda alguna, el autor de Residencia en la tierra y Veinte poemas de amor y una canción desesperada se hubiera convertido en la voz más potente de denuncia frente al régimen de Pinochet. Cerca de la medianoche del 22 de sep
Según Edelstam, Neruda preveía hacer una declaración contra la dictadura
tiembre, la fiebre volvió a atenazarle y la desesperación se dibujó en sus gestos. Pesaban en su corazón las noticias de la represión, el cruel asesinato de su compañero Víctor Jara, que había conocido aquella misma tarde. “Tenía los ojos espantados, como si su imaginación estuviera viendo los muertos tirados en las calles, otros pasando por el río Mapocho, no uno, sino muchos, como yo los había visto. Exaltado, sigue hablando en forma afiebrada, me dice de nuevo que no se irá, que él debe estar aquí con los que sufren, que él no puede huir, que tiene que ver lo que pasa en su país”, evocó Matilde Urrutia en su libro testimonial. De repente, el poeta se desgarró el pijama gritando: “¡Los están fusilando! ¡Los están fusilando!”. Su esposa pidió a una enfermera que le inyectara un calmante, que surtió efecto, y logró conciliar el sueño hasta que su vida se apagó al día siguiente, a las diez y media de la noche.
La denuncia de Manuel Araya
Casi treinta y siete años después, el 8 de mayo de 2011, la revista mexicana Proceso publicó un reportaje de su corresponsal en Chile, Francisco Marín, titulado “Pablo Neruda fue asesinado” y fundado, esencialmente, en una denuncia que Araya ya había relatado en 2004 a un diario local (en los días de la conmemoración del centenario del poeta), pero que entonces pasó desapercibida. En 2011, sus afirmaciones motivaron la querella del Partido Comunista, al que perteneció Neruda desde el 9 de julio de 1945 y del que fue senador por las provincias de Antofagasta y Tarapacá (1945-1950), miembro de su Comité Central y candidato presidencial en 1969, hasta que renunció en favor de Allende. En noviembre de 2011, en la hermosa playa chilena de Cartagena, Manuel Araya nos relató su versión de lo sucedido aquel domingo 23 de septiembre de 1973, cuando el centro de la capital chilena amaneció sometido a un violento operativo militar que allanó casa a casa un perímetro de cuarenta hectáreas. Araya sostiene que, después de haber trabajado todo el día anterior con Homero Arce y de encontrarse razonablemente bien (“Neruda no estaba para morirse”, ha proclamado, una y otra vez, durante estos años), alrededor de las ocho y media de la mañana le pidió que llevara a Matilde Urrutia a la casa de Isla Negra, a fin de recoger las últimas cosas antes del viaje a México. A su lado solo permanecía su hermana, Laura Reyes, quien, por sus dificultades en la vista, no se habría dado cuenta de lo sucedido...
Cerca de las cuatro de la tarde, desde la hostería Santa Elena, avisaron a Matilde Urrutia de que su esposo la había llamado por teléfono. Ella acudió de inmediato, se comunicó con él y después indicó a Araya que debían regresar a Santiago, ya que le había explicado, alarmado, que un médico le había puesto una inyección en el estómago. Al llegar a la clínica, Araya sostiene que padecía una fiebre muy alta. “Le levantamos la ropa y tenía una manchita muy pequeñita, así como una pepita. Fui a mojar la toalla al baño y a lavarme la cara, porque andaba muy cansado, muy trasnochado. Cuando estaba allí, llegó un médico al que hasta aquel momento no había visto y me envió a comprar una medicina en una farmacia en la calle Vivaceta. Salí muy confiadamente a adquirir ese remedio y entonces
me detuvieron y me condujeron a una comisaría de Carabineros, donde me golpearon, y después al Estadio Nacional”. Estuvo preso durante cinco semanas y en aquel inmenso campo de concentración conoció la muerte del poeta. Sostiene que la Junta Militar ordenó el asesinato, ejecutado a través de aquella inyección, a fin de impedir que viajara a México. El Partido Comunista, al que Araya pertenece, comparte esta sospecha. “El prestigio internacional de Neruda, su calidad humana y sus condiciones políticas le habrían transformado en la gran figura del exilio y la resistencia”, asegura la querella criminal que sus abogados presentaron el 31 de mayo de 2011. “Puede comprenderse fácilmente que Pablo Neruda era un objetivo para la dictadura, un escollo serio que había que eliminar”.
Etapa definitiva
Después de una década de investigación judicial, el sumario ya supera las cuatro mil páginas, divididas en diez tomos, además de una parte declarada secreta por el magistrado. Mario Carroza, quien además instruyó de manera paralela otras muchas causas por violaciones de los derechos humanos entre 1973 y 1990 (entre otras, la muerte del presidente Allende, en la que dictaminó su suicidio), tomó declaración a decenas de personas, como el personal que trabajaba en la clínica Santa María en septiembre de 1973, otros médicos que le atendieron durante aquel año o las personas que le vieron en los últimos días de su vida. Tuvo que sortear obstáculos como la pérdida de la ficha médica del poeta; la nula colaboración de los responsables de la clínica Santa María, por lo que tuvo que ordenar el allanamiento y registro de sus dependencias; o las enormes dificultades y los retrasos para lograr la financiación por parte del Estado chileno para sufragar el traslado internacional de las muestras de sus restos y las complejas pericias científicas en el exterior. Durante los primeros años, una parte de sus esfuerzos se centró en localizar a un médico de apellido Price, quien, según había declarado el doctor Sergio Draper, le sustituyó en el turno de guardia poco antes de las ocho de la tarde del domingo 23 de septiembre de 1973 y habría mostrado el cuerpo inerte del poeta a su viuda, para que comprobara que no tenía ninguna lesión atribuible a terceros. El laboratorio de criminalística de la Policía de Investigaciones elaboró un retrato robot a partir de las indicaciones de Draper (28 años, ojos azules, un metro ochenta centímetros, cabello corto rubio), pero ya está completamente probado que el “doctor Price” no existió.
Araya sostiene que la Junta Militar ordenó el asesinato para impedir viajar al poeta
El 8 de abril de 2013, se realizó la exhumación de sus restos, sepultados desde diciembre de 1992 en Isla Negra, en un promontorio que mira hacia el océano. A partir de las osamentas retiradas, científicos de Chile, España y Estados Unidos elaboraron nueve informes diferentes, y se celebró una reunión del grupo de expertos en toxicología a fines de aquel año. En octubre de 2017, en el último encuentro del panel internacional en Santiago de Chile, los especialistas en genómica y proteómica contrastaron sus conclusiones y determinaron que Neruda no falleció a consecuencia de un estado de caquexia derivado del cáncer de próstata, como indica el certificado de defunción. Asimismo, revelaron el hallazgo en algunas de sus muestras dentales y óseas de ADN con Clostridium botulinum, cuya toxina es la responsable del botulismo. Como este bacilo se halla, por lo general, en la tierra y su presencia en los restos del poeta podría obedecer a una simple contaminación externa, a un envenenamiento por ingesta de alimentos o a una cepa manipulada en laboratorio y recibida vía sistémica, recomendaron que se analizaran muestras adicionales de los sedimentos de la parte superior de la tumba.
La palabra de la ciencia
En estos momentos, sendos laboratorios de las universidades de Copenhague (Dinamarca) y Mcmaster (Canadá), a partir de diversos estudios genómicos, proteómicos y microbiológicos de una parte de los restos del poeta, tienen pendiente aclarar este punto, ya que en el último año han tenido que interrumpir esta labor para apoyar la identificación de casos de Covid-19 a través de PCR. Los datos genéticos que ambos laboratorios produzcan serán examinados por el doctor Charles H. Brenner, de la Universidad de Berkeley, gran especialista en matemática forense. Los tres informes se contrastarán en la última reunión del panel internacional de expertos, posiblemente por vía telemática, y estos trasladarán sus conclusiones definitivas a la magistrada Paola Plaza, designada para reemplazar a Mario Carroza en la instrucción del expediente conocido como caso Neruda, tras la designación de este como miembro de la Corte Suprema, la máxima instancia judicial de Chile.
Tras más de una década de acuciosa investigación judicial y de complejas pruebas científicas con tecnología de última generación, las sombras que desde 2011 planean sobre las horas finales de uno de los mayores genios de la poesía podrían despejarse definitivamente. ●