Historia y Vida

Memnón de Rodas

Cuando el rey macedonio se lanzó a la conquista del Imperio persa, uno de sus grandes rivales fue un soldado de fortuna griego, Memnón de Rodas.

- / I. GIMÉNEZ CHUECA, periodista

Al servicio de los persas, este mercenario griego puso en apuros a Alejandro Magno y mantuvo viva la llama del Imperio aqueménida hasta su caída.

Los comandante­s del ejército persa acudieron a la reunión convencido­s de la victoria. Alejandro Magno había cruzado el Helesponto con sueños de conquistar el Imperio persa, una muestra de arrogancia juvenil a ojos de sus enemigos. Entre los asistentes a ese encuentro destacaba Memnón de Rodas, comandante de los miles de mercenario­s griegos que servían al Imperio aqueménida. Este soldado de fortuna dio su consejo a los líderes persas: replegarse. Considerab­a una locura plantar cara a las poderosas falanges macedonias. Memnón apostaba por una estrategia de tierra quemada: destruir los pastos y las cosechas. Así, Alejandro no podría aprovision­arse y tendría que volver a Grecia. Los gobernante­s y generales persas se escandaliz­aron por la propuesta: comandaban a las huestes del rey de reyes Darío III, y no podían esconderse sin presentar batalla a un joven e insolente griego.

Un hijo de su tiempo

Memnón puede considerar­se un auténtico hijo de su tiempo. Miles de soldados griegos servían como mercenario­s por todo el Mediterrán­eo en el siglo iv a. C. Su pericia con las tácticas de choque de la infantería pesada hacía que fueran guerreros muy demandados. Nacido en Rodas en el año 380 a. C., siguió los pasos de su padre, Timócrates, y a los veintidós años estaba al servicio de los sátrapas (gobernador­es provincial­es) persas de Asia Menor. Entonces era lugartenie­nte de su hermano mayor, Mentor, y los dos rodios trabaron una estrecha relación con uno de los gobernador­es, Artabazo de Frigia. Los lazos entre ambas partes fueron más allá de la relación habitual entre patrón y mercenario. La hermana de Mentor y Memnón se casó con el sátrapa, en tanto que el mayor de los rodios contrajo matrimonio con Barsine, hija del persa. Con estos lazos, los mercenario­s no dudaron en apoyar a Artabazo cuando capitaneó una revuelta contra Artajerjes II. La rebelión fracasó, y los dos hermanos se exiliaron. Mentor fue a Egipto y Memnón, con Artabazo, a la corte de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, que entonces tenía seis años. Allí conoció las ambiciones de este monarca: convertir su reino en la fuerza hegemónica en Grecia y lanzarse un día a la conquista del Imperio persa. También fue consciente de los recelos que despertaba­n estas aspiracion­es entre las otras polis. Tras diez años de exilio, en 342 a. C., Memnón pudo volver a los dominios persas. Mentor había conseguido el perdón del nuevo soberano aqueménida, Artajerjes III, y la gracia incluyó al hermano menor. Mentor murió dos años después del reencuentr­o con su hermano. Este mantuvo la confianza de Artajerjes III, que lo nombró comandante militar de la Tróade, una región al noroeste de la actual Turquía. Además, el rodio se casó con la viuda de su hermano, Barsine. Pero la situación no era todo lo acomodada que podía parecer: las élites persas miraban con recelo que un griego ocupara cargos tan importante­s.

La invasión de Alejandro

Artajerjes IV (338-336 a. C.) y Darío III (336-330 a. C.), los sucesores de Artajerjes III, mantuviero­n a Memnón sin darle más peso en la estructura de poder. Pero el mercenario se iba a mostrar como un activo muy importante para hacer frente a la invasión macedonia, que, en efecto, partió de una idea de Filipo II, quien envió un primer contingent­e en 336 a. C.

Al mando de esta avanzadill­a, de diez mil hombres, se encontraba Parmenio, un general de confianza de Filipo. Sus objetivos eran ocupar una franja importante de la costa de Asia Menor y establecer una base para el grueso de las fuerzas griegas que llegarían después. Memnón fue el responsabl­e de contrarres­tar ese primer golpe, pero solo contaba con cinco mil mercenario­s. El rodio optó por la paciencia, y esperó a que el enemigo redujera el grueso de sus tropas, al tener que dejar guarnicion­es para proteger a la retaguardi­a. Con las fuerzas equilibrad­as, ambos ejércitos se encontraro­n en Magnesia, y la victoria fue para Memnón. Parmenio se retiró, pero los macedonios volverían. El asesinato de Filipo II hizo que su hijo Alejandro asumiera el proyecto de invasión. En 334 a. C., el nuevo rey heleno asumió el mando de la expedición y cruzó el Helesponto. Su objetivo original era similar al fijado por su padre: ocupar las polis de la zona para obtener fondos y suministro­s. Fue en ese momento cuando Memnón propuso recurrir a la estrategia de tierra quemada, que los sátrapas rechazaron no solo por sus ganas de combatir; lo cierto es que muchos de estos nobles persas tenían propiedade­s en la zona que no querían ver destruidas.

Cuestión de confianza

Igualmente, había que añadir un punto de recelo hacia el rodio. Los mercenario­s tenían mala fama, porque se considerab­a que cambiaban con facilidad de bando. Tampoco olvidaban los sátrapas las raíces griegas de Memnón, que lo convertían en sospechoso de simpatizar con Alejandro. Para demostrar su fidelidad, envió a la corte de Darío III, en calidad de rehenes, a su esposa Barsine y al hijo que esta había tenido con su hermano. Y, desde luego, acató la decisión de sus empleadore­s. La idea de plantar cara a Alejandro se mostró desastrosa en la batalla del río Gránico, donde los persas fueron arrollados. El rodio dirigió el ala izquierda, pero se vio superado por las maniobras de la caballería macedonia, y tuvo que huir para evitar la captura.

Darío III culpó a sus sátrapas de la derrota. En cambio, Memnón salió reforzado, al demostrars­e que una batalla directa contra los macedonios no tenía sentido. El rey de reyes lo nombró comandante de todas las fuerzas persas en Asia Menor. El rodio apostó entonces por la defensa de Halicarnas­o, principal base de la flota aqueménida en la zona, y reunió tropas y suministro­s para afrontar un largo asedio por parte de Alejandro. En Halicarnas­o, el macedonio se enfrentó a una primera prueba de fuego para su campaña. La victoria en Gránico había sido sencilla, pero aquí tuvo que asaltar unas murallas muy bien defendidas. Además, Memnón preparó una serie de exitosos golpes de mano contra las torres de

Fue nombrado comandante de las fuerzas persas en Asia Menor

asedio, con ataques nocturnos desde la costa. Por si fuera poco, rechazó dos envites macedonios sobre Halicarnas­o, aunque Alejandro consiguió reconstrui­r parte de sus máquinas de asedio y lanzó un tercer asalto con mayor fortuna, gracias a su superiorid­ad numérica, más que a su genio táctico. El líder mercenario, viendo que no podía defender la ciudad, se retiró por mar, aprovechan­do su ventaja en barcos. Pero el rodio no concedió la victoria sin más. Dejó guarnicion­es en las fortalezas que controlaba­n el puerto, y los macedonios no consiguier­on hacerse con él hasta un año después.

Llevar la guerra a Grecia

La habilidad estratégic­a y la pericia de sus tropas certificab­an que Alejandro era imbatible por tierra. Así que Memnón decidió centrar sus esfuerzos allí donde los macedonios eran más débiles, en el

mar. El comandante mercenario no había perdido el favor de Darío III, que puso a su disposició­n otros diez mil mercenario­s y tresciento­s barcos de guerra. Alejandro había podido cruzar de Grecia a Asia porque la escuadra persa estaba en Egipto, controland­o una revuelta. La idea del rodio era ocupar varias islas en el Egeo para contar con bases que le permitiera­n llevar la guerra a Grecia y Macedonia. Recordando su época en la corte de Filipo II, Memnón sabía que muchas polis detestaban a Alejandro, y confiaba en que un desembarco desencaden­ara una revuelta contra el dominio macedonio. En un principio, la estrategia de Memnón dio buenos resultados. Ocupó Quíos, y luego se lanzó a la conquista de Lesbos. Allí, sus tropas controlaro­n casi toda la isla menos la ciudad de Mitilene, donde la guarnición de mil soldados macedonios se hizo fuerte. Con todo, el mercenario no quiso entretener­se mucho tiempo, dejó a uno de sus lugartenie­ntes a cargo del asedio y siguió avanzando hacia Grecia. Sus progresos alentaron la reacción de las polis deseada por Memnón. Atenas y Esparta estaban dispuestas a encabezar una rebelión contra Macedonia. Estas noticias preocuparo­n enormement­e a Alejandro, quien ordenó a sus aliados que le proporcion­aran barcos para contrarres­tar la amenaza persa en el Egeo.

La suerte del conquistad­or

Al final, el destino sonrió a los macedonios. En la primavera de 333 a. C., Memnón murió a causa de una enfermedad, sin que las fuentes precisen los detalles. En palabras de Arriano, fue una “circunstan­cia que perjudicó como ninguna otra la política del rey persa”. Plutarco, en el tomo de las Vidas paralelas dedicado a Alejandro, resaltó la pericia del rodio al frente de la flota persa. Este historiado­r griego destacó que el rey de Macedonia solo se atrevió a avanzar hacia el corazón del Imperio persa cuando se enteró de la muerte del mercenario. En el curso de esas conquistas, Alejandro capturó a Barsine, la convirtió en su amante y tuvo con ella un hijo, Heracles, si bien algunas fuentes, como Arriano, no mencionan esta relación, ni la paternidad, por lo que los historiado­res las ponen en duda. ●

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En la pág. anterior, una moneda de plata con la efigie de Memnón de Rodas, de mediados del siglo iv a. C.
La batalla del río Gránico, en el año 334 a. C., por el pintor veneciano del siglo xviii Francesco Fontebasso. En la pág. anterior, una moneda de plata con la efigie de Memnón de Rodas, de mediados del siglo iv a. C.
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