¡HOLA! Viajes

Dos pueblos de postal y una costa de vértigo ASTURIAS De Luarca a Cudillero

- Texto: C. Romero Muñoz

Luarca y Cudillero, dos de las localidade­s asturianas más pintoresca­s, son el alfa y el omega de este recorrido que, a lo largo de 60 kilómetros, discurre por los acantilado­s de la costa occidental del Principado. Por el camino, nos asomaremos a dos cabos espectacul­ares, Busto y Vidio. Y a mitad de trayecto, descubrire­mos la playa del Silencio, tan impresiona­nte que nos dejará sin habla, como dice su nombre.

En las numErosas listas que se hacen de los diez pueblos asturianos más bonitos, Luarca siempre aparece entre el segundo y el décimo lugar. El primero es Cudillero. No hay discusión. Tampoco se discute que lo más bonito de Luarca es su cementerio, abierto a todos los vientos en el promontori­o de la Atalaya, junto a la ermita de la Virgen Blanca y el faro. Aquí está la tumba del luarqueño Severo Ochoa, humilde comparada con los panteones de los indianos, y rodeando los acantilado­s, el omnipresen­te Cantábrico.

Después de pasear por el cementerio apetece ver la vida bullir en La Fonte Baxa, un fabuloso jardín con vistas al mar que el abandono había convertido en una selva y que ahora, recuperado, sorprende con sus helechos gigantes de Tasmania, sus infinitas flores (hortensias, camelias, magnolias…) y sus árboles centenario­s, incluso milenarios. Otra buena dosis de naturaleza la encontramo­s en las playas de Otur, de Portizuelo y de Cueva. La primera es la favorita de las familias, porque la marea forma grandes charcas que el sol templa y los niños disfrutan.

Dejando atrás el cabo Busto, la ruta por la acantilada costa occidental continúa rumbo a Cadavedo, que fue elegido el pueblo más bonito de Asturias en 1954, cuando Cudillero aún no copaba la primera posición. Está lleno de hórreos –¡más de cien!–, casas con cuidados jardines y coquetas villas indianas. Dos de esos hórreos se encuentran en el promontori­o de la Regalina, donde hay una ermita al borde del acantilado y una vista vertiginos­a de la playa de la Ribeirona y el resto del quebrado litoral.

Casi de puntillas, el visitante se acerca a la playa del Silencio, el rincón más bello y dramático de este tramo de la costa asturiana. Todo es de piedra en este arenal de la vecindad de Castañeras: los acantilado­s, los escollos, el lecho de cantos rodados... Una playa para bucear, para recolectar bígaros o para hacer fotos de la pétrea concha de 330 metros, situada bajo un escarpado promontori­o con perfil de cachalote.

LA PENÚLTIMA PARADA DE LA RUTA la hacemos en el cabo Vidio, a solo diez kilómetros de la última: Cudillero. El cabo es una afilada punta de cuarcitas y pizarras, con una caída de 70 metros, desde donde se contemplan a vista de cormorán moñudo (ave que anida aquí) los acantilado­s e islotes de la costa occidental y, los días claros, hasta la coruñesa Estaca de Bares, que dista 120 kilómetros. La que no se ve, porque está bajo tierra, al pie del faro, es la gruta de la Iglesiona. Si el viajero es ágil y está en forma, con la marea baja y el mar en calma, se puede bajar y subir en una hora para curiosear en el interior de esta catedral esculpida por las olas, cuya bóveda aseguran que ronda los 60 metros de altura. «EL ANFITEATRO». Así le dicen al puerto de Cudillero. Escalonada­s en el monte, sus casas rosas, naranjas, azules, amarillas y blancas semejan palcos, y la plaza de la Marina hace de escena. El puerto antiguo, ya sin actividad pesquera, ha quedado como lugar para pasear, bien por la ruta que sube suavemente hasta el faro o por la de los miradores, ocho balcones que se descubren subiendo y bajando por las callejuela­s del casco antiguo. El más significat­ivo de estos es el del Baluarte, al que se asomaban las mujeres para otear la arribada de las lanchas.

Los barcos ahora zarpan del puerto nuevo, y a él retornan por la tarde para descargar junto a la rula (lonja). El pulpo, la caballa y el bonito se envasan en aceite. Y la merluza, siempre de pincho, se prepara en los restaurant­es de mil maneras.

 ??  ?? Vista aérea de la playa del Silencio, que no es de arena, sino de cantos rodados, y cuyo atractivo es geológico, además de estético. En la página derecha, Cudillero, con sus casas de vivos colores escalonada­s sobre el puerto viejo.
Vista aérea de la playa del Silencio, que no es de arena, sino de cantos rodados, y cuyo atractivo es geológico, además de estético. En la página derecha, Cudillero, con sus casas de vivos colores escalonada­s sobre el puerto viejo.
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