¿De quién huyes, Roth?
Sus experiencias vitales parecieron empujarle a un callejón sin salida del que se evadió bebiendo
Los grandes traumas que moldearon la vida de Joseph Roth fueron el suicidio de su padre, la esquizofrenia de una mujer de la que no fue capaz de ocuparse ni emocional ni económicamente, el drama de su dependencia económica, sobre todo a partir del ascenso de Hitler (abajo, en 1933), y la destrucción del único mundo y cultura que conocía y que había llegado a amar. Intentó, sin éxito, mitigar aquel dolor terrible con las hojas en blanco y el alcohol, que acabó precipitando su muerte en París.
A Roth le angustiaba haber heredado la personalidad depresiva que había conducido a su padre –al que jamás conoció– a abandonar a su mujer sin saber que estaba embarazada y, más adelante, a vivir y vagar como un paria. También temía haber contribuido a la esquizofrenia de su esposa, a la que no había podido ofrecer ni domicilio estable (Roth se hospedaba en hoteles, todo su patrimonio cabía en tres maletas y ni siquiera contaba con una biblioteca propia) ni descendencia. Nunca se divorció de ella, aunque rehízo su vida con otras mujeres con las que tampoco tuvo hijos.
Roth se sintió expulsado de su propia casa, de su propia lengua y cultura y casi hasta de su propia familia con el ascenso de Hitler al poder y, después, con la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi. Aquello, además, lo llevó a vivir de la generosidad de sus amigos. La sensación de inutilidad y la herida que esto le provocó fueron tan intensas como su gratitud. En su última gran obra de ficción, La leyenda del santo bebedor, describe a un personaje que vive de la caridad bajo un puente de París, que no es capaz de no gastarse en alcohol el dinero que le dan y que no puede dejar de decepcionar a quien le ayuda.