El hambre insaciable de nuevas experiencias
EL ABURRIMIENTO COMO MOTOR DE LA HISTORIA
La historia del aburrimiento no tiene por qué ser aburrida. Lo demuestra una gran especialista en el tema, Josefa Ros Velasco, en un volumen que aborda la cuestión desde la Antigüedad hasta nuestros días. Descubrimos aquí cómo gentes de distintas épocas han reaccionado ante la insatisfacción que implica no hacer nada o hacer algo que no posee un verdadero interés. Puede que este problema parezca relativamente inocuo, pero, en realidad, resulta grave y trascendente. En el siglo xvii, el pensador francés Blaise Pascal creía, seguramente con razón, que todas las desgracias de los seres humanos se derivaban de no saber permanecer sentados y en soledad en una habitación.
Para los antiguos, el aburrimiento constituía el estado vergonzoso de aquellos que no cultivaban la virtud como debían. Para Horacio, el intento de paliarlo a toda costa conducía a graves consecuencias: “Me irrito con mis amigos, porque se afanan por apartarme de esta funesta apatía; persigo lo que sé perjudicial, rehúyo lo que creo beneficioso”. En la Edad Media, en cambio, se prefiere hablar del tedio como pecado mortal. Es lo que impide que el alma esté tranquila en presencia de Dios. ¿Cómo superar esta situación? San Benito de Nursia dio con el remedio: “Ora et labora” (reza y trabaja), el lema de su orden.
En la sociedad de masas
Más tarde, con el auge del capitalismo, el aburrimiento representó lo opuesto a la ética del trabajo. En el siglo xix son muchas las voces que lo consideran el mal que define a la época. Para Novalis, significa estar hambriento de experiencias. Flaubert creó al personaje que más lo sufrió, madame Bovary. Por algo otro escritor, Baudelaire, denominaba al aburrimiento “monstruo exquisito”, capaz de convertir la vida en cenizas. Muy posiblemente, aquí encontramos la clave de por qué tantas personas, a falta de otros alicientes, creyeron que la génesis de la Gran Guerra suponía el inicio de una aventura excitante. Con la democratización del hastío, la industria del entretenimiento se presentó como salvadora. Nacieron los cines, los parques temáticos y muchos otros instrumentos encaminados a la distracción. Pero pronto iba a descubrirse, por desgracia, que este ocio estandarizado tampoco aportaba una verdadera solución al problema.