Aguerridos, solo cuando tocaba
La disposición permanente al combate de los espartanos se contradice con los testimonios contemporáneos
“Hay consejos de ancianos / y las lanzas conquistadoras de los hombres jóvenes / y coros y la Musa y alegría”. No eran las Panateneas ni los Juegos Olímpicos. Este breve cuadro festivo de Píndaro describe la Esparta clásica. En ella, el aspecto militar era importante, pero ya se ve que no el único. Ni tampoco el dominante.
Un estudio comparativo
de 2016 recuerda que tanto el poeta Tirteo –de los pocos testimonios directos espartanos con que contamos– como Platón, Heródoto, Plutarco, en su Licurgo, y muchos otros intelectuales antiguos coincidían en que el comportamiento bélico de este pueblo derivaba de su fomento de la virtud personal y las cualidades cívicas, no al revés.
Tucídides va más allá. Él afirma que “no se apresuraban a entrar en guerra, a menos que fuesen obligados a hacerlo”. Y Grecia entera sintió vergüenza ajena en 425 a. C. por su oprobiosa rendición en la isla de Esfacteria, al inicio de la contienda del Peloponeso.
¿Eran cobardes, entonces? Para nada. Pero más admirable que su disciplina militar, a veces falible, era la profunda base ética en que esta arraigaba. Su ADN era el espíritu cooperativo. No se manifestaba solo en la guerra (abajo, monumento a las Termópilas en el paso homónimo), sino en el ascensor social para hijos de “inferiores” en la agogé, al ceder el paso a los mayores, o en la sólida fraternidad que se cultivaba en las sisitías.