El mago Houdini
Talento del escapismo, murió en 1926 de la forma más absurda.
No solo fue un gran mago, también un artista de la autopublicidad. Llegaba a una ciudad y desafiaba a la policía local a encerrarle. Cuando conseguía escapar, los periódicos difundían su hazaña y le proporcionaban una propaganda impagable. Estos éxitos lograron cimentar la leyenda de Harry Houdini (1874-1926), uno de los escapistas más célebres de todos los tiempos. Hijo de un rabino judío, su familia emigró desde su Budapest natal a Estados Unidos. Cambió entonces su nombre original, Erik Weisz, por Erich Weiss, que sonaba más anglosajón. En su nuevo país, con apenas nueve años, hizo su primera actuación con el sobrenombre del Príncipe del Aire. Houdini sería conocido por sus números, en apariencia, imposibles. Lograba liberarse de una camisa de fuerza, del interior de una caja fuerte o de una rueda de locomotora. El gran mago estaba acostumbrado a los riesgos, pero no todo era tan dramático como sus admiradores imaginaban: sabía esconder en su cuerpo las ganzúas que le permitían abrir las cadenas. El otro gran secreto de sus actuaciones consistía en una resistencia física a toda prueba.
La excesiva confianza acabaría por jugarle una mala pasada. En 1926, unos universitarios le retaron a recibir golpes en el abdomen para demostrar si su fortaleza era tan grande como se decía. El mago aceptó, pero los puñetazos provocaron que su apendicitis se convirtiera en una peritonitis letal. Su viuda Bess quedó entonces en posesión de un código secreto. Si algún médium se le acercaba sugiriéndole que podía contactar con él en el más allá, debía repetir diez palabras para demostrar que decía la verdad. Ninguno lo consiguió. ●