Con el enemigo en casa
La maldición de Tutankhamón no fue más que una ocurrencia privada difundida por ventajistas, sin base real
Tutankhamón sigue
siendo el centro de una de las grandes leyendas urbanas de la arqueología: la maldición, una paparrucha destinada a vender periódicos y libros. Paradójicamente, el responsable de haberle dado un barniz de credibilidad fue... ¡el propio hijo de lord Carnarvon!
Cuando Desroches Noblecourt
(abajo) estaba escribiendo su libro sobre Tutankhamón, entrevistó a lord Porchester, quien le dijo que, antes de marchar a India, dejó a su perrita al cuidado de su padre. Ambos se volvieron inseparables, hasta el punto de que el animal sufría mucho cuando se alejaban.
Supuestamente, la conexión
era tan estrecha que “en Inglaterra, en el momento exacto del deceso de lord Carnarvon en El Cairo –teniendo en cuenta la diferencia horaria–, el animal se puso a aullar sin que nadie consiguiera calmarlo y seguidamente cayó muerto”. A lo que el noble británico añadía el detalle de que, justo en ese momento, se apagaron las luces de todo El Cairo. ¡La maldición confirmada por uno de los propios afectados!
En su biografía,
Desroches Noblecourt cuenta que cuando, años después, se volvió a encontrar con el personaje, este “me preguntó si había tenido en cuenta los datos que me había proporcionado. ‘Por supuesto. Los he incluido en el prefacio’. Se echó a reír y me confesó: ‘¡Pero es que le dije lo primero que se me vino a la cabeza! Hoy día le diría algo completamente distinto...’”. Si tenemos en cuenta que el libro de la egiptóloga francesa vendió más de un millón de ejemplares en media docena de idiomas, ya podemos hacernos una idea de quién es responsable de que el mundo siguiese creyendo en la inexistente maldición.
De modo que no solamente Tutankhamón limaba aristas diplomáticas, que seguían afiladas tras la guerra del canal de Suez (1956), sino que, además, recaudaba sus buenos dineros para la campaña de la Unesco. A ella fueron destinados los ingresos por la venta de entradas, sin contar con que los franceses se ocuparon también de la restauración de los objetos antes de su exposición, entre ellos, la máscara de oro del faraón. Egipto tardó un poco más en perdonar a los británicos su “protección” y su participación en la guerra de Suez, pero, finalmente, en 1972 fueron llevadas al Museo Británico medio centenar de piezas del ajuar de Tutankhamón, para una exposición que acabó prolongándose nueve meses. Durante ese lapso, un millón seiscientos mil visitantes disfrutaron maravillados de las riquezas de la KV 62, al tiempo que se dejaban, en entradas y recuerdos, hasta seiscientas mil libras esterlinas, que fueron a parar al fondo de la campaña de Nubia.
Puede que, en su época, Tutankhamón tuviera problemas importantes en Oriente Medio, pero, sin duda, su reposo milenario lo acabó convirtiendo en un maestro de la diplomacia moderna. De hecho, un país no alineado como Egipto quedó vinculado a la diplomacia norteamericana cuando Sadat y Nixon pactaron que una nueva exposición de Tutankhamón viajara a Estados Unidos en el año 1977. Estas buenas relaciones allanaron el camino que, poco después, conduciría a la firma de los Acuerdos de Camp David en 1978 y al consiguiente establecimiento de una paz duradera entre Egipto e Israel. El casi desconocido faraón de 1922 lo había vuelto a hacer.
Siempre en el candelero
La relevancia de que sigue gozando Tutankhamón volvió a ser evidente en 2015. Unos años antes, la empresa española Factum Arte había realizado un escáner a máxima resolución de la tumba, para construir una réplica que pudieran visitar más turistas. El estudio de esas imágenes llevó al egiptólogo Nicholas Reeves a publicar un artículo donde sostenía la posible existencia de dos huecos desconocidos tras la pared norte y la oeste de la cámara funeraria de la KV 62.
En medio del revuelo internacional provocado por la noticia, publicada con gran fanfarria por medios de comunicación de todo el mundo, se iniciaron estudios de georradar y resistividad del terreno para comprobar si era cierto. El primero resultó positivo, mientras que los dos siguientes tampoco resultaron por completo negativos y, además, confirmaron la existencia de dos huecos en la montaña cerca de la tumba. Como era de esperar, las autoridades egipcias decidieron aprovechar el tirón mediático y convertir la publicación de cada estudio en una noticia de primera plana. Tutankhamón, una vez más, al rescate de la imagen egipcia, en una época un poco turbia tras la primavera árabe de 2011.
Entre pifias y museos
Y, lógicamente, cuando algo les pasa a las piezas del ajuar, también la noticia se convierte en un desastre internacional. Así sucedió en 2014, cuando una manipulación inadecuada de la máscara de Tutankhamón hizo que su barba postiza se separara del resto: para moverla, los supuestos expertos del Museo Egipcio de El Cairo la agarraron como si fuera un mango, y el peso del artefacto de oro fue demasiado para el pegamento faraónico. El revuelo mediático no fue pequeño, pero, al menos, sirvió para hacer publicidad de la nueva vida que les esperaba a los 5.398 objetos de Tutankhamón en el Gran Museo Egipcio.
El GEM, por sus siglas en inglés, es un megamuseo con los últimos adelantos en instalaciones y diseño expositivo que se está construyendo junto a la meseta de Giza, a las afueras de El Cairo, para convertirse en el buque insignia de la política cultural egipcia. Su construcción lleva en marcha desde 2012 y no parece terminarse nunca; sin embargo, dado que este año se celebra el centenario del descubrimiento de la tumba y que una galería completa del museo está destinada a exponer todos los objetos de Tutankhamón, podemos tener la seguridad de que al menos esa área del GEM se inaugurará en noviembre de 2022.
Sin duda, el faraón niño forma parte desde hace un siglo de nuestros corazones, y lo menos que se merece, en este cumpleaños tan especial, es una nueva casa donde lucir sus galas para deleite y alabanza de todos sus admiradores. ●
El GEM es un megamuseo con los últimos adelantos en instalaciones y diseño