Un rey sensato para una época muy convulsa
Eduardo VII rigió con prudencia un país que acabaría colisionando con la Gran Guerra
Tras cincuenta y nueve años de principado, reinó apenas diez, desde la muerte de su madre, en 1901, hasta la suya, en mayo de 1910. Sin embargo, Eduardo VII exprimió a fondo esa década. Se centró en preparar al Imperio británico para afrontar un desafío tan monumental como espantoso, del que ya había indicios: la Primera Guerra Mundial.
Conocía desde la cuna a uno de los futuros enemigos de su nación, su sobrino el káiser. Sabía que tenía el seso sorbido por el nacionalismo militarista de Bismarck. También había presenciado, por sus muchos viajes, la veloz musculación industrial de ese imperio, que, día a día, rivalizaba más con el suyo.
De ahí que fortaleciera y actualizara la Royal Navy y el Ejército. También, que dejara atrás la política del “espléndido aislamiento” y tendiera la mano a un adversario secular como Francia para montar la Entente Cordiale. Asimismo, estrechó lazos con excolonias que supondrían la base de la Commonwealth. Todo esto con su heredero, el futuro Jorge V, pegado a él, a diferencia de lo que había hecho su madre.
Un paraíso crepuscular para la minoría privilegiada y, a la vez, un vertiginoso banco de pruebas social (obrerismo, feminismo, educación universal), político (la cuestión irlandesa, la reformulación del Imperio) y tecnológico (coches, telégrafos, aeroplanos, turbinas), la era eduardiana supuso un decidido paso adelante de Gran Bretaña en el siglo xx y la modernidad.