LA MATRIOSHKA GAMADA
Red de propaganda prosoviética y tapadera del flirt de Stalin y Hitler
Reaparece, en “versión abreviada, aclarada y, espero, más persuasiva”, en palabras de su autor, un ensayo que viene causando polémica desde su primera encarnación; en España, allá por los últimos años noventa. El cuarto de siglo transcurrido desde entonces ha permitido pasar la obra por el tamiz de estudios basados en fuentes aún inaccesibles poco después de la caída del Telón de Acero. Gracias a ello, el ensayista estadounidense de historia cultural Stephen Koch (El chivo expiatorio de Hitler, La ruptura) ha tenido la oportunidad de desbrozar y afianzar “el relato esencial que cuenta El fin de la inocencia”.
Su tema no podía ser más apasionante: la movilización de “la intelectualidad occidental en pro de un conjunto de posturas políticas y éticas que satisfacían las necesidades soviéticas”. Y esta “guerra cultural entre el totalitarismo soviético y la democracia liberal” usa como vertebración una vida verdaderamente fuera de serie. Pues cómo iba a resistirse Stephen Koch, también novelista y profesor de escritura creativa durante década y media en Columbia y Princeton, a la “terrible historia del ascenso de Willi Münzenberg al poder y de su descenso a través del terror hacia su muerte”.
Una telaraña invisible
Con dichos elementos principales, este neoyorquino de adopción no solo revela una trama sorprendente de “clubes de inocentes”, como llamaba el propagandista comunista alemán a las redes de genios que engatusaba. Atención a los nombres de estos “escritores, artistas, periodistas, científicos, educadores, clérigos, columnistas, cineastas y editores […] manipulados regularmente por los ‘hombres de Münzenberg’”: “de Ernest Hemingway a John Dos Passos, de Lillian Hellman a George Grosz, de Erwin Piscator a André Malraux, de André Gide a Bertolt Brecht, de Dorothy Parker a…”, y, entonces, el autor cita también a famosos espías dobles como los del Círculo de Cambridge o al estadounidense Alger Hiss. ¿Todos estos talentos eran peones ingenuos de Stalin? No solamente. Tampoco faltaban españoles como Picasso y el dos veces ministro de Exteriores de la República Julio Álvarez del Vayo (“de acciones y opiniones […] invariablemente idénticas a las de un agente soviético”). Para colmo, la lucha antifascista que creían estar representando estos líderes de opinión en la entreguerra era empleada para todo lo contrario. “En realidad, Stalin utilizó el Frente Popular”, por ejemplo, “como la cara humana que ocultaba su conciliación con Hitler mientras desataba el Gran Terror de 19361939”. Koch refiere cómo Stalin aprovechó la Gestapo para hundir al mariscal de campo Tujachevski durante su purga del Ejército Rojo, y cómo Hitler hizo lo propio con el Komintern y un Münzenberg muy empoderado de 1921 a 1936 para ventilarse a Ernst Röhm y traer al redil a sus “camisas pardas”. Un ensayo magnético.
Con el subtítulo La rivalidad que destruyó la República romana, el presente volumen es un trepidante relato que narra cómo el choque entre dos titanes de la política de la Antigüedad, alimentados por la gasolina de una eterna disputa personal, condujo a su patria al precipicio. Para el historiador estadounidense Josiah Osgood, los episodios de la rivalidad política de César y Catón son hitos en el camino de la historia de los últimos años de la República romana. El autor describe el período en lo esencial, fijando su atención en la sociedad, la política o la religión, pero también en ese universo femenino donde las mujeres eran, a menudo, meros naipes que lanzar sobre la mesa de la confrontación. Y aunque Osgood se detiene para narrar los episodios clave del momento, desde la conjura de Catilina, que originó la enemistad entre César y Catón, hasta la guerra civil, pasando por la conquista de la Galia o algunos debates en el Foro, esta es, fundamentalmente, la historia de dos caracteres opuestos. Uno, el de César, deseoso de reconocimiento, adicto al pueblo y derrochador impenitente. El otro, el de Catón, azote de la corrupción, austero y tan irreductible en sus planteamientos que Cicerón llegó a decir de él que parecía “vivir en la república de Platón, y no en las cloacas de Rómulo”.
Los pecados del partidismo
Esto no significa que Osgood no describa a otros grandes personajes, como Pompeyo, Cicerón o Craso, pero estos participan en el relato como comparsas. Es de agradecer, sobre todo, para distinguir a Catón, destacado paladín de los optimates que, a menudo, aparece en ensayos y novelas solo como la némesis de César. En este libro, Catón sigue siendo ese adversario temible, pero adquiere un merecido protagonismo. Gracias a ello, el lector podrá conocer más en profundidad a un relevante político, cuya biografía Osgood aliña con una buena cantidad de anécdotas que contribuyen a definirlo. Este volumen constituye también una reflexión sobre cómo las obstrucciones políticas, las jugadas maestras con los tribunos de la plebe o la utilización de la violencia trajeron el Imperio y acabaron con la República. La historia de un fracaso colectivo con una corriente de fondo en la que insiste, y mucho, Osgood. El “partidismo que lo justifica casi todo y que arrasa la confianza” pone las bases, ayer y hoy, sobre las que “empiezan a encadenarse los desastres”.