LA EDAD MEDIA A NUESTRO ALCANCE
Un período lleno de innovaciones y complejidad
Todavía seguimos identificando la Edad Media con un período oscurantista, dominado por el clero, aunque la historiografía ha barrido ya ese viejo tópico. ¿Por qué, en ese caso, los conocimientos académicos no llegan a modificar el imaginario popular? Lo habitual es que los estudios académicos, por su grado de especialización, no lleguen al gran público. Faltan libros que, sin dejar aparte el rigor, transmitan a los lectores la complejidad de ese tiempo con un lenguaje comprensible y entretenido. Esto es lo que consigue La Edad Media. Una historia gráfica, una síntesis fruto del esfuerzo mancomunado de Eleanor Janega, medievalista de la London School of Economics, y de Neil Max Emmanuel, un formidable ilustrador que aporta un contrapunto muchas veces irónico.
Aunque nos hallamos frente a un volumen de carácter divulgativo, la autora consigue que el lector culto no bostece de aburrimiento porque le cuenten una historia mil veces repetida. El tono, fresco y provocativo, transmite con aparente facilidad no solo nombres y hechos, también las grandes cuestiones interpretativas. Entendemos así que este período de mil años no fue monolítico ni pudo serlo. A lo largo de todo ese tiempo se dieron sucesivos “renacimientos”, como el carolingio, el otónida o el del siglo xii. Además, los contornos de la etapa distan de ser evidentes. ¿Concluyó con la rebelión de los husitas contra el Sacro Imperio, tras la caída de Constantinopla, con el descubrimiento de América…?
Las raíces del presente
Acostumbramos a suponer, por otra parte, que hablamos de una época de la que se han perdido muchos documentos. La realidad es, como siempre, más compleja. Janega nos recuerda, tal vez para bajarnos los humos respecto a la superioridad de nuestra cultura, que “algunos libros que fueron populares en el siglo xx han llegado a nuestros días en una proporción menor que los romances populares de la Edad Media”. En el terreno del conocimiento y de la creación, en efecto, estamos lejos de encontrar un desierto, tal como mucha gente imagina a la ligera. El interés por los clásicos griegos y latinos, por ejemplo, ya existía entonces. En este sentido, la autora relativiza las innovaciones que tuvieron lugar después: “¿Cabe llamar renacimiento a la aparición de unos cuantos libros nuevos de autores con los que ya está obsesionado todo el mundo?”.
Tampoco sería cierto, además, que el individuo surgiera en la Italia de Leonardo y Miguel Ángel. La existencia de autobiografías medievales demuestra que la gente ya tenía un concepto claro de su propia persona. Por estos y otros motivos, contraponer una “edad de la fe” a la posterior “edad de la razón” no sería otra cosa que propaganda de aquellos que, para prestigiar lo propio, calumniaron lo que existía antes.