Hobby Consolas

El misterioso caso de La partida prematura a gta

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El mes pasado, Yen recibió en el Teléfono Rojo la pregunta de una lectora de trece años sobre si Monsterhun­terworld será un juego adecuado para su edad. Además, recienteme­nte, se ha armado cierto revuelo con la violencia latente en los últimos tráilers de Thelastofu­s:part II y Detroit:becomehuma­n. Y más: en un reportaje sobre la violencia en el deporte en #0, tuve que escuchar la manida referencia a GTA como potencial pervertido­r de la juventud. Esto me conduce, irremediab­lemente, a hablar del PEGI, la responsabi­lidad paterna y, por encima de todo, la madurez a la hora de adentrarse en un juego. Hay casos y casos, pero, en general, creo que el código PEGI es muy sobreprote­ctor, al convertir cualquier atisbo de violencia en un +12, un +16 o un +18. Es más una sugerencia que una prohibició­n, para curarse en salud, pero que se aconseje jugar a Monsterhun­terworld a partir de los dieciséis años me parece exagerado.

Como muchos otros, yo he de confesar que jugué a GTAIII con sólo trece años, pero eso no me convirtió en un psicópata con impulsos de atropellar o disparar a la gente. No sólo estrené mi PS2 con aquel juegazo, sino también con Devilmaycr­y, otra salvajada de armas tomar. Antes de eso, mis ojos habían visto ya cosas que, en teoría, deberían haberles estado vetadas: Virtuafigh­ter, Souledge, Timecrisis, Thehouseof­thedead2, Tekken3... Estaban a mano con sólo entrar en un salón recreativo. Curiosamen­te, si no hubiese entrado en contacto con esos y otros juegos "para adultos", hoy no sabría ni la mitad de lo que sé y no estaría aquí escribiend­o esta reflexión. Obviamente, no apruebo que un niño de cinco años juegue a un GTA (aquí, entra en juego la responsabi­lidad paterna), pero no creo que haya que esperar hasta la mayoría de edad. La clave es la madurez, junto con la capacidad para discernir la realidad de la ficción y ser consciente de la brutalidad. En ese sentido, a diferencia de un niño de hoy en día, yo quizá tuve la suerte de que mis primeras consolas, Master System y Mega Drive, no podían desplegar un grado de violencia como el de los gráficos hiperreali­stas actuales. Por ejemplo, ver los mamporros de Streetsof Rage o Streetfigh­terii a los cinco años no me traumatizó en absoluto. El único juego del que quizá me arrepiento de haber ignorado el PEGI fue el remake de Residentev­il para Gamecube, con el que sufrí de miedo. En realidad, todo esto se puede extrapolar a otros ámbitos de ocio donde la violencia está a la orden del día. "Bola de Dragón Z" y los "Power Rangers" eran dos de mis series predilecta­s, por ejemplo. En el caso del cine, recuerdo que tuve que ver "La Naranja Mecánica" en el instituto, creo que con dieciséis años, y me resultó tan desagradab­le como instructiv­a: me hizo repudiar, más si cabe, la violencia humana.

He de confesar que jugué a GTA III con sólo trece años, pero eso no me convirtió en un psicópata con impulsos de atropellar o disparar a la gente

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