Ruta de escape
Apartir del verano de 1940, con Europa acechada por el nazismo, Lisboa se convirtió en una vía de escape hacia la libertad. Tras el desastre político, social y económico que supuso para Portugal la Primera Guerra Mundial, el régimen autoritario liderado por Oliveira Salazar declaró su neutralidad pocas horas después de la invasión alemana de Polonia. Una postura que se materializó en un equilibrio diplomático entre las democracias liberales y los totalitarismos, con el anticomunismo por bandera. Portugal logró permanecer neutral durante el conflicto pese a las presiones de ambos lados, especialmente por el interés aliado de utilizar las Azores con fines militares y por el tráfico de wolframio, un recurso muy codiciado por el Tercer Reich.
En aquella efervescente ciudad, refugiados políticos de todos los orígenes pululaban con más o menos fortuna para sortear todo tipo de obstáculos y obtener su pasaje. Desde el puerto de Lisboa, en la desembocadura del Tajo, zarpaban diariamente barcos rumbo a América, sobre todo a Estados Unidos, el destino preferido de la mayor parte de exiliados. No había sido fácil llegar hasta allí, muchos de ellos arruinados tras una peligrosa huida a través de la Francia ocupada, la colaboracionista de Vichy y la España de Franco, que mostraba un progresivo acercamiento al Eje.
También confluyeron en la capital portuguesa aristócratas que disfrutaron de su particular “belle époque”, agentes secretos de ambos bandos, embajadores del Eje y de los aliados, artistas e intelectuales. Como afirma el historiador Neill Lochery, en aquella ciudad de la espera, la otra Casablanca, “intriga, traición, oportunismo y doble juego” se dieron cita. ●