Destruction Derby
La ventaja de los videojuegos es que en ellos hacemos cosas que en la vida real no debemos. Correr con un bólido preparado y hacerlo añicos contra el de los rivales es una de ellas, y más al llegar una nueva generación de consolas al mercado.
n LAS NUEVAS POSIBILIDADES que los 32 bits traían a nuestra casas iban a dar forma a géneros inéditos hasta entonces, pero también influirían en la manera de representar estilos ya asentados.
Los juegos de velocidad no fueron una excepción, y uno de los que llegaría casi al mismo tiempo que PlayStation a Norteamérica y Europa fue el llamativo DestructionDerby. Gracias a un nivel gráfico muy cercano a lo que estábamos viendo en los salones recreativos por aquel 1995, esta acertada mezcla de realismo y arcade puro ofrecía diversión por doquier mientras corríamos para ser el número uno y, ya de paso, destrozábamos sin contemplación alguna los vehículos que conducían nuestros rivales.
Las físicas, los daños en los coches y el número de rivales fueron elementos clave para lograr el resultado final. Así, el manejo de los vehículos y los impactos eran bastante fidedignos, la acumulación y gravedad de los golpes recibidos afectaban al comportamiento del coche (e incluso podían dejarnos fuera) y la cantidad de pilotos en pantalla era mayor a lo visto en la inmensa mayoría de títulos del género, tanto en los arcades como en casa. Parecía que los únicamente tres coches a elegir y su nula personalización no afectaban demasiado al conjunto.
ADEMÁS DE POR SU ALTURA TéCNI
CA, lo que de verdad diferenciaba a Destruction Derby de otros juegos de coches era el bowl. Un total de cuatro modos de juego conformaban las opciones que teníamos para elegir, pero las carreras que premiaban la “leña”, las pruebas que no lo hacían y el siempre presente time attack se veían desbordados por aquel.
Los circuitos estrechos daban paso a un gran escenario circular y abierto donde había que sobrevivir a una verdadera masacre de chatarra: un todos contra todos donde mandar al taller a nuestros rivales a base de golpes, y evitar correr su misma suerte. Sin embargo, su principal
atracción (las carreras en sí carecían de su espectacularidad) se convirtió en el mayor defecto del juego, ya que la escasa variedad de este modo no ayudaba a prolongar el entretenimiento.
Un detalle curioso es que quizá sea uno de los títulos más jugados en su versión de prueba que en la comercial, al haber sido incluido en los entonces populares discos para PlayStation que contenían demos como esta y las de juegos como Wipeout y RidgeRacer, curiosamente también dentro del género de la velocidad y que se encontraban varios pasos por delante suyo (bien en el apartado técnico o en el jugable). De todos modos, DestructionDerby no podía competir con esos títulos, ni tampoco pareció que intentara hacerlo, ya que encontró su hueco entre aquellos que buscaban algo más que pisar a fondo el acelerador y apurar las curvas.