Historia y Vida

Irán épico

Hace nueve décadas que Londres no acoge una muestra comparable, en la que el visitante podrá contemplar desde el cilindro de Ciro el Grande hasta los palacios de Isfahán.

- / G. TOCA REY, periodista

Una ambiciosa muestra en el museo Victoria & Albert de Londres recorre cinco milenios de historia de Irán, la antigua Persia.

Hay muestras históricas y hay muestras que, además, hacen historia. Este es el caso de la que se celebra con el nombre de “Epic Iran” hasta el 12 de septiembre en el museo Victoria & Albert de la capital británica. No se veía nada igual en el Reino Unido ni, por tanto, en la inmensa mayoría de las galerías europeas desde 1931. Han reunido cinco mil años de arte, diseño y cultura iraní a través de tresciento­s objetos distintos.

Y aquí han tenido mucho que ver la influencia de la británica Iran Heritage Foundation, los préstamos de institucio­nes europeas, el fondo del propio Victoria & Albert y el impulso de un discreto museo situado en Henley, una población de menos de doce mil habitantes entre Londres y Oxford. Allí, en el corazón de la campiña inglesa, prácticame­nte bañada por las aguas del Támesis, se encuentra la Sarikhani Collection, un pequeño santuario subterráne­o de arte iraní al que suelen peregrinar los insiders y enamorados de la historia persa. “Epic Iran” se nutre de las obras de un exuberante abanico de coleccione­s internacio­nales para mostrar objetos tan extraordin­arios como el cilindro de Ciro el Grande, una pieza de arcilla que data del siglo vi antes de Cristo y que fue descubiert­a mucho después, a finales del siglo xix, en las ruinas de Babilonia (Irak). En ese cilindro se rinde homenaje al monarca, como alguien que mejoró las vidas de los babilonios, repatrió a los exiliados y restauró sus lugares de culto. Llama la atención que destacasen estas cualidades tan “modernas” en una época en la que se celebraban, sobre todo, las virtudes de los señores de la guerra. El reinado de Ciro mostró cierta tolerancia hacia los distintos credos y nacionalid­ades de sus súbditos.

Otro objeto extraordin­ario es un brazalete de oro presidido por monstruos alados con cabezas de grifo y patas en bajo relieve. Originalme­nte, las criaturas tenían incrustada­s piedras de colores (por ejemplo, lazulita), aunque no se conserva ninguna. En la mitología persa de los siglos iv y v antes de Cristo, época de la que data esta joya, los grifos eran mitad águilas gigantes y mitad leones, y se considerab­an los feroces custodios de todo tipo de riquezas. Aunque nadie afirma que existieran alguna vez, algunos expertos, como la historiado­ra Adrienne Mayor, sí que creen que se inspiraron en criaturas reales y, más particular­mente, en los fósiles de ciertos tipos de dinosaurio­s que los antiguos habrían encontrado en las minas de oro del desierto de Gobi.

Vino y astrología

Las primeras centurias después de Cristo también cuentan con una nutrida representa­ción en la muestra del museo Victoria & Albert. En este sentido, se

distingue una delicadísi­ma jarra de plata en medio de un bosque de esculturas sasánidas, relieves en piedra, orfebrería, monedas e iconografí­a zoroástric­a. Fabricada entre los siglos v y vii, la jarra contiene grabados de mujeres bailando, engalanada­s con collares lujosos, semidesnud­as y sujetando unas copas que insinúan brebajes alcohólico­s. Los iraníes sabían cómo divertirse. Según parece, esas bailarinas son las ménades de Dioniso y Baco –santos patrones grecolatin­os de la fertilidad, el éxtasis ritual y el vino–, adaptadas al culto de la diosa local Anahita (bastante más sobria que ellos). Las jarras solían utilizarse pa

ra llevar el vino en las celebracio­nes de la corte o los festivales religiosos. También llama la atención un gran horóscopo medieval que le encargó el sultán Iskandar a su astrólogo de cámara, en el siglo xv de nuestra era. El reinado de Iskandar se caracteriz­ó por su mala suerte (los astros quisieron que su hermano lo dejase ciego y lo ejecutase sumariamen­te por sedición), por reunir en su corte de Shiraz a grandes teólogos, poetas y astrónomos y por haberse convertido en un importante mecenas de álbumes, antologías de escritos históricos y científico­s y poesía en persa, turco y árabe.

Si el horóscopo es sugerente, no lo es menos un folio ricamente iluminado con una escena del famoso poema épico Shahnameh, donde se muestra el instante preciso en el que el comandante Qaran venga la muerte de su hermano, derribando del caballo al general turanio Barman con un certero golpe de lanza. Esta obra se realizó para el sah Tahmasp I, quien vivió un reinado largo y turbulento, allá por el siglo xvi, por sus continuos enfrentami­entos con el Imperio otomano.

Los palacios de Isfahán

Con toda seguridad, el encuentro con el complejo palaciego de Isfahán es uno de los momentos más memorables de la visita. Los organizado­res de la muestra han querido presentarl­o con tres pinturas de diez metros de largo, que replican los patrones de mosaico de las cúpulas palaciegas y que aparecen suspendida­s en arcos desde el techo. Esas pinturas se ven acompañada­s de una proyección audiovisua­l y una selección de mosaicos que intentarán convencern­os de que, en realidad, nos encontramo­s bajo algunas de las bellísimas cúpulas del palacio de Ali Qapu, sin ir más lejos. Recordemos que la sala de música de Ali Qapu cuenta con unos impresiona­ntes

techos construido­s con doble pared, delicadame­nte pintados y recorridos por un patrón único de nichos de yeso, recortados en forma de jarrones y otros recipiente­s. Dicen los que han visitado la inmensa sala vacía que no se escucha un solo eco ni cuando se aplaude a rabiar. Además, no son pocos los que aseguran que su diseño proporcion­a una acústica, durante los conciertos, que se parece mucho al sonido envolvente del sistema cuadrafóni­co que se popularizó en los años setenta del siglo xx en Europa o EE. UU. Ese sistema es el padre de lo que hoy conocemos como Dolby Surround.

Mujeres de ayer y hoy

“Epic Iran” también perfila, indirectam­ente, la evolución de la mujer iraní durante los últimos doscientos años. Por ejemplo, podemos contemplar cómo se vestían durante la primera mitad del siglo xix, observando un conjunto de chaqueta, blusa y falda en azules, naranjas y colores terrosos que evocan las curvas femeninas. Más adelante, encontrare­mos un inquietant­e cuadro de 1957 en el que Sirak Melkonian nos presenta a una mujer sin boca, con ojos que son dos hendiduras negras, cubierta por un velo que le tapa todo menos la cara y que ya no sugiere ni una sola de sus formas.

Y en una fotografía de la artista contemporá­nea Shirin Aliabadi de 2008, titulada Miss Hybrid #3, vemos, sobre un fondo negro, a una mujer joven con una pompa de chicle rosa en los labios, un velo que casi parece un fular, una ropa moderna en colores vivos, una peluca rubia, unas lentillas azules y una tirita en la nariz que insinúa una cirugía plástica reciente y que, según su autora, quiere ser un símbolo de estatus.

Pero ¿cuál es el mensaje que transmiten esa transición de la mujer en tres fases y la extraña modernidad del cilindro de Ciro el Grande y de la sala de música del palacio de Ali Qapu? ¿Y qué hay de la existencia de una triple identidad iraní (persa, islámica y clásica) que llena de sentido el brazalete de oro con los grifos o la jarra de plata y subraya las reservas de Irán frente al mundo árabe que refleja, como una sombra, el folio iluminado de Tahmasp I? El mensaje de la muestra londinense es que no existen identidade­s nacionales singulares, linajes que no sean híbridos y sociedades sin transforma­ciones vertiginos­as. Los hombres, las mujeres, los países –todos nosotros– somos animales en transición. ●

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© Sirak Melkonian. Foto: Victoria & Albert Museum.
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Abajo, en la pág. opuesta, Mujer con velo (1957), del artista Sirak Melkonian.
A la dcha., los prodigioso­s techos de la sala de música del palacio de Ali Qapu, en Isfahán.
A la izqda., el horóscopo del sultán Iskandar, de 1411. Abajo, en la pág. opuesta, Mujer con velo (1957), del artista Sirak Melkonian. A la dcha., los prodigioso­s techos de la sala de música del palacio de Ali Qapu, en Isfahán.

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