Historia y Vida

¿POR QUÉ ES 2024 UN AÑO BISIESTO?

Que el año solar y el del calendario no duran lo mismo se sabe desde los tiempos de los egipcios, pero hasta 45 a. C. no se propusiero­n soluciones eficaces para solventarl­o

- XAVIER VILALTELLA ORTIZ

La Tierra no tarda 365 días en dar la vuelta al Sol, sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,10 segundos. A primera vista, la diferencia entre el año tropical y el oficial no parece demasiada, pero lo cierto es que, si no lo corrigiéra­mos, en medio milenio nos estaríamos comiendo los turrones en el verano del hemisferio norte. Por eso existen los años bisiestos, aquellos a los que añadimos un día para lidiar con esas horas de más. Bisiestos son los divisibles entre cuatro, uno de cada cuatro, y el día extra se lo sumamos a febrero, que, de lo contrario, tiene veintiocho. La alternativ­a sería volver al sistema que usaban los romanos antes de 45 a. C., un caos absoluto. Habían cometido el mismo error que los egipcios, el de tratar de hacer un calendario solar basado en meses lunares, esto es, meses que empiezan y acaban cada vez que la Luna se encuentra en la misma fase (29,53 días solares). Doce de estos resultan en un almanaque de 355 días, el que estaba vigente desde los tiempos de Numa Pompilio (c. 753 a. C.-c. 672 a. C.), y que provocaba un desajuste de diez días con respecto al año solar. Lo trataron de solucionar inventándo­se el mercedoniu­s, un mes de más que debía aparecer cada dos años, pero no funcionó, más que nada, porque cada gobernante lo insertaba cuando le parecía bien. Cuando Julio César llegó al poder, había un desfase tan grande que tuvo que asignar 445 días al año 46 a. C., que fue el más largo –y caótico– de la historia. Una vez puesto el marcador a cero, entró en vigor la reforma que le había encargado al astrónomo alejandrin­o Sosígenes. No es nada extraño que fuera egipcio, pues eran los que tenían una comprensió­n más clara del asunto. Observando que la estrella Sothis –quizá la que hoy llamamos Sirius– aparecía con un día de retraso cada cuatro años, hacía siglos que habían deducido que el año tropical dura cerca de 365 días y que tenían que alargar los meses. De hecho, dos siglos antes que los romanos, los egipcios ya habían tratado de implementa­r una fórmula bisiesta cuatrienal, pero no fue posible. Como en la Roma republican­a, los caprichos de los políticos se impusieron. César, pues, instauró el sistema por la fuerza. Cada cuatrienio se añadiría un día a febrero, pero no detrás del 28, sino entre el 23 y el 24; oficialmen­te, era una fecha que no existía. Este detalle explica el origen etimológic­o del término “bisiesto”, que deriva del latín bis sextus dies ante calendas martii, que significa “repetido el sexto día antes del primer día del mes de marzo”. No es que los romanos tuvieran ganas de complicar la terminolog­ía más de la cuenta, sino que es como ellos contaban los días. Calendas era el primero de cada mes, y a partir de ahí iban para atrás. Luego el intercalad­o pasó a ser el último de febrero, pero no sucedió con la implementa­ción del calendario gregoriano en el siglo xvi, como se tiende a pensar, sino que fue, más bien, una cuestión de costumbre. En Inglaterra, hasta el siglo xvii, se estuvieron usando los dos sistemas indistinta­mente. Lo que sí trajo la reforma gregoriana fue un reajuste de los cálculos de Sosígenes, que, aunque muy exactos para la época, se adelantaba­n unos once minutos por año. Esto se solucionó añadiendo la excepción de que los últimos años de cada siglo, además de divisibles entre cuatro, también tendrían que serlo entre 400. Por eso, 1800 y 1900 no fueron bisiestos, pero sí el año 2000. Con esto, el embrollo quedó “casi” solucionad­o, pues seguimos ganándole medio minuto anual a la traslación de la Tierra, pero hasta 5324 no tendremos que preocuparn­os de ello.

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Calendario gregoriano, implantado en 1582.

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