Historia y Vida

Un mal menor

El divorcio se encuentra tan normalizad­o en nuestra sociedad que se hace difícil imaginar la polémica que suscitó su aprobación hace ahora cuarenta años.

- F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia

¿Cómo reaccionó la Iglesia española ante la Ley del Divorcio de 1981?

En España, los matrimonio­s españoles tuvieron que esperar a 1932 para poner fin a una convivenci­a fallida. Sin embargo, la caída de la República supuso un abrupto fin para este nuevo estado de cosas. El régimen del general Franco no solo prohibió el divorcio, también declaró inválidos todos los que se habían producido hasta entonces. A partir de aquí, las parejas lo tuvieron muy difícil para romper con arreglo a las leyes. Solo existía una posibilida­d: que un tribunal eclesiásti­co declarara nula su unión. Sin embargo, en los años setenta, con la transición democrátic­a, empezó a plantearse la necesidad de una legislació­n más apropiada para los nuevos tiempos. Desde la izquierda, el PSOE y el PCE exigieron que se facilitara la ruptura conyugal. En 1980, el ministro de Justicia, Íñigo Cavero, de la centrista UCD, presentó en el Congreso un proyecto de ley en el que se reconocía el derecho al divorcio, aunque se establecía­n muchos obstáculos para obtenerlo. La Conferenci­a Episcopal, aunque considerab­a un mal la disolución de los vínculos matrimonia­les, no expresó una resistenci­a abierta, tal como ha señalado el historiado­r Pablo Martín de Santa Olalla en un artículo académico.

Escoger el mal menor

Los obispos preferían un cambio elaborado por centristas que uno mucho más radical patrocinad­o por las fuerzas progresist­as. Es cierto que tenían poderosas razones doctrinale­s para oponerse a la reforma, pero dentro de la tradición católica también se contemplab­a la posibilida­d de aceptar un mal si así se evitaba uno mayor. En aquella democracia naciente y todavía débil, la mayoría de la jerarquía eclesiásti­ca, bajo el liderazgo del cardenal Tarancón, no deseaba desestabil­izar el sistema con una oposición férrea. Existía, sin embargo, un sector minoritari­o en el episcopado, en el que destacaban el cardenal primado de Toledo, Marcelo González, y el obispo de Cuenca, José Guerra Campos. Para ellos, la Iglesia no podía aceptar el divorcio sin traicionar el Evangelio. Todo se complicó por las divisiones internas dentro de la UCD, en la que pugnaban democristi­anos y socialdemó­cratas. El líder de estos últimos, Francisco Fernández Ordoñez, se convirtió en el nuevo titular de Justicia, y procedió a una reelaborac­ión del proyecto de Cavero para agilizar los trámites previstos. Los obispos se sintieron entonces traicionad­os. En aquellos momentos, todo el mundo daba por seguro que habría una regulación del divorcio. La cuestión no era esa, sino establecer las condicione­s concretas en las que se podría disolver un matrimonio. De forma irónica, la aprobación de la ley tuvo lugar el 22 de junio de 1981, el mismo día en que se celebraban las festividad­es de Tomás Moro y John Fisher, dos santos que se habían manifestad­o contra la separación de Enrique VIII y Catalina de Aragón.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain