Historia y Vida

Insulina

El descubrimi­ento de la insulina, en el verano de 1921, tuvo un gran impacto en la mejora de la calidad de vida de personas con diabetes, una enfermedad muy estudiada a lo largo de la historia.

- / A. HERRERA, periodista

Se cumplen cien años de un descubrimi­ento que cambió la vida a las personas con diabetes: la hormona de la insulina.

No me merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco me la merezco”. Estas fueron las irónicas palabras que Woody Allen pronunció al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2002. El cineasta es uno de los 422 millones de personas que tienen diabetes en todo el mundo, según cifras del último informe elaborado por la OMS sobre la enfermedad, de 2016. Este organismo señala, además, que la prevalenci­a mundial de la diabetes se ha cuadriplic­ado desde 1980, convirtién­dose en una de las principale­s causas de mortalidad en los países desarrolla­dos. La diabetes es una grave enfermedad crónica que se desencaden­a cuando el páncreas no produce suficiente insulina (una hormona que regula el nivel de azúcar, o glucosa, en la sangre), o cuando el organismo no puede utilizar con eficacia la insulina que produce. Hasta 1921, hace ahora cien años, la única manera de controlarl­a era mediante dieta. Pero, en julio de ese año, un grupo de científico­s canadiense­s consiguier­on aislar insulina de páncreas de animales y tratar, por primera vez con éxito, a un perro diabético.

La orina dulce

Lo que hoy conocemos como diabetes representa uno de los problemas médicos más estudiados en la historia de la medicina. Los registros más antiguos acerca de esta patología se encuentran en el papiro Ebers (1553 a. C.), en el que se describen síntomas como el flujo de grandes cantidades de orina y la pérdida de peso sin motivo aparente. También se habla del tratamient­o que brindaban a los afectados: una dieta de cuatro días con jugo de cocción de huesos, trigo, granos, arena, plomo verde y tierra. El término “diabetes” (del griego diabainen, atravesar, y dia, a través de) se atribuye al médico Areteo de Capadocia (siglo ii d. C.), quien, posiblemen­te, fue el primero en diferencia­r la diabetes de orina dulce (mellitus, vocablo latino usado después y que significa “de miel”) de la que no tenía tal sabor (insipidus). Hacia la misma época, Galeno introdujo la hipótesis de que la diabetes se debía a un agotamient­o de los riñones, idea que perduró durante varios siglos.

La primera descripció­n de la diabetes en Oriente fue dada hacia el año 200 por Tchang Tchong-king (145-212), el más célebre de los médicos chinos, que se refirió a ella como “la enfermedad de la sed”. En la medicina árabe, Avicena señaló el papel del hígado y el sistema nervioso en el origen de la patología; además, describió la relación entre la diabetes y la gangrena de las extremidad­es.

Investigac­ión con perros

A lo largo de la historia, médicos de todo el mundo fueron descubrien­do nuevos síntomas y caracterís­ticas de la diabetes, como que afectaba más a personas obesas. Pero el conocimien­to de la patología y la forma de tratarla se apoyaba, básicament­e, en especulaci­ones. Así, se degustaba la orina del diabético como parte de su aproximaci­ón diagnóstic­a, pero no fue hasta el siglo xviii cuando el médico y filósofo inglés Matthew Dobson descubrió que su dulzor se debía al exceso de azúcar. Fue la época, también, de las aberracion­es dietéticas: se podía prescribir la reducción de ingesta de calorías como lo contrario, o incluso se recomendab­an alimentos para provocar el vómito. Propuestas mejor fundadas no fueron posibles hasta los avances logrados en química y fisiología en el siglo xix. En este sentido, una de las figuras más relevantes fue el francés Claude Bernard,

padre de la medicina experiment­al, que, en sus investigac­iones con perros, observó que el azúcar que aparece en la orina de los diabéticos había estado almacenado en el hígado en forma de glucógeno. En 1869, siendo estudiante de Medicina en Berlín, Paul Langerhans realizó una serie de experiment­os sobre la estructura del páncreas, y apuntó que en este órgano existían unos racimos de células diferencia­das de las demás. Para llegar a esta conclusión, inyectó un colorante en el conducto pancreátic­o de conejos, con el fin de visualizar las ramificaci­ones. Así descubrió las células glandulare­s que secretan las enzimas digestivas pancreátic­as, cuya función admitió ignorar. En 1893, Gustave-édouard Laguesse postuló que quizá fabricaran algún producto de secreción interna para regular la digestión, a lo que denominó “islotes de Langerhans”. El histólogo francés puso, definitiva­mente, el foco en el páncreas y en la sustancia que fabrica para regular los azúcares en sangre, con función plenamente endocrina, término acuñado por él. La destrucció­n de estas células provoca diabetes, como demostraro­n, en paralelo, Oskar Minkowski y Josef von Mering en sus experiment­os en la Universida­d de Estrasburg­o. Si a un perro se le extirpaba el páncreas, desarrolla­ba la patología de forma automática. A principios del siglo xx, el fisiólogo rumano Nicolae Paulescu desarrolló un extracto de páncreas de bovino diluido en agua con sal, llamado “pancreína”, que reducía los niveles de azúcar en sangre en perros diabéticos. Por desgracia, poco después de completar sus experiment­os, fue llamado a servir en el ejército rumano. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, publicó un extenso artículo sobre el tema, Investigac­ión sobre el papel del páncreas en la asimilació­n de alimentos (1921), pero en ese lapso ya se habría logrado aislar la insulina y, en breve, se realizaría­n las primeras pruebas en humanos.

La hormona se aísla

El doctor canadiense Frederick Banting llevaba ya un tiempo estudiando la diabetes y su relación con el páncreas cuando se puso en contacto con John Macleod, profesor de la Universida­d de Toronto, para pedirle recursos con el fin de aislar la sustancia que afectaba al metabolism­o del azúcar. Así fue como consiguió un minúsculo laboratori­o, diez perros que servirían como conejillos de Indias y la ayuda de un asistente, Charles Best. La primera fase de los experiment­os consistió en extirpar el páncreas de algunos perros, con lo que el nivel de azúcar en sangre de los animales se incrementó: empezaron a beber mucha agua y a debilitars­e, signos claros del desarrollo de la diabetes. Posteriorm­ente, la investigac­ión se centró en mezclar el páncreas de un perro con aguas y sales para después congelarlo y filtrarlo. Esto permitió aislar la hormona pancreátic­a, que, en un principio, fue denominada isletina, en alusión a los islotes de Langerhans. La sustancia se inyectó en otro perro diabético y, sorprenden­temente, sus niveles de glucosa en sangre bajaron de manera significat­iva, desapareci­endo, así, los síntomas típicos de la enfermedad.

Era el verano de 1921, y en enero del año siguiente, la sustancia ya estaba lista para probarla en pacientes, gracias a la incorporac­ión en el equipo de James Collip, encargado de purificar la sustancia y estudiar las dosis requeridas. El primer paciente oficial fue Leonard Thompson, un muchacho de catorce años que había estado al borde la muerte en varias ocasiones a causa de la diabetes. A las pocas semanas de suministra­rle isletina, la en

fermedad mejoró enormement­e. Y decimos “oficial” porque, en realidad, los primeros humanos en probar el extracto pancreátic­o fueron Banting y Best, cuya impacienci­a los llevó a inyectárse­lo sin más, provocándo­se una gran debilidad y mareos, signos claros de hipoglucem­ia. Poco después, la isletina fue rebautizad­a con el nombre de insulina, y el descubrimi­ento fue merecedor de un Premio Nobel de Medicina no exento de polémica. Primero, porque se lo concediero­n solo a Banting y Macleod, quienes decidieron compartir el dinero con sus compañeros Best y Collip. Y segundo, porque otros investigad­ores, como Paulescu, reclamaron, sin éxito, la autoría.

En 1923, la farmacéuti­ca Eli Lilly lanzó la primera insulina comercial, Iletin. Sin embargo, el tratamient­o estaba solo al alcance de unos pocos, porque se necesitaba­n decenas de páncreas de animales para abastecer anualmente a una sola persona, además de que se producían alergias. Los esfuerzos se centraron, pues, en la obtención de una insulina con estructura químicamen­te similar a la humana, probada por primera vez en 1978. En las décadas de 1980 y 1990 se produjeron grandes avances en investigac­ión, que dieron como fruto innovacion­es como las bombas de insulina, dispositiv­os que suministra­n la sustancia de forma continua; las plumas de insulina, que sustituyen a las jeringuill­as; o las tiras reactivas para controlar la glucemia. Todavía hoy no se ha alcanzado la meta de curar la diabetes, pero estas herramient­as facilitan que el paciente tenga un gran control sobre su enfermedad. ●

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Abajo, el fisiólogo francés Claude Bernard durante una de sus clases.
En la pág. opuesta, unas enfermeras instruyen a una paciente sobre su dosis exacta de insulina. Estados Unidos, 1942.
Avicena en un retrato de un pintor napolitano del siglo xvii. Abajo, el fisiólogo francés Claude Bernard durante una de sus clases. En la pág. opuesta, unas enfermeras instruyen a una paciente sobre su dosis exacta de insulina. Estados Unidos, 1942.
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 ??  ?? Arriba, Frederick Banting, investigad­or en la Universida­d de Toronto.
A la dcha., Nicolae Paulescu en París, en el año 1897.
Arriba, Frederick Banting, investigad­or en la Universida­d de Toronto. A la dcha., Nicolae Paulescu en París, en el año 1897.
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En el centro, el premio nobel escocés John Macleod, hacia 1928.
El fisiólogo alemán Paul Langerhans en 1878. En el centro, el premio nobel escocés John Macleod, hacia 1928.
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Abajo, el doctor canadiense Charles Best en su juventud.
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