La bifurcada hegemonía espartana
Su hora de mayor prestigio fue con las Termópilas, pero su apogeo tuvo lugar unas décadas antes y después
Un primer momento de auténtico poder panhelénico tuvo lugar para la capital lacedemonia un siglo más tarde de haber crecido como reino a costa de Mesenia. Media centuria antes de concluir el período arcaico, la instauración, en 550 a. C., de la Liga del Peloponeso consagró a Esparta, ya dueña del sur peninsular, como la potencia más sobresaliente del microcosmos griego.
No pocas veces aliada con
Corinto, señora, a su vez, del norte peloponesio, presionó cuanto pudo al foco de resistencia que oponía Argos, situada entre ambas polis.
Aunque las guerras Médicas
consolidaron al ejército lacedemonio como la mayor unidad terrestre de Grecia y la columna vertebral de sus fuerzas conjuntas contra las persas, el triunfo inesperado de Atenas en la batalla de Maratón y su liderazgo repetido en Salamina señalaron que a la vieja gloria lacónica le había salido competencia.
El conflicto del Peloponeso
volvió a dejar claro que nadie tosía a Esparta. La ciudad de la Acrópolis terminó humillada por aquella. Sin embargo, el dominio indisputado de la capital laconia, la llamada hegemonía espartana, duró lo poco que duraba cualquier supremacía en el mundo griego. Exactamente, treinta y cinco años, desde la batalla de Egospótamos, en 405 a. C., a la de Leuctra, en 371 a. C., ya lejos del máximo esplendor clásico. La que brilló ahí fue la Atenas de Pericles, gobernante de 461 a 429 a. C. de ello los periecos, que era la población libre de las otras polis lacedemonias. Como han confirmado investigaciones recientes, estos periecos podrían haber disfrutado de un alto grado de autonomía y de una existencia satisfactoria, al haberse doblegado a los esparciatas por las buenas. Los periecos habrían negociado con ellos, en vez de enfrentarse y salir perdiendo como los ilotas.
El Estado de Licurgo
El proceso histórico que condujo a esta forma de organización se había iniciado varios siglos antes. Habitado desde el Neolítico, el sur del Peloponeso fue ocupado, a partir de la Edad del Bronce, por tribus dorias, una de las cuatro etnias de la antigua Grecia, en una serie de oleadas invasoras que entraron a la región por el norte. Fue en ese período y en el Hierro temprano, en la intrigante Edad Oscura, cuando fraguó la mitología con que los espartanos se contaban a sí mismos sus raíces. Incluía desde intervenciones de Heracles, el forzudo semidiós Hércules de los romanos, hasta personajes locales de la guerra de Troya, como algunos de sus causantes, tales como la bella Helena y su esposo Menelao, según el relato homérico, reyes de Esparta.
A esta etapa semilegendaria, entroncada en la civilización micénica, siguió el amanecer del Estado lacedemonio, tal como se lo conocería en las épocas arcaica y clásica. Ciertamente, la aparición de ese germen tuvo lugar poco después de estrenarse el i milenio a. C., pero la fundación solo pudo completarse durante el siglo vii a. C., con la paulatina implantación de las reformas que estructuraron el modo de vida típico espartano. Atribuidas por tradición al legislador Licurgo, consolidaron, por ejemplo, sus instituciones gubernamentales características. Entre ellas, la diarquía (una pareja de reyes de los linajes paralelos Agíada y Euripóntida, que, básicamente, comandaban las tropas), la Gerusía (un consejo de ancianos con competencias senatoriales y de tribunal supremo), la Apella (o asamblea popular consultiva) y el Eforado (un quinteto anual de magistrados legislativos, ejecutivos y judiciales). La Gran Retra, la Constitución atribuida a Licurgo, reglamentó, igualmente, la agogé, el particular sistema educativo espartano, y los no menos representativos banquetes con círculos estables de compañeros, o sisitías. Estos clubes, al igual que sucede hoy con los núcleos familiares, actuaban como las células sociales de los esparciatas. Estaban estrechamente relacionados tanto con la posesión de la tierra en parcelas, los kleroi, como con la filiación de cada ciudadano espartano en las fuerzas armadas, que también integraban los cuerpos au
La primacía espartana cristalizó con la Liga del Peloponeso
xiliares de periecos y de ilotas manumitidos con este propósito.
De guerra en guerra
En torno a las fechas en que la capital lacónica fijó estas premisas sociales, políticas, económicas y militares, creó, asimismo, sus primeros satélites, como la colonia de Tarento en la Magna Grecia, en 706 a. C. Unas décadas antes había estallado la primera de las guerras Mesenias. Librada entre este pueblo aqueo y los dorios espartanos, este conflicto intermitente se zanjaría un siglo más tarde, a mediados del vii a. C.
Un siglo después de la incorporación a Lacedemonia de la región occidental del sur peloponesio y la esclavización de los ilotas, la primacía espartana cristalizó, en 550 a. C., con la institución de la Liga del Peloponeso, mal que pesase a Argos. Dueña también a estas alturas del mayor ejército terrestre de Grecia, la ciudad del Eurotas vivió su momento más insigne durante las guerras Médicas, con el desafío de las Termópilas a unas fuerzas persas abrumadoramente superiores. Pero la gloria por esta gesta de 480 a. C. duró un suspiro. Meses más tarde, la creación de la Liga de Delos, encabezada por la pujante flota armada y mercante de Atenas, amenazó el liderazgo espartano. La guerra del Peloponeso dirimió ese antagonismo. Egospótamos, la última batalla de la contienda, marcó, en el año 405 a. C., el máximo auge geopolítico de la polis laconia. Pero la hegemonía espartana expiró pronto. Al cabo de tan solo una generación, una coalición de viejos rivales (Atenas, Tebas, Argos y Corinto) se impuso al reino peloponesio en la guerra de Corinto, paradójicamente, la principal aliada de Esparta en el período arcaico. Leuctra, el duelo final, selló en 371 a. C. el destino del Estado lacedemonio. El resto de la época clásica, hasta el advenimiento alejandrino, no vio destruida a la capital doria, pero sí muy mermada. A mediados del siglo ii a. C., la irrupción en el Mediterráneo oriental de una nueva soberanía, la romana, terminó de arrinconar en la historia a la antaño orgullosa polis sin murallas. ●