Historia y Vida

La crisis de Suez

Tras la toma del canal hace 65 años, un éxito militar y un gran fracaso político, se escondía su importanci­a en el comercio global. ¿Podrá conservarl­a en el futuro?

- C. HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA, periodista

Se cumplen sesenta y cinco años de la operación conjunta que llevó al Reino Unido, Francia e Israel a tomar el canal egipcio. Su trascenden­cia comercial sigue siendo notable.

Pocas veces en la historia una victoria militar apabullant­e ha acabado tan mal para algunos vencedores y tan bien para los vencidos. Hace sesenta y cinco años, los paracaidis­tas franceses y británicos tomaron el canal de Suez con bastante facilidad, sin saber que unas semanas después tendrían que salir de allí con el rabo entre las piernas y devolvérse­lo a Egipto. En esos días de 1956, Francia y Gran Bretaña recibieron una lección de humildad y comprendie­ron que se había acabado lo de jugar a ser imperios coloniales. Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo tenía nuevos dueños, EE. UU. y la URSS, que no vieron con buenos ojos aquella aventura. Es curioso que esa lección poscolonia­l se la llevaran, precisamen­te, en Suez. El canal era todo un orgullo nacional para Francia, que había impulsado su construcci­ón, y también era vital para los británicos, porque había acortado radicalmen­te la distancia entre el Reino Unido y la joya de su imperio, India. Desde 1869, ese atajo de 165 kilómetros ahorraba a los barcos una travesía de unos siete mil alrededor de África. Pero ¿qué pasaba con Egipto? El canal no solo discurría por su territorio, sino que el país había puesto la mitad del dinero de la obra y a nueve de cada diez trabajador­es, y, a pesar de eso, no era suyo. Al principio, los británicos hicieron todo lo posible por torpedear el proyecto. Trataron de convencer al Imperio otomano de que presionara al virrey de Egipto para que no lo hiciera y, además, intentaron espantar a los posibles inversores. El primer ministro, lord Palmerston, dijo en el Parlamento que era “uno de tantos timos que de vez en cuando se les ponen delante a los incautos”. Sin embargo, en cuanto el canal se hizo realidad, Londres aprovechó para controlarl­o. En 1875, el

Reino Unido se convirtió en su principal accionista, tras comprarle su parte al monarca egipcio, que estaba prácticame­nte arruinado. El país no lo recuperarí­a hasta la crisis de 1956.

Motivos para un plan secreto

Hace solo unos meses, cuando el buque Ever Given embarrancó en el canal de Suez y cortó el paso de los barcos durante una semana, pudimos leer decenas de artículos sobre el grave impacto económico del accidente. Si esto sucedió en

2021, con el tráfico comercial por avión mucho más extendido, es fácil entender que, en 1956, la importanci­a estratégic­a del canal era todavía mayor. Por eso, cuando el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser anunció la nacionaliz­ación del canal, estalló una tormenta de intereses económicos y estratégic­os, que afectaba, al menos, a media docena de países, y cuya comprensió­n es fundamenta­l para entender cómo acabó la historia. Egipto quería recuperar la gestión del canal por una cuestión de orgullo nacional anticoloni­alista, pero también existía un interés económico: Nasser había pedido ayuda a varias potencias para financiar su gran proyecto nacional, la construcci­ón de la nueva presa de Asuán en el Nilo, y se la habían negado. La nacionaliz­ación le iba a permitir hacer la obra con los peajes que pagaban los barcos por transitar por el canal. El éxito económico y las llamadas a la destrucció­n de Israel eran fundamenta­les en la construcci­ón de la imagen de Nasser como gran líder de los pueblos árabes.

En el otro lado del tablero estaban los británicos, los principale­s dueños del canal, que no querían perder esa posición privilegia­da. También los franceses, que, además, deseaban castigar a Nasser por su apoyo a la revuelta descoloniz­adora en Argelia. Y, por último, estaba Israel, que veía con buenos ojos la oportunida­d de golpear a Nasser, y más aún si era en el mismo canal de Suez que Egipto le prohibía usar desde 1949. La guerra era la oportunida­d de poder abrir esa vía comercial y acabar, igualmente, con el bloqueo egipcio al tráfico marítimo en la única otra salida que el país tenía hacia Asia: el puerto de Eilat. Cuando Nasser anunció la nacionaliz­ación del canal, el 26 de julio de 1956, sus tres enemigos empezaron a ponerse de acuerdo. El primer ministro británico, Anthony Eden, y su homólogo israelí, David Ben Gurion, no se fiaban lo más mínimo el uno del otro, pero con la mediación de los franceses lograron concretar una alianza con tres objetivos: invadir Egipto, reconquist­ar el canal y derrocar a Nasser. En octubre de 1956, los tres gobiernos se reunieron en Sèvres, a las afueras de París, para negociar un acuerdo que detallaba, milimétric­amente, la operación militar que se iba a producir, y lo firmaron en secreto. Tanto que no se pudo comprobar la existencia del texto hasta cuarenta años después.

Todos los implicados ganaban algo: Gran Bretaña y Francia querían una excusa para intervenir en Egipto, sin que pareciera la operación colonial que era, mientras que Israel buscaba una alianza con dos grandes potencias y su colaboraci­ón para aniquilar a la aviación egipcia en los

primeros momentos del ataque. Lo que se acordó en Sèvres fue un teatro por el que Israel invadiría parte del territorio egipcio en la península del Sinaí, mientras que franceses y británicos se desplegarí­an en el canal de Suez, fingiendo ser poco menos que una fuerza de paz para impedir el conflicto entre los otros dos países. Y así fue exactament­e como sucedió, pero los negociador­es habían olvidado un detalle crucial que iba a cambiarlo todo.

Una lección de humildad

Lo que los tres enemigos de Nasser parecieron olvidar durante sus conversaci­ones en Sèvres es que faltaban dos actores clave: Estados Unidos y la URSS. Puede que la fuerza de la costumbre hiciera que Francia y el Reino Unido, habituadas durante siglos a manejar los asuntos mundiales, olvidaran momentánea­mente que, tras la Segunda Guerra Mundial, se habían convertido en potencias de segundo orden. En cualquier caso, es normal que no les comunicara­n sus planes a los soviéticos, pero la idea de que podían tomar una decisión así a espaldas de su aliado estadounid­ense fue un error que iban a pagar caro. El plan militar salió exactament­e como estaba previsto. El 29 de octubre de 1956, Israel invadió territorio egipcio, y al día siguiente, Francia y Gran Bretaña lanzaron un ultimátum “a ambas partes” para que se retiraran del canal de Suez y les permitiera­n ocuparlo militarmen­te, lo que hicieron mediante paracaidis­tas cinco días después. El problema es que absolutame­nte nadie se creyó el embuste, y menos que nadie el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower. El Reino Unido confiaba en obtener, aunque fuera a regañadien­tes, el apoyo de su tradiciona­l aliado. A fin de cuentas, EE. UU. no era, precisamen­te, un defensor de Nasser, a quien el año anterior habían visto aproximars­e al bloque soviético, con un enorme acuerdo de compra de armamento. Tal vez por eso el gobierno estadounid­ense estaba furioso. No era solo que no le hubieran avisado, ni tampoco que el ataque fuera una incómoda distracció­n, justo cuando la URSS había invadido Hungría para reprimir una revolución democrátic­a. Lo que Washington temía de verdad es que una rabieta colonial francobrit­ánica empujara a Egipto, aún más, hacia la URSS, tal como sucedió.

En bandeja de plata

Para Moscú, se trataba de una oportunida­d de oro: cuando Occidente le acusaba de intervenci­onismo en Hungría, dos potencias occidental­es ocupaban Egipto para seguir controland­o uno de sus principale­s recursos económicos, el canal. Era casi demasiado bueno para ser cierto, y además le permitía acercarse al nacionalis­mo árabe y el movimiento anticoloni­alista. Tan en serio se lo tomaron los soviéticos que su líder, Nikita Jruschov, amenazó con usar armas nucleares contra los invasores si no se retiraban. Con las dos potencias mundiales en contra, el éxito militar no tardó en convertirs­e en un desastre diplomátic­o. La ONU amenazó con sanciones económicas al Reino Unido y a Francia, provocando una fuerte devaluació­n de la libra esterlina. Cuando el gobierno de Londres quiso tranquiliz­ar la situación pidiendo un crédito, Estados Unidos le dejó claro que no encontrarí­a dinero si antes no se

retiraba del canal. En menos de dos meses, las tropas francobrit­ánicas se habían marchado de Egipto, y antes de medio año ya habían caído los dos gobiernos que habían planeado todo.

Por el contrario, Gamal Abdel Nasser convirtió una estrepitos­a derrota militar en una victoria política. Cuatro meses después de la retirada de los franceses y los británicos, se reconoció internacio­nalmente a Egipto como dueño del canal. De los países que pactaron la invasión en Sèvres, solo Israel salió medianamen­te bien parado de la operación, ya que al retirarse consiguió un acuerdo tácito con Egipto por el que sus barcos podrían atravesar libremente el estrecho de Tirán, ganando una vital salida marítima hacia Asia, independie­nte del canal de Suez, a través de su puerto en Eilat. Durante aquella breve guerra, Nasser hundió varios barcos para bloquear el canal, que por esta razón no pudo usarse durante cinco meses. Una pausa muy corta al lado de los siete años que estuvo cerrado en la década siguiente, tras la guerra de los Seis Días. Esas interrupci­ones y el consiguien­te rodeo de siete mil kilómetros para ir de Asia a Europa son un buen motivo para pensar en el futuro del canal. Más allá de las guerras, hay quien dice que el cambio climático puede hacer que más buques como el Ever Given se atasquen, y ya se están buscando alternativ­as, como excavar un nuevo canal a través de Israel. Sesenta y cinco años después de la crisis de Suez, puede llegar otra diferente que vuelva a poner a prueba el comercio mundial. ●

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A la dcha., el Ever Given, encallado en el canal durante seis días en marzo de este año.
En la página anterior, paracaidis­tas israelíes durante la crisis de Suez.
A la izqda., unas fotos rotas de Nasser sobre el asfalto, en noviembre de 1956. A la dcha., el Ever Given, encallado en el canal durante seis días en marzo de este año. En la página anterior, paracaidis­tas israelíes durante la crisis de Suez.
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