CÓMO SE CREÓ LA BOMBA ATÓMICA
Una novela gráfica narra la historia del Proyecto Manhattan, que condujo al horror de Hiroshima
En 1984 se publicaba en Japón el primer volumen de Pies descalzos. Una historia de Hiroshima (Debolsillo, 2015), un monumental manga (alcanzó las tres mil páginas con las siguientes entregas) en el que Keiji Nakazawa narraba los efectos de la explosión de la bomba atómica a través de sus propias vivencias. El autor tenía seis años cuando el ataque nuclear estadounidense mató a casi toda su familia. En el posfacio de La bomba, su autor, Didier Alcante, explica lo obsesionado que ha estado toda su vida con este tema y lo intimidado que se sentía por la obra maestra de Nakazawa. “¿Qué más había que añadir?”, se pregunta. “¿Y qué legitimidad tenía yo para hacerlo?”. Ante estas dudas, Alcante decidió cambiar el enfoque de su obra: en vez de narrar las consecuencias de la explosión de la bomba, se centraría en los hechos que condujeron a su lanzamiento.
La bomba comienza con una decisión estilística bastante arriesgada: el narrador de la novela es el uranio. Esta sustancia “se dirige” en primera persona al lector y nos cuenta el camino que recorrió desde el laboratorio al campo de batalla. Como Urano, el dios griego del cielo, el narrador relata desde arriba lo que hicieron los hombres abajo: la reacción en cadena de acontecimientos que dieron lugar a la creación de la bomba atómica. A lo largo de 450 páginas, ilustradas en un expresivo blanco y negro por Denis Rodier (dibujante muy ligado a DC Comics), la novela describe, con exhaustividad y notable afán didáctico (al final incluye una útil bibliografía), las circunstancias políticas, científicas y militares que propiciaron la creación del Proyecto Manhattan y la decisión de bombardear Hiroshima el 6 de agosto de 1945.
La carrera de la muerte
La bomba es una novela coral. Está protagonizada por científicos como Einstein, Fermi o el director del Proyecto Manhattan, Oppenheimer; líderes políticos como Roosevelt, Truman o Stalin; el implacable general Leslie Groves, jefe militar del Proyecto Manhattan; y el físico nuclear Leo Szilard, uno de los principales impulsores de la construcción de la bomba y, posteriormente, uno de los más firmes defensores de no usarla. Estos personajes se mezclan con otros menos conocidos, pero con mucho peso dramático en la historia: el científico y espía soviético Klaus Fuchs; los “héroes de Telemark” (los comandos de las operaciones Grouse y Gunnerside) que retrasaron el programa nuclear nazi, los civiles que sirvieron como “cobayas atómicos” para el gobierno estadounidense, y, por último, una sombra: la famosa silueta que dejó un hombre sentado a la entrada de un banco en Hiroshima tras volatilizarse por la explosión de la bomba.