La madre de nuestras libertades
ESTE AMBICIOSO ENSAYO PLANTEA NUEVAS PREGUNTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN FRANCESA A LA LUZ DE LA HISTORIOGRAFÍA MÁS RECIENTE
No hay duda de que las democracias actuales son herederas de la Revolución Francesa. Lo que ya no está tan claro es el sentido de los hechos que se desencadenaron a partir de 1789. Desde entonces, diversas generaciones de historiadores no han logrado establecer un consenso acerca de cuestiones que siguen siendo esencialmente polémicas. El estadounidense Jeremy D. Popkin, en El nacimiento de un mundo nuevo, sintetiza cincuenta años de investigaciones, y nos propone una aproximación al tema que integra las nuevas preguntas de la historiografía reciente, interesada en cuestiones como el género o la raza.
Popkin retrata un mundo en plena efervescencia, donde se debate con pasión, tanto en la Asamblea Nacional como en la prensa, el rumbo que se pretende dar a las reformas. La gente de aquella época, como la de la actualidad, era consciente de que vivía en medio de cambios profundos en los medios de comunicación. Si hoy, en plena revolución digital, nos cuesta distinguir entre lo verdadero y lo falso, entonces sucedía lo mismo con el auge de todo tipo de periódicos y panfletos. Quienes vivieron aquella etapa de esperanzas e incertidumbre tenían la inequívoca sensación de que la historia se había acelerado.
No todo fue una maravilla
Los revolucionarios galos proclamaron la igualdad de todos los hombres. Fueron menos entusiastas al reconocer los derechos de los esclavos de sus colonias. Determinados prejuicios eran tan grandes que incluso las mentalidades más progresistas no sabían desprenderse de ellos. Se dio así la paradoja de que los mismos abolicionistas que proclamaban, en abstracto, el derecho a la libertad, estaban convencidos de que los negros aún no estaban preparados para disfrutarlo. Las grandes palabras de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano tampoco se tradujeron en un reconocimiento de la igualdad de género.
Las mujeres continuaron postergadas. Estas incoherencias no fueron el único defecto del régimen surgido de 1789. Además de la sangre que se vertió en el Terror, Popkin tiene en cuenta la fragilidad de las nuevas instituciones. Su debilidad permitió a Napoleón implantar, sin demasiadas dificultades, un gobierno autoritario. Así, se imponía el pragmatismo de los que sabían adaptarse a cualquier circunstancia. Ellos hicieron posible la supervivencia de los nuevos valores liberales en medio de una Europa aún sumida en el absolutismo. Sin embargo, como señala el autor, la profundidad de la Revolución Francesa no hubiera sido posible sin otro tipo de gente, los idealistas dispuestos a morir por la causa. Tanto unos como otros resultaron imprescindibles, igual que el acelerador y el freno son necesarios para un automóvil.