JUICIO AL CARNICERO DE RIGA
Linda Kinstler narra la historia del criminal nazi Herberts Cukurs, ajusticiado por el Mosad y reivindicado por el nacionalismo letón
Eres periodista, ¿por qué no lo averiguas tú?”. Así comenzó Linda Kinstler, con esa petición de su padre, un letón emigrado a California, a investigar el misterioso y controvertido pasado de su abuelo. Misterioso, porque desapareció después de la Segunda Guerra Mundial sin dejar rastro. Controvertido, porque perteneció al Comando Arajs, una brigada nazi de exterminio compuesta por voluntarios letones, responsable de la muerte de miles de judíos.
En un principio, Kinstler se resistió al requerimiento de su padre. Era demasiado doloroso. Y no solo por el hecho de que su abuelo pudiera ser un criminal nazi, sino porque su familia materna, originaria de Ucrania, era judía.
Sin embargo, había una particularidad en la biografía de su antepasado que la animó a indagar: había trabajado con el KGB tras la guerra. ¿Fue su abuelo un agente doble infiltrado en el Comando Arajs o había cambiado oportunamente de bando cuando llegaron los soviéticos? Es más, ¿podría estar relacionada su desaparición con el descubrimiento de su pasado nazi por parte de la policía soviética? Kinstler se propuso dar respuesta a estas preguntas y plasmarlas en un trabajo de investigación. Lo que no esperaba era encontrarse con otro nombre, un célebre aviador letón que acabaría por determinar la orientación de su estudio: Herberts Cukurs.
Contra el negacionismo
Héroe nacional para unos (“el Lindbergh báltico”), criminal nazi para otros (“el verdugo o carnicero de Riga”), Cukurs fue asesinado por el Mosad en 1965 en Uruguay por el mismo comando que había secuestrado a Adolf Eichmann cinco años antes. Mientras Kinstler estaba indagando sobre el pasado de su abuelo, Cukurs, compañero de este en el Comando Arajs, era objeto de un proceso judicial en Letonia. ¿Cómo podía un muerto ser objeto de una investigación penal?, se preguntaba la autora. La búsqueda de esa respuesta se entrecruza admirablemente con la exploración del pasado de su abuelo en la magnífica Ven a este tribunal y llora. La obra es tanto una fascinante biografía familiar como un brillante ensayo sobre el revisionismo y el negacionismo. Kinstler reflexiona sobre el auge del blanqueamiento de figuras históricas acusadas de crímenes de guerra, impulsado por las ideologías ultranacionalistas, amparándose en la falta de pruebas legales (la mayoría de los testigos están muertos) que demuestren esos crímenes. Un retorcimiento de los hechos del pasado que ilustra las dificultades para conciliar el derecho con la historia, las labores del juez con las del historiador.
Luis de Oteyza (1883-1961) es un héroe olvidado que protagonizó una difícil hazaña. En plena guerra de Marruecos consiguió entrevistar al líder militar de los rifeños, Abd el-krim. Con el desastre de Annual (1921), no todos comprendieron que se diera voz, sin intercalar críticas, a un jefe enemigo. Abd el-krim aseguraba que solo luchaba contra el imperialismo de Madrid: nada tenía contra los españoles. Cuando se alcanzara la paz, el Rif acogería a todos los que llegaran con intenciones pacíficas. Para Oteyza, difundir esta versión del conflicto no era ser antipatriota, sino todo lo contrario. Tras largos años de enfrentamientos que no llevaban a ninguna parte, había que entender al contrario para trazar una política más razonable, que, en este caso, pasaba por el rápido abandono del territorio.
Este episodio aparece recogido en El ingenioso e inquieto Oteyza en campo enemigo. Su autor, el periodista Guillermo Soler García de Oteyza, es nieto de un sobrino del protagonista. Pese a esta relación de parentesco, no incurre en la idealización y mantiene todo el tiempo un tono ecuánime. Soler nos sumerge en los problemas para ganarse la vida de un hombre con seis hijos. En aquellos tiempos, el periodismo constituía, sobre todo, una plataforma para otras profesiones, en especial, la política. Oteyza llegó a ser director de un diario, La Libertad, que se hizo incómodo por sus críticas a la política marroquí. Tuvo que abandonar su puesto cuando un multimillonario compró la empresa, dispuesto a silenciar aquella voz disidente. El magnate se llamaba Juan March. Oteyza se consideraba liberal y republicano, pero llegó un momento en que pensó que los dirigentes de la Segunda República habían traicionado sus ideales. Durante la Guerra Civil apoyó a Franco, traumatizado por el riesgo que corrió su vida y la de dos de sus hijos, que acabaron exiliándose. Un tercero luchó en las filas comunistas. En aquellos momentos, el veterano reportero creyó, ingenuamente, que Franco, una vez ganara la guerra, devolvería la democracia al país. Acabó dándose cuenta de su inmenso error. Al final, moriría en Venezuela. El lector disfruta con un amplio fresco donde encontrará figuras tan fascinantes como Teresa de Escoriaza, corresponsal de guerra en Marruecos y autora de textos que hoy nos resultan más interesantes que los de sus colegas masculinos.