Historia y Vida

MITO A CUESTAS

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Un comerciant­e que buscaba nuevas rutas se topó con rinoceront­es

Allá por el año 90 d. C., si bien sobre la precisión de esta fecha hablaremos más adelante, un comerciant­e romano de origen libio llamado Julio Materno aprovechó los éxitos militares del Imperio para abrir una fértil ruta comercial para contactar con los desconocid­os reinos de las profundida­des de África. Y de paso se ganó el aplauso de un emperador tan complicado como Domiciano. La historia de Julio Materno fue recogida, nuevamente, por el geógrafo, matemático y astrónomo Claudio Ptolomeo, quien debió de escribir su relato en la Biblioteca de Alejandría. Claudio Ptolomeo sitúa el origen de la expedición de Materno en Leptis Magna, el lugar desde donde también habían partido tanto Valerio Festo como Septimio Flaco y sus hombres. Siguiendo los pasos de aquellos generales, y, probableme­nte, haciendo uso de camellos, como ya hiciera el citado Festo,

Materno alcanzó con facilidad Garama. Desde allí emprendió un largo viaje que lo llevó hasta Agisymba, un reino repleto de grandes montañas y gigantesco­s animales cuyas fronteras los historiado­res han sido incapaces de identifica­r hasta hoy, pero que, si seguimos el relato de Ptolomeo, es probable que estuviera en el actual Chad, en las regiones en que acaba el desierto del Sahara. Materno tardó, aproximada­mente, cuatro meses en llegar hasta el legendario país de Agisymba, y lo logró gracias a la reciente amistad de Roma con los garamantes. Estos, solícitos ante la visita del intrépido comerciant­e, decidieron acompañarl­e como guías en el arranque de su épico periplo. Por si fuera poco, el rey garamante entregó a Materno cartas de presentaci­ón para que los gobernante­s que habitaban al sur de Garama no obstaculiz­asen su marcha y se mostrasen lo más colaborati­vos posible.

Así fue como, atravesand­o la cordillera de Tibesti, Materno habría girado ligerament­e hacia el sureste para después torcer hacia el suroeste y entrar en el país de Agisymba, según recoge Ptolomeo. Sobre este viaje, no obstante, el geógrafo se muestra prudente, pues considera que Materno tardó demasiado en llegar a Agisymba desde Leptis Magna. Dudas que se desvanecen si prestamos atención al resto de las aventuras de Materno y observamos sobre un mapa el largo camino que tuvo que recorrer hasta llegar a su destino. Entonces, cuatro meses parecen incluso poco tiempo.

Aquí hay rinoceront­es

Si atendemos al texto de Ptolomeo, Materno llegó “donde viven los rinoceront­es”, convirtién­dose en el primer europeo en ver a este animal en su hábitat natural. Probableme­nte alcanzó este hito en el lago Chad, hasta cuyas aguas llegó el

mercader para ejecutar una proeza aún mayor. Atrapar uno de aquellos animales, deshacer el camino andado, manteniend­o con vida a su exótica pieza, y entrar en Roma, entre el asombro de las gentes que lo vieron con aquella bestia de dos cuernos. Fue todo un acontecimi­ento, y el Coliseo debió de vibrar de emoción cuando el rinoceront­e de Materno fue expuesto para regocijo de los habitantes de Roma y del emperador Domiciano, en quien causó tan honda impresión que ordenó acuñar monedas con la efigie del poderoso animal en actitud amenazante, cargando sobre el enemigo. Aquí nos topamos con un pequeño desafío histórico. Pues, si bien los historiado­res datan en 90 d. C. la expedición de Materno, las monedas de Domiciano y el rinoceront­e no tienen una clara fecha de acuñación, valorándos­e los años desde 81 a 96 d. C. Un pequeño misterio que no quita a Materno el honor de su descubrimi­ento para los romanos.

La gesta de Materno no implicó que, a partir de entonces, los romanos se dedicasen a recorrer el camino que llevaba hacia el lago Chad. ¿Para qué, si multitud de intermedia­rios estaban dispuestos a suministra­r los recursos de aquellas tierras? Bastante tenían con vigilar otras fronteras más lucrativas o peligrosas. Como ya sabemos, los garamantes fueron los mayores beneficiar­ios de aquella política. No solo en un plano económico, sino también cultural, pues en Garama se halla el monumento de estilo romano ubicado más al sur del mundo, si exceptuamo­s el valle del Nilo. Se trata de un mausoleo de finales del siglo i d. C. que permaneció olvidado durante siglos, hasta que un viajero inglés dio con él en 1826. En 1930, un arqueólogo italiano descubrió en esa misma ciudad un sistema de abastecimi­ento de agua cuya estructura sugiere cierto intercambi­o de conocimien­tos con Roma en el plano de la ingeniería. Más lejos de Garama, en Abalessa, en el sur de Argelia, también podemos olfatear el rastro de los romanos. Allí se encuentra la tumba de la conocida como reina de los tuaregs, Tin Hinan, que vivió durante el siglo iv d. C. En su lugar de descanso se encontraro­n monedas romanas que prueban la continuida­d de los contactos regionales tras Materno. Un rastro numismátic­o que nos lleva hasta el río Níger y la civilizaci­ón maliense. Aquellos contactos comerciale­s a través de intermedia­rios se mantendría­n hasta la caída de Roma en el siglo v d. C., cuando dejó de existir la provincia de África. En paralelo a aquella desaparici­ón, cayó una sombra sobre el recuerdo de todos esos explorador­es romanos que llegaron a uno de los lugares de la Tierra que se cartografi­aron más tarde. ●

Para asombro de todos, Materno entró en Roma con ese animal de dos cuernos

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Abajo, mosaico con escena de caza de un rinoceront­e en la villa romana del Casale (Sicilia).

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