¿MI HIJO ESTÁ MALO O ESTÁ SOMATIZANDO?
La somatización se define como la presencia de un síntoma o un dolor físico, en el que no se puede demostrar que tenga su origen en una enfermedad, o en cualquier otra causa física. Dicho de otra manera: situación en la que los médicos, tras un exhaustivo estudio, no pueden demostrar una causa o patología médica que justifique los síntomas que tiene el paciente.
Conviene diferenciar, desde el principio, la somatización de la simulación pues, en el niño, esta última también se da con frecuencia. En la somatización damos por hecho que el dolor es real. Al paciente le duele, o tiene, o siente el síntoma realmente, aunque no exista causa que lo justifique. En la simulación el niño, y en ocasiones el adulto, ha percibido que puede obtener réditos o ventajas con el síntoma y utiliza su persistencia para ello. ¿CÓMO SOMATIZAN LOS NIÑOS? Las somatizaciones más frecuentes en los niños se manifiestan como dolores. “¡Me duele la tripa!, ¡me duele la cabeza! , ¡no puedo andar!”...
Estas situaciones pueden tener repercusiones importantes en la vida del niño y de la familia. Favorecen el absentismo escolar, alteran la relación entre padres y hermanos, y modifican la actitud de los padres ante el presunto enfermo.
RELACIÓN ENTRE MALESTAR FÍSICO Y MALESTAR EMOCIONAL O PSICOLÓGICO Damos por hecho que, aunque el malestar no sea físico, es real. Al niño le duele y expresa lo que siente. Entendemos que algo no va bien, que se queja por algo y debemos procurar descubrirlo. Hay que tener en cuenta que el niño pequeño no tiene un vocabulario completo para poder expresar todos sus sentimientos y, al no saber qué le pasa, somatiza sus problemas y demanda más atenciones. Hay que valorar los acontecimientos que le afectan y tenerlos en cuenta, para dar una explicación a la somatización. La llegada de un hermanito, la muerte de un familiar, situaciones escolares desconocidas, conflictos interparentales... y múltiples situaciones que causan ansiedad y estrés en el niño, que no se atreve a confesar, y son los que provocan la somatización.
CONOCER EL AMBIENTE FAMILIAR Y ESCOLAR EN EL QUE VIVEN LOS NIÑOS ES IMPORTANTE PARA SABER SI SUFREN SOMATIZACIÓN
Cuando un niño de cuatro o cinco años vuelve a usar el chupete, a chuparse el pulgar, a beber la leche en biberón, a tener miedo a la oscuridad... en definitiva, cuando deja de realizar alguna capacidad que ya tenía aprendida y adquirida, es porque está sufriendo una regresión infantil. Estas actitudes y formas de actuar -conseguidas en su desarrollo, previamente, y que representan un retroceso en el comportamiento- están provocadas por la necesidad de volver a sentirse más pequeño y a demandar protección y seguridad en su entorno. Nos está llamando la atención de que algo nuevo está pasando, que probablemente está atravesando un momento de estrés o de ansiedad, o que tiene dificultad para gestionar ciertos hábitos que había adquirido previamente.
CÓMO SE MANIFIESTAN La mayoría de los niños, a edades tan tempranas, no acierta a expresar sus sentimientos, ni sabe verbalizar sus sensaciones y, cuando se presentan factores desencadenantes, de forma natural y casi inconscientemente, comienzan a manifestar determinadas regresiones. Y lo hacen para que se note, para atraer la atención de sus padres y porque, en su inocencia, no se les ocurre mejor cosa para conseguir sus fines. Hay que recordar que los actos regresivos son muy frecuentes y normales. En niños sanos siempre tienen una causa justificada: celos, competencia, imitación, falta de atención. Si alteran el ritmo de vida doméstico o individual y se hacen frecuentes y pertinaces, a veces es conveniente consultar con el pediatra o con un experto en conducta infantil.
SITUACIONES QUE DAN LUGAR A QUE APAREZCAN ESTOS ACTOS Una causa frecuente y universal, en niños en los que no existen factores desencadenantes claros, suele ser ‘el miedo a crecer’, a hacerse mayor. Esta situación está íntimamente ligada al temperamento y la futura personalidad del pequeño, y se suele dar en niños sensibles, tímidos, muy protegidos y que temen el fracaso ante las nuevas exigencias que conlleva el crecimiento. Pero la causa más frecuente de la regresión es la llegada de un hermanito al hogar, en el que eran, hasta ese momento, el protagonista y el ‘rey’. El niño, para competir con su hermano recién llegado, no encuentra mejor método que imitarle. Además, los celos y el alejamiento de su madre hacen que aumente su estrés y ansiedad, y que puedan aparecer la mayoría de los actos regresivos a los que ya hemos hecho referencia. El inicio de la escuela, el cambio de cuidadora, el tiempo de vacaciones con hermanos -primos u otros niños-, la muerte de algún ser querido, problemas familiares y escolares son otras causas, también muy frecuentes, de regresión.
CÓMO FRENARLO No existen tratamientos o recetas que solucionen genéricamente estas situaciones. Cada niño, cada familia y cada entorno son diferentes, aunque parecidos, y por lo tanto no existen fórmulas magistrales que los resuelvan. Reconocer que tenemos un problema y que debemos estudiar su causa y resolverlo será un buen inicio. Es importante entender que una regresión es una actitud normal, en un niño normal y en una familia normal. Que es una situación pasajera que se resolverá espontáneamente. Hay que buscar soluciones en conjunto. No darle excesiva importancia, aceptarla y tener paciencia y comprensión. No regañarle, hacerle ver su error y explicarle cuál es el origen de su actitud. Evitar palabras negativas y/o actitudes violentas, y apoyarle y estimularle con palabras positivas. Mostrarle ayuda y comprensión cuando modifique su conducta y recupere su habilidad perdida y olvidada.