UN REINO NO TAN MARCIAL
La guerra no lo era todo para los espartanos, que debían lidiar con los mismos problemas de las otras polis griegas. Su compleja organización social requería una buena dosis de ingenio para mantener el orden en sus fronteras.
Los últimos avances en el estudio de la antigua Esparta arrojan conclusiones sorprendentes. Algunos, incluso, derriban asunciones mantenidas sin mayor fundamento durante siglos. De acuerdo con investigaciones históricas y arqueológicas recientes, de una línea revisionista cada vez más escuchada, la sociedad espartana llegó a estar compartimentada en cinco categorías durante el período clásico. En la cúspide estamental se hallaban los esparciatas. Eran los ciudadanos con plenos derechos. Luego se encontraban los “inferiores”, o hipomeiones, que eran los esparciatas empobrecidos, castigados por delitos graves, o menoscabados o privados de privilegios de su clase de alguna otra forma. Los periecos, o perioikoi, los “periféricos”, eran personas libres como las anteriores, convivientes con ellas, pero no espartanas, en las diversas polis de Laconia y la región vecina de Mesenia, o sea, en la franja sureña de la península del Peloponeso que gobernaba Esparta. La base de esta pirámide social la formaban los ilotas, la mano de obra esclava que solía cultivar la tierra para los lacedemonios. Estos siervos de los esparciatas y los periecos también podían ser manumitidos por su reclutamiento en las fuerzas armadas. En ese caso, se denominaban neodameis, “nuevos ciudadanos”.
Espartanos de pleno derecho
Los esparciatas, en realidad, se llamaban a sí mismos los hómoioi, los “pares”. Con esto, no solo buscaban significar que eran iguales entre sí, sino connotar que los demás no lo eran. De hecho, solo ellos podían participar en las asambleas ciudadanas y ostentar responsabilidades públicas. La famosa infantería de hoplitas, la no menos conocida agogé, el sistema de educación espartana, y los característicos banquetes colectivos de varones, las sisitías; todas estas instituciones vertebradoras de la comunidad estaban protagonizadas exclusivamente por hómoioi. Como contrapartida, los esparciatas debían contribuir a mantener ese orden. Lo hacían de una forma muy concreta. Entregaban, para compartir en la sisitía de cada uno, una cuota mensual de alimentos. Para poder satisfacer esta aportación estable, cada “par” poseía una parcela, el kleros. Esa propiedad, en principio, debía tener una capacidad productiva suficiente como para solventar la mensualidad, al menos. De su siembra, cuidado y cosecha, se ocupaban los ilotas. Ahora bien, la igualdad entre los hómoioi era más teórica que aparente, según va cobrando fuerza en los últimos años en el mundo académico. De este modo, en el reino del Peloponeso, no habría habido ni mucho espíritu igualitario en la posesión de la tierra ni un férreo control pú
blico a la hora de asegurar que esa fuera la norma. Tampoco habría existido un factor diferencial espartano respecto al resto de Grecia en este caso.
El kleros, la parcela de cada ciudadano, habría sido de titularidad privada y se habría dispuesto de él con libertad. En esto, Esparta se habría parecido a las otras polis, no como ha solido contarse. Además, no se trató de un fenómeno tardío, ya que ni siquiera habría tenido lugar
Solo los esparciatas podían participar en las asambleas ciudadanas
la legendaria redistribución de la tierra ordenada por Licurgo, una figura de historicidad cada vez más dudosa.
Ni iguales ni estatizados
Los lotes, por otro lado, no habrían sido de un tamaño similar entre un esparciata y otro. Antes bien, sus dimensiones habrían variado de forma sensible, y esto desde tiempos inmemoriales. Con respecto a la intervención del Estado, más sorpresas: brillaba por su ausencia. Aunque los ciudadanos no podían vender las propiedades, como se ha comentado tradicionalmente, sí estaban facultados para legarlas a sus hijos u otros herederos. Lo podían hacer en un testamento o como una donación en vida. En resumen, no parece haber habido jamás kleroi milimétricamente iguales asignados al nacer y de enajenación prohibida bajo una estricta supervisión institucional.
Esta distribución irregular y libre de la tierra da sentido a la desequilibrada concentración de riquezas que se observó tras las guerras del Peloponeso y de Corinto. Si a comienzos de las Médicas, un siglo antes, o inicios del v a. C., se contabilizaban unos ocho millares de hómoioi, en el primer tercio del iv a. C., su número había menguado a menos de mil.
Ello se debió a la paulatina formación de una oligarquía terrateniente. Esta habría llegado a ser tan rica como para competir en las onerosas carreras de carros y, además, para establecer vínculos y compartir intereses con magnates de regiones remotas, tanto helenas como del Imperio persa. Lo testimonian las evidencias arqueológicas, desde estelas epigráficas celebratorias de triunfos hasta dedicatorias en templos y santuarios distantes, así como en loas a ciudadanos acaudalados, escritas por poetas lacedemonios.
Los “pares” pobres
Los esparciatas, aparentemente esfumados a lo largo de ese siglo, no desaparecieron: se empobrecieron. Probablemente, dueños de parcelas menos fértiles, peor ubicadas o mal regadas, estas habrían mermado de generación en generación. La decadencia de sus dueños se habría agravado al no poder realizar ya matrimonios convenientes y verse forzados a limitar su progenie. Cada vez más excluidos de los círculos decisorios para hacer buenos negocios, terminaron impedidos de contribuir a la sisitía, con lo que perdieron derechos, incluida la ciudadanía. Los desafortunados pasaron a engrosar, así, la categoría de los hipomeiones, los “inferiores”. A estos hómoioi descastados en mayor o menor medida, según cada caso, se sumaban otros marginados de la clase dominante. Entre ellos, la prole de los desterrados, los condenados por infracciones graves e, igualmente, los esparciatas que no habían culminado la agogé, el sistema educativo. Su situación era bastante ambigua: se encontraban imposibilitados de participar del importante banquete comunitario, pero, a su vez, continuaban conservando su kleros, incluidos los labradores ilotas que lo trabajaban. Los “inferiores” tampoco perdían su lugar en el ejército, aunque pudieran verse relegados a unidades subalternas. Y hasta podían desempeñar tareas de seguridad pública, vigilando a los ilotas o previniendo la delincuencia. Sin embargo, su incómoda posición en la sociedad hizo que, en ocasiones, a estos esparciatas degradados por sus circunstancias se los destinara a colonias lejanas, como las de Asia Menor. Allí, quizá, podrían intentar rehacer su vida, o cuando menos, no causar problemas en la metrópolis.
Auténticos aliados internos
Tradicionalmente menos estudiada que los hómoioi, la población libre no espartana de Laconia y Mesenia también se ha visto beneficiada, en los últimos años, por adelantos en su conocimiento, gracias a nuevas obras teóricas y de campo. No pocas coinciden en que los periecos estaban mucho más integrados en Esparta de lo que se pensaba. Compartían con los esparciatas una clara identidad,
la de lacedemonios. Este vocablo colectivo, que era la denominación oficial del reino (los acuerdos de paz con Atenas, por ejemplo, están rubricados en nombre de “los lacedemonios”), abarcaba sin distinciones a ambos grupos. La cultura material perieca, de hecho, resulta prácticamente indiscernible de la espartana. Fuentes textuales de la época, como el historiador ateniense Tucídides, el gran cronista de la guerra del Peloponeso, también confirman la profunda compenetración entre “pares” y “periféricos”. Y aunque escasean la literatura, las inscripciones del período clásico y las excavaciones de restos monumentales periecos, dos proyectos internacionales actuales han venido a refrendar la estrecha afinidad entre los hómoioi y los perioikoi. Se trata de una ambiciosa investigación multidisciplinar del Centro Polis de Copenhague y de la misión arqueológica en Geraki, en curso desde 1995, que lidera la Universidad de Ámsterdam, activa en este yacimiento a veintiséis kilómetros de Esparta hasta la interrupción por la pandemia de la Covid19. Según se desprende de su información, las polis de los periecos habrían sido sumamente autónomas, ciudadesestado de verdad, urbanística, territorial y políticamente hablando, aunque, en última instancia, debieran obediencia a la capital esparciata. Los perioikoi no solo se
Los periecos estaban mucho más integrados en Esparta de lo que se creía
habrían encargado de las industrias artesanales, el comercio y otras tareas lucrativas lacedemonias, proscritas para los hómoioi. También habrían tenido en las actividades agropecuarias, como los “pares”, su principal fundamento socioeconómico, incluidos los correspondientes braceros ilotas. Esto, además de poder gestionar con libertad sus oficios y festivales religiosos e, igualmente, el aspecto más popular sobre los espartanos: la archifamosa dedicación a la guerra.
Los prósperos periecos
Las veintidós polis periecas localizadas hasta hoy –la gran mayoría laconias, y un puñado, mesenias– podían coordinar sus propias levas y dirigir la instrucción militar de esas fuerzas cuando Esparta requería su asistencia. No sucedía pocas veces. Por lo menos, uno de cada dos hoplitas que lucharon bajo la célebre letra lambda en las guerras Médicas, del Pe
loponeso y tantas otras procedía del entorno “periférico”. Incluso hubo periecos de clase acomodada que se ofrecieron como voluntarios para misiones remotas y peligrosas, toda una demostración del grado de empatía, lealtad y proximidad con la hegemonía esparciata. Apunta en el mismo sentido de un íntimo entendimiento y mucha confianza el hecho de que los perioikoi protagonizasen labores de espionaje y capitaneasen naves de guerra, para mayor gloria de Esparta. También que fuesen poblaciones periecas las que mantuvieran a raya a los ilotas en muchos confines del vasto reino peninsular, donde no había asentamientos de “pares”. Estos fieles aliados internos habrían medrado a gusto bajo sus socios dominantes. Es la explicación más plausible para tanta connivencia con ellos. Lo mismo sugiere el que millares de periecos dispusiesen de recursos suficientes como para sufragar el costoso equipamiento de hoplita, o que hubiese, entre ellos, algún que otro rentista, ciudadanos no necesitados de trabajar. Las tumbas castrenses también avalan la fraternidad política, económica, militar y cultural de ambos componentes de la sociedad espartana. En estos vestigios arqueológicos, se recuerda a sus moradores con la misma lacónica sencillez, sin que pueda diferenciarse un origen del otro, los lacedemonios hómoioi de los lacedemonios perioikoi, todos uno.
¿Amenaza ilota?
Bastante menos simpatía profesaron al reino peloponesio los ilotas. Muy comprensiblemente. Pues estos descendientes de los lugareños sometidos por los dorios invasores que fundaron Esparta componían la sufrida servidumbre de esta, el sector a costa de cuya labor manual prosperaban esparciatas y periecos. La visión de este estamento oprimido ha ido cambiando radicalmente desde la década de 1990 y, en especial, desde la primera del siglo en curso, gracias a monografías, estudios comparativos y prospecciones arqueológicas que han deparado nociones auténticamente revolucionarias. Convencionalmente, se consideraba a los ilotas no como esclavos comerciables de posesión privada, como los que había en Atenas y Roma o, en tiempos modernos, en los virreinatos coloniales hispanos y
Bastante menos simpatía profesaron al reino peloponesio los ilotas
en las plantaciones sureñas de Estados Unidos. Se los interpretaba, más bien, como una versión griega de los siervos de la gleba medievales. Es decir, como trabajadores arraigados, inamoviblemente, en la parcela que labraban. Como giro singular espartano, la propiedad de estos no correspondía a un señorío o sus señores, sino a la polis. También en el relato tradicional, el ilotismo habría sido un factor modelador decisivo de la sociedad espartana, debido a la tensión permanente que habría provocado en su seno. La existencia de una gran masa oprimida, repartida por toda Laconia y Mesenia, habría forzado a los esparciatas a desarrollar un Estado militarizado, controlado palmo a palmo para poder mantener subyugadas a esas hordas cautivas. Era el presunto peligro latente que, en la historiografía al uso, se ha llamado la amenaza ilota.
Sin embargo, las investigaciones recientes desmontan estas y otras teorías. Lo cual afecta no solo al ilotismo, sino a la propia visión de la Esparta clásica como reino marcial por excelencia. Los humildes ilotas, en efecto, han supuesto el campo de estudio más dinámico de los últimos años, así como el que ha ofrecido revelaciones más espectaculares sobre el país de la bella Helena mitológica y el heroico rey Leónidas de las Termópilas.
Revelaciones sorprendentes
De acuerdo con los análisis comparativos de las nuevas tecnologías, la mayoría de los textos de los siglos v y iv a. C., o sea, los clásicos, se refieren a los siervos espartanos como de titularidad particular, no pública, aunque la polis influyera a menudo en qué destino dar a esas fuerzas laborales. Las fuentes que arrogan al Estado la posesión de esos esclavos son de época helenística, romana o más tardía, cuando una Esparta en declive constante ya se iba volviendo un espejo al gusto de cada comentarista. Otra noción habitual que se derrumba es la de la aparente homogeneidad del ilotismo, como si estos esclavos formasen un colectivo compacto, y no una suma de individuos diferenciados. Ya en la Antigüedad se señaló que los ilotas podían poseer bienes, desde monedas hasta embarcaciones. Ahora, además, se
baraja que el tributo en especies que pagaban periódicamente a los esparciatas no haya sido completamente abusivo. Se habría cifrado en la mitad de lo cosechado para el dueño del kleros y la otra mitad para su trabajador.
De haber sido así, aquellos ilotas a cargo de tierras más fértiles habrían podido ir acumulando excedentes en su beneficio. Como solían permanecer en el mismo lote por generaciones, sus hijos y nietos habrían continuado prosperando en ese sitio. Lo cual, con el tiempo, habría destacado a unas familias ilotas sobre otras. Como el régimen espartano resultaba tan conveniente a estos líderes de su comunidad, los mismos se habrían afanado en mantenerlo. Esta secuencia tan plausible habría conducido, como defienden investigadores actuales, a la novedad de que el dominio esparciata de los ilotas podría haberse apoyado en colaboracionistas.
Una vigilancia irregular
Esto habría ocurrido, sobre todo, en regiones remotas, donde, sin la cooperación voluntaria de algunos nativos, no puede explicarse la prolongada hegemonía de los hómoioi. Reforzando esta tesis, en la década de 2000 se encontraron una serie de evidencias arqueológicas, tanto en el macizo laconio del Parnón como en el extremo occidental de Mesenia, de asentamientos ilotas muy disímiles. La pri
mera zona mostraba una galaxia de enclaves diminutos. Más alejada de centros de poder esparciatas, la segunda ofrecía menos sitios, pero más grandes. Una vez confrontados, ambos proyectos científicos traslucieron que los “pares” no vigilaban a los ilotas de forma uniforme en todo el reino, algo ignorado antes. Pero, además, esas excavaciones sugieren que los esclavos del área más próxima a la capital espartana estaban atomizados para facilitar su control. Los ilotas del lejano oeste, en cambio, distantes y acaso supervisados entonces de manera discontinua, habrían podido organizarse con mayor autonomía. Arracimarse más, y así vivir de un modo más comunitario, para, por ejemplo, aligerar labores y compartir servicios.
Otra sorpresa de nuevo cuño radica, tal como indica un estudio de 2008, en que nunca bajo la hegemonía de los hómoioi habría cuajado una identidad mesenia lo bastante consolidada como para que los ilotas se esforzaran en revertir el orden impuesto. La excepción más notable fue la revuelta de 460 a. C. Sin embargo, esta terminó desinflada a causa de la salida al exterior de muchos de sus actores. Además de haber sido dirigida, otra novedad, por periecos descontentos y no por ilotas. El caso es que ni siquiera Atenas logró avivar, más que fugazmente, el sentimiento antiesparciata local, al no tener una base social suficiente para que prendiera con contundencia.
Corros y gorros de perro
Tampoco hay pruebas ponderables de que la citada sublevación derivara en un aumento de las medidas represivas. Las fuentes antiguas así lo defendieron, pero lo cierto es que son varios siglos posteriores a los hechos narrados. Por el contrario, según se sopesa desde hace un tiempo, los esparciatas podrían haber hallado una válvula de escape para aliviar las tensiones interétnicas en su pueblo. En este sentido, comenzaron a alistar a ilotas a cambio de su libertad. Este experimento, que se estrenó en 424 a. C. para disponer una expedición hacia el norte heleno, produjo tan buenos resultados que llevó a la fundación de columnas enteras de neodameis, de “nuevos ciudadanos”, o ilotas manumitidos, en la década inicial del siglo siguiente.
Varios títulos recientes señalan otros posibles mecanismos que contribuían a la relajación social. Uno de 2014 conjetura, por ejemplo, que estos habrían consistido en pequeñas rebeldías cotidianas de los ilotas. Entre ellas, recordar en corros nocturnos antiguos actos de resistencia, incordiar a sus amos con nimiedades irritantes o quitarse a escondidas los gorros obligatorios de piel de perro.
La irregularidad geográfica de la vigilancia, la debilidad identitaria, el éxito de la fórmula neodameis y los otros indicios expuestos son indicativos, para los expertos de una línea revisionista, de que la relación entre los esparciatas y sus esclavos fue tan compleja como matizable, como suele serlo la realidad. Pero sus características comprobadas, concluyen, derriban la idea de la famosa amenaza ilota. Con lo que cae también el argumento principal del estado de alarma permanente en que, para la historiografía convencional, habrían vivido los “pares” para mantener a raya a sus siervos.
Una Esparta muy distinta
Tesis como esta y otras cada vez más aceptadas en el ámbito académico descafeínan la típica imagen militarizada de Esparta. Es más. Para Stephen Hodkinson, director del Centro para los Estudios Espartanos y Peloponesios de la Universidad de Nottingham, uno de los referentes actuales en la materia, “los propios esparciatas estaban tan poco preocupados por su seguridad cotidiana que, aunque superados en número, vivían su vida diaria desarmados”. Tomaban precauciones de rutina, desde luego, pero no parece que más que otras polis con esclavos. No era, por tanto, ningún régimen perpetuo de terror, ni la consiguiente sociedad cuartelaria, sino otra Esparta, bastante similar al resto de Grecia. Al menos, que se sepa hasta ahora en una ciencia, como todas, en reescritura constante. ●