MONTAÑAS DE LA LUNA
¿Qué intereses movían a los pretorianos de Nerón que buscaron las fuentes del Nilo?
Pocos misterios han fascinado más al ser humano que el de las fuentes del Nilo. Desde la Antigüedad, los griegos se interesaron por este punto geográfico desconocido, llegando a popularizar el nombre de una mítica formación conocida como montañas de la Luna, desde cuyas nieves perpetuas potentes arroyos alimentarían una serie de lagos que, a su vez, crearían el gigantesco Nilo. Para comprobar si la leyenda era cierta, un contingente romano partió en busca del origen del gran río hacia el año 60 d. C. De nuevo, Plinio el Viejo es una fuente de información básica a la hora de desentrañar esta expedición, cuyos orígenes se remontan al año 29 a. C., cuando Augusto dio la orden de someter Tebaida, una región situada al sur de Egipto. A esta misión se aplicó Publio Petronio en calidad de gobernador. Petronio combatió contra la reina etíope Candace, nombre con el que se conocía a las gobernantes de Nubia y Etiopía, y trató de alcanzar la ciudad de Meroe, en Sudán, siendo incapaz de lograrlo a causa del calor extremo. Lo que sí logró Petronio fue tomar la que Plinio llama Estadisis, donde el Nilo, “al despeñarse, ensordece con su fragor”. Plinio también calcula que Petronio “se adentró lejísimos”, a “870.000 pasos de Siena”, punto que marcaba el límite de los dominios romanos en el sur del mundo. Con aquel viaje, la ruta hacia las fuentes del Nilo se planteaba como posible. Era algo que el último de los Julio-claudios iba a tener muy en cuenta. Dentro de las excentricidades atribuidas a Nerón, una de las más desconocidas es la de su interés por el origen del Nilo. Según Séneca, el emperador quería conocer sus fuentes, y para descubrirlas, se dispuso a enviar una expedición de carácter meramente científico. Plinio el Viejo, sin embargo, cree que tras ese movimiento de Nerón había intereses más mundanos: lo que el emperador habría querido, en realidad, era obtener información para llevar la guerra a los reinos etíopes más próximos a las fronteras de Egipto.
¿Una expedición doble?
De cualquier modo, en lo que coinciden tanto Séneca como Plinio es en que Nerón encargó la misión de descender por el Nilo a sus pretorianos. En su viaje, estos habrían tocado una isla en mitad del río llamada Gagaudes, tras la cual “vieron por primera vez loros”. Poco después alcanzaron una nueva isla, Artigula, donde habitaba un animal “llamado esfingio”, cuyo equivalente real resulta difícil de desentrañar, lo que no ocurre con otras bestias con las que se cruzaron, como los “cinocéfalos”, o cabeza de perro, probablemente un tipo de cánido africano. Los pretorianos alcanzaron la ciudad de Meroe y sus pirámides, gobernada, según Plinio, por otra reina Candace. Aquella Meroe tenía un templo dedicado a Amón, y parece que de ella podían salir ejércitos bastante numerosos, si bien Plinio da la exagerada cifra de doscientos cincuenta mil hombres, a los que el autor define como “hijos de Vulcano”, que recibieron el nombre de atlantes antes de pasar a llamarse etíopes. Plinio sostiene también que muy cerca de ellos vivía un pueblo de pigmeos dentro de unas lagunas de
las que, a su vez, nacía el Nilo, donde también habitaba un pueblo no menos exótico cuyas gentes carecían de boca, por lo que se alimentaban a través de la nariz sorbiendo avena con el apoyo de una pajita. Leyendas aparte, parece que los pretorianos, tras sobrepasar Meroe, llegaron a tierras verdes y frondosas, donde encontraron elefantes.
El relato de Séneca difiere ligeramente del de Plinio, algo que ha hecho pensar a algunos historiadores que, realmente, Nerón envió dos expediciones distintas a la zona, aunque esto parece improbable. Séneca basa su narración, recogida en su obra Cuestiones naturales, en el testimonio de dos centuriones pretorianos a los que entrevistó, insistiendo en que los intereses del emperador en el Nilo eran solo intelectuales. Aquellos centuriones sostenían que, favorecidos por el rey de Etiopía –aquel territorio que para Roma era todo lo que estaba al sur de sus provincias–, lograron penetrar en el continente hasta llegar a una zona de grandes lagunas impracticables para las naves que, según los locales a los que interrogaron, no tenían final conocido. Allí, los pretorianos encontraron dos grandes peñascos de los que salía un gran río, por lo que Séneca sugiere que esos soldados fueron los primeros europeos en dar con las fuentes del Nilo. Hoy, se plantea que quizá lo que lograron fue llegar hasta las cascadas Murchison, junto al lago Alberto, aunque no podemos estar seguros. Aparte de Séneca y Plinio, los arqueólogos se hicieron con otra fuente en la que parece hacerse referencia a episodios que pudieron desarrollarse durante la expedición de los pretorianos. Fragmentos de papiros fechados entre 60 y 94 d. C. detallan cómo romanos y etíopes chocaron con los temibles trogloditas, habitantes de las cavernas que, según relatos antiguos, habrían vivido también cerca de los garamantes, en Libia. Unas operaciones militares que dan a entender que, efectivamente, algún viaje hubo Nilo abajo. Siendo muy conservadores, aquella marcha pretoriana habría llegado hasta el sur del actual Sudán con el fin de lanzar operaciones de castigo para que el Imperio pudiese mantener abiertas las rutas comerciales que suministraban, entre otros recursos, marfil y esclavos. ●