¡HOLA! Viajes

Lejos del mundanal ruido MADRID De Horcajuelo a Patones

- Texto: Andrés Campos

Dos preciosos pueblos de arquitectu­ra tradiciona­l, Horcajuelo y Patones, son el kilómetro 0 y la meta de este viaje por el norte de Madrid. Allí nos aguardan el hayedo de Montejo, los sotos y el molino de La Hiruela, la solitaria Puebla de la Sierra y el embalse de El Atazar, la «playa» dulce más cercana a la capital, perfecta para evadirse del estrés de la vida urbana.

EN EL EXTREMO NORTE DE LA REGIÓN, a 100 kilómetros de la Puerta del Sol, hay un puñado de pueblos que en su día se libraron del progreso y han conservado una arquitectu­ra y un paisaje ejemplares. Sierra Pobre lo llamaban hasta hace poco a este rincón olvidado. Hoy es el Madrid más rico en tradicione­s, en silencio, en soledades, en aire, en bosques, en ríos, en estrellas, en vida.

El primer pueblo que vamos a ver, el que queda más cerca de la autovía del Norte, es Horcajuelo de la Sierra, donde se viene a comer en alguno de sus cuatro restaurant­es y a admirar las casas construida­s con piedras sin labrar, empezando por la que ocupa el museo etnológico. Este pueblo de 88 vecinos tuvo minas de plata, pero ahora lo que queda es el oro otoñal de los robles y los fresnos que orlan sus prados y el bronce crepuscula­r de su caserío.

También hay rincones curiosos en el vecino Montejo de la Sierra, como el Callejón del Turco, donde una vivienda tiene un horno exterior colgante, suspendido a media altura. Es una rareza, casi tanto como el hayedo de Montejo, uno de los más meridional­es de Europa, que para conservarl­o mejor se visita con guía y reservando con antelación. Libremente, en cambio, podemos pasear por la espléndida dehesa boyal de Montejo, que conservan las pilas de riego y la reguera de la Tejerilla. O por el camino de Horcajuelo, el paseo predilecto de los vecinos en verano, sabedores de que ofrece sombra abundante y un reguero de cerezas recién caídas.

Otra alternativ­a al hayedo es el bosque ribereño que se esconde junto al pueblo de La Hiruela, en el alto Jarama. Es el que mejor se conserva de toda la sierra, la «pobre» y la «rica», y para muestra, el molino Nuevo. Para verlo, seguiremos la senda De Molino a Molino, que surca verdes ribas, robledos y saucedas: los más bellos sotos de Madrid. ¿Mucha gente? Solo pescadores de truchas.

PARA LLEGAR AL SIGUIENTE PUEBLO del itinerario, Puebla de la Sierra, hay que pasar un puerto de 1636 metros de altura que, en invierno, suele estar cerrado por la nieve, lo que acrecienta el aislamient­o de un lugar ya de por sí poco frecuentad­o. Es el municipio madrileño más alejado de la capital: 125 kilómetros. Y el menos poblado: 73 habitantes (1,06 por kilómetro cuadrado), sin contar los inmensos robles que lo pueblan, y los minotauros y otros extraños personajes que se descubren paseando por sus boscosos alrededore­s y que integran el museo de escultura al aire libre El Valle de los Sueños.

Si nos gusta conducir, disfrutare­mos por la viradísima carretera que sale del valle de La Puebla hacia el sur, camino de Robledillo de la Jara, el mismo donde, yendo en pos de un venado, el Marqués de Santillana avistó a una «moza fermosa», como dice una popular serranilla medieval. Dos kilómetros antes de llegar a Robledillo, al ver el repetidor que corona el cerro de Matachines, tenemos que desviarnos a la izquierda por una pista de tierra que lleva a El Atazar. Parece mentira, pero esta carretera sin asfaltar y estos barrancos solitarios no son ningún país remoto. Son el centro de España.

NUEVE KILÓMETROS DESPUƒS aparece El Atazar, con sus casas de mamposterí­a tosca apiñadas alrededor de la iglesia de Santa Catalina de Alejandría. El caserío está en lo alto de una loma pelada, sin un árbol en dos kilómetros a la redonda, ni siquiera un ciprés proyectand­o su sombra sobre el camposanto. Lo rodea un mar de jaras y huele a ládano. En 1864, el ingeniero y geólogo Casiano del Prado señaló esta tierra como la más pobre de la región, donde apenas podía cosecharse centeno.

Otro mar, pero de agua dulce, se descubre tres kilómetros más adelante. Es el embalse de El Atazar, el mayor de la región, mayor que todos los demás pantanos madrileños juntos: 1070 hectáreas de superficie, 72 kilómetros de costas, medio billón de litros...

Más abajo está el Pontón de la Oliva, la primera presa desde la que se llevó agua de la sierra a la capital, en 1858. Y está Patones, pueblo tan escondido que, según cuentan, se libró de la invasión sarracena y tuvo rey propio hasta el siglo xviii. Antonio Ponz, en su Viage de España, comentaba poco después con sorna que «el último rey de Patones solía ir a vender algunas carguillas de leña a Torrelagun­a».

 ??  ?? El embalse de El Atazar, el más grande de la región, mayor que todos los demás pantanos madrileños juntos, está bordeado por una panorámica carretera, la M-133, cuyos laterales ofrecen estratégic­os balcones desde los que asomarse a contemplar las espectacul­ares vistas.
El embalse de El Atazar, el más grande de la región, mayor que todos los demás pantanos madrileños juntos, está bordeado por una panorámica carretera, la M-133, cuyos laterales ofrecen estratégic­os balcones desde los que asomarse a contemplar las espectacul­ares vistas.
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 ??  ?? Las casas de piedra y lajas de pizarra se apiñan en las empinadas cuestas del caserío de Patones. A sus miradores naturales se llega trepando entre enebros, jaras y plantas aromáticas.
Las casas de piedra y lajas de pizarra se apiñan en las empinadas cuestas del caserío de Patones. A sus miradores naturales se llega trepando entre enebros, jaras y plantas aromáticas.

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