Derribar estereotipos
Esparta ha seducido a ideologías bien opuestas. Si Maquiavelo se inspiró en los reyes espartanos para demostrar que unos medios discutibles podían ser aconsejables si se utilizaban para el bien del Estado, León Trotski comparó el régimen comunista de 1917 con una “Esparta proletaria”. El Tercer Reich simpatizó también con aquel pueblo, cuyos hombres estaban tan dispuestos a morir por su patria como a obedecer a sus autoridades. Antes y después, esta antigua polis griega ha servido de referente para múltiples causas. Así, un símbolo del feminismo como Simone de Beauvoir idealizó la libertad de las mujeres lacedemonias en su libro El segundo sexo. Pero ¿hasta qué punto estas afirmaciones se ajustan a la realidad? El caso de Esparta, cuyas filias y fobias llegan a nuestros días, revela cómo el pasado puede distorsionarse en función de las circunstancias políticas del presente, y no de los hechos históricos. El mito generado en torno a esta polis sigue alimentando relatos y ficciones. El desafío de las Termópilas convirtió a Leónidas en un héroe, que continúa infundiendo valores de honor y deber a grupos extremistas. Otros, en cambio, detestaron a los espartanos. Fue el caso de Voltaire. El filósofo francés afirmaba: “No sé por qué se osa hablar todavía de Licurgo y de sus lacedemonios, que no han hecho nunca nada grande, que no han dejado ningún monumento, que no han cultivado las artes”. Los últimos estudios y hallazgos arqueológicos arrojan conclusiones sorprendentes. Algunos derriban estereotipos sobre los espartanos que se han mantenido a lo largo de los siglos. ¿Fue una sociedad tan militarista e igualitaria? La idiosincrasia de Esparta, más idealizada que real, sigue muy viva en el imaginario colectivo. Solo queda rescatar su esencia. ●