ENTRE DOS TIERRAS
Recordando una broma de los cómics de Astérix, “alístate en la legión, decían. Verás mundo, decían”. Y así era a menudo, como demuestra la vida de Suetonio Paulino, el primer romano que cruzó la cordillera del Atlas para, años después, marchar sobre Britania con el objetivo de sofocar la rebelión de la reina Boudica. La historia de Paulino explorador arranca, tal como recoge Suetonio en Vida de los doce Césares, con uno de esos episodios tan de Calígula. Ptolomeo, rey de Mauritania y descendiente de Juba y Selene, hija de Cleopatra, fue a Roma de visita, y, una vez allí, cometió el error de haber “atraído sobre él las miradas de los espectadores debido al fulgor de su manto púrpura” durante la celebración de unos juegos. Así que el emperador decidió ejecutarlo y, de paso, quedarse con sus dominios, que, hasta aquel momento, constituían un reino clientelar de Roma.
Los historiadores modernos, sin embargo, quitan peso al episodio del manto, que más bien parece el enésimo clásico de la propaganda contra Calígula, y creen que el movimiento oculta razones políticas. Así, Susan Raven recuerda en Rome in Africa que Ptolomeo, como hijo de Selene, era heredero de Marco Antonio y Cleopatra y, por tanto, un viejo recuerdo de la oposición a la dinastía Julio-claudia. Además, Calígula debió de considerar que Mauritania interesaba más a Roma como provincia que como reino clientelar. Al fin y al cabo, aquella era una región rica en recursos, que suministraba al Imperio grano abundante, uvas, perlas o el famoso tinte púrpura utilizado para teñir las togas imperiales que, quizá, dio origen a la historia de Suetonio. Pero el movimiento de Calígula tuvo consecuencias. En efecto, parte de los mauritanos se levantaron contra Roma, liderados por Aedmon, un liberto que había servido a Ptolomeo. Aquella rebelión fue heredada por Claudio, cuyos generales tardarían cuatro años en sofocarla. Uno de ellos, Suetonio Paulino, persiguió a los rebeldes hasta más allá de los confines del mundo conocido.
Hacia el Nilo de Occidente
En 41 d. C., Paulino condujo sus tropas desde Pomaria, la moderna Tremecén, en el norte de Argelia, en pos de los mauritanos rebeldes que se batían en retirada ante la pujanza de las armas romanas. Durante aquella persecución, Paulino y sus huestes atravesaron la cordillera del Atlas, algo que ningún romano había logrado hasta el momento, y penetraron en el Sahara, topándose con un paisaje de roca desnuda y grava roja. Allí empezaron los problemas, pues, durante diez días, el ejército de Suetonio sufrió un calor insoportable y una sed abrumadora. En el curso de su viaje, Paulino y sus hom
Al general Suetonio Paulino no lo detuvo ni la cordillera del Atlas
bres habrían alcanzado el conocido como río Ger, bautizado hoy como Wadi Guir. Este nombre, el de Ger, ha dado no pocos dolores de cabeza a los historiadores, pues en la Antigüedad se nombró así a diversos cauces, ya que la raíz “ghir” significa en líbico-bereber “agua corriente”. Es más, en la época de Paulino, el río Ger también era un mito geográfico, una especie de Nilo occidental con que los romanos, probablemente debido a las informaciones de los comerciantes más viajeros, hacían referencia al desconocido río Níger o a otro gran río africano. El historiador Jehan Desanges, en su estudio sobre Plinio el Viejo y su Historia natural, dejó abierta la posibilidad de que nuestro viejo conocido Balbo hubiera alcanzado ya aquel Nilo occidental, estuviera donde estuviese, durante su expedición.
Más allá de estas curiosidades de corte legendario, Plinio el Viejo narra las aventuras de Paulino, “motivo de gloria”, basándose en los escritos que habría dejado el propio general, donde detalló las faldas de un Atlas repletas de “bosques densos y profundos de una clase desconocida de árboles, de una altura notable, con un bello tronco sin nudos”, parecidos a los cipreses “excepto por su fuerte olor”, y que contaban con una pelusa útil para fabricar “tejidos semejantes a los de seda”. Paulino también habría descrito a las gentes de aquellos territorios, “llenos de elefantes y fieras y también de toda clase de serpientes”, llamándolos “canarios, porque comen lo mismo que ese animal y comparten las vísceras de las fieras”. Y en este punto, Plinio el Viejo sitúa a los etíopes, pues, a su juicio, Paulino no estuvo demasiado lejos de aquellas tierras donde, además, los romanos dieron con una poderosa medicina en forma de planta, el euforbio, capaz de devolver la vista a un ciego y muy eficaz como antídoto contra muchos tipos de venenos.
Y hasta aquí la aventura africana de Paulino, quizá el más famoso de los guerreros que pelearon en aquella Mauritania. Pero hubo otro, del que sabemos más bien poco, que también recorrió fantásticas tierras persiguiendo a los rebeldes mauritanos. Un tal Hosidio Geta, que, como subordinado de Paulino, comandó un contingente paralelo al de su superior y acabó enfrentándose a los nómadas del desierto y a los ardores de las arenas, que acabaron por derrotarlo. Aunque parece que los dioses, finalmente, intervinieron y acudieron en su auxilio, lanzando una providencial lluvia sobre la sedienta y exhausta tropa.
Pese a estas expediciones, punta de lanza de la exploración africana, en los años posteriores, los romanos perdieron el interés en volverse a enfrentar al Sahara en el oeste continental. Esta zona quedaría para uso exclusivo de los experimentados habitantes del desierto. ●