GUERREROS DE DIOS
Nuevas aportaciones sobre las cruzadas
Pese a los siglos transcurridos, las cruzadas aún cautivan nuestra imaginación. La historiografía acostumbra a rastrear en Occidente el origen de la primera, que desembocó en la conquista cristiana de Jerusalén en 1099. El personaje clave, según esta visión, habría sido el papa Urbano II, capaz de enardecer a su auditorio con un famoso discurso en el que reclamaba la recuperación de Tierra Santa. El pontífice, sin embargo, no hacía más que responder a la petición de ayuda de Bizancio. De ahí que Peter Frankopan, el conocido medievalista inglés, invierta el tradicional centro de atención en La primera cruzada, traducción castellana de su primer libro de historia, publicado en 2012. Trata así de desentrañar las razones por las que el Imperio oriental necesitaba socorro. La corte de Constantinopla, al contrario de lo que habitualmente se piensa, no buscaba iniciar un proceso de expansión en Asia Menor. Procuraba, simplemente, sobrevivir en unos momentos en los que el Imperio caminaba al borde del precipicio. El gran protagonista en el relato de Frankopan es Alejo I (1081-1118), un militar que consiguió el trono bizantino tras alzarse contra su predecesor, Nicéforo III. Una vez coronado, necesitó toda su audacia para frenar a repetidos invasores por todas las fronteras de sus dominios. A lo largo de su reinado, además de reactivar la economía, recuperó territorios y fortaleció su autoridad.
El rival de Ricardo I
En el lado musulmán, Saladino, soberano de Egipto y Siria, desempeñaría un papel similar en tiempos de la tercera cruzada, en tanto que líder capaz de remontar una situación adversa. Hasta su llegada, sus correligionarios permanecían divididos por mil luchas intestinas. Jonathan Phillips, profesor de Historia de las Cruzadas, reconstruye su trayectoria en Vida y leyenda del sultán Saladino. En esta biografía seguimos al protagonista por los complejos entresijos del Próximo Oriente y descubrimos las cualidades y defectos del antagonista de Ricardo Corazón de León. Poseía un enorme talento militar y político, pero ni era infalible ni estaba exento de crueldad. Prueba de su carisma es la admiración que se ganó entre sus enemigos cristianos, que hicieron de él un arquetipo de caballerosidad. Entre los suyos, por otra parte, se convirtió en el prototipo del gobernante justo. Su mito llega tan lejos que los líderes árabes del siglo xx, como el egipcio Nasser, se miraron en su espejo para presentarse como libertadores frente al colonialismo occidental. En un tiempo en que se repetían las derrotas para el mundo islámico, el deseo de que surgiera un nuevo Saladino ayudaba a mantener la esperanza y a fortalecer la propia identidad.