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De mirador en mirador frente al Atlántico PORTUGAL Madeira

- Texto: Esperanza Moreno

La isla de Madeira parece diseñada para ser contemplad­a, vivir el ecoturismo y la aventura. Por eso cuenta con un gran abanico de miradores desde los que disfrutar de su costa acantilada. Sus frondosos bosques de laurisilva, Patrimonio Mundial, sus levadas o senderos para recorrer a pie o en bicicleta y sus hermosas poblacione­s conquistan de inmediato. Una ruta desde Funchal, la capital, hasta Santana, recorre los rincones imprescind­ibles del «mejor destino insular de Europa».

En madEira todo empieza en Funchal, la capital de esta preciosa isla a la que uno se va aproximand­o, si es de noche, con la sensación de aterrizar en medio de un belén, rodeada como está de un anfiteatro de verdes colinas salpicadas de luces y con sus barrios ascendiend­o por las laderas desde el mar al interior. Funchal se empieza a descubrir de abajo arriba. A lo largo de la animada Avenida do Mar concentra su vida social y cultural. Aquí está la zona histórica y la Sé (la catedral), el Mercado dos Lavradores, la artística rua Santa Maria y los fuertes militares de São Tiago y Nossa Senhora da Conceição, que en otro tiempo defendían el puerto y hoy acogen restaurant­es y centros de arte con vistas espectacul­ares al atardecer.

También insuperabl­e es la perspectiv­a que ofrece el teleférico que sube al barrio de Monte. Cuatro kilómetros disfrutand­o de una panorámica que va ganando en belleza y amplitud a medida que la cabina se aproxima a los jardines tropicales Monte Palace.

Si divertido es el ascenso a las alturas de Funchal, no lo es menos el descenso por sus calles en cuesta en unos típicos carros de cesto que se deslizan empujados por dos carreiros. Como entretenid­a resulta la experienci­a de subirse a un catamarán en el puerto y salir a avistar delfines y ballenas en las aguas del Atlántico. Ya en coche, iniciaremo­s la ruta que irá desvelando el valioso mosaico vegetal y natural de Madeira. Un buen comienzo es el mirador de Eira do Serrado, en el cráter de un extinguido volcán y sobre la pedanía de Curral das Freiras. Luego será la carretera ER103, que cruza la isla de norte a sur por el montañoso macizo central, el hilo conductor del recorrido.

DEJANDO ATRÁS LA HISTÓRICA Quinta Jardins do Imperador, la carretera empieza a culebrear antes de llegar al pico Alto, en el Parque Ecológico de Funchal. Un valioso espacio con bellas caminatas que discurren por esos antiguos canales (levadas) que hace siglos transporta­ban agua y hoy forman una red de senderos de 3000 kilómetros.

La ruta avanza y pronto surge el desvío hacia el pico del Arieiro, al que podemos llegar en coche para ver sus vistas, y luego, si apetece, seguir a pie por el sendero que sube al Ruivo, el techo de la isla. Entretenid­os en un constante sube y baja alcanzarem­os el Parque Natural do Ribeiro Frío, cubierto en buena parte por esos verdes paisajes de naturaleza primigenia que son los bosques de laurisilva, Patrimonio de la Humanidad. Para observarlo­s en toda su magnitud, ningún lugar mejor que el mirador dos Balcões, asomado al profundo valle de Ribeira da Metade.

LA CARRETERA SE VA APROXIMAND­O al mar al llegar al pueblo de Faial, conocido por su fortín con cañones, la faja do Mar y sus miradouros do Guindaste o de Penha D’Aguia. Unos kilómetros más adelante está Santana, a la que muchos se acercan para descubrir sus tradiciona­les y coloridas cabañas triangular­es con tejados de paja hasta el suelo, y otros tantos para caminar por la levada do Caldeirão Verde o coronar el pico Ruivo.

A partir de Santana y hasta el final de la ruta, la abrupta costa es una sucesión de excepciona­les balcones sobre el Atlántico: la Ponta do Clérigo, el mirador do Curtado, el de Rocha do Navio, también con un teleférico que deja a los pies de los acantilado­s tras un breve pero emocionant­e viaje entre bancales...

El recorrido llega a su fin en el punto más al norte de la isla, São Jorge, donde se ven antiguos molinos de azúcar de caña frente al mar, una de las mayores coleccione­s de rosales en la Quinta do Arco, viñedos de malvasía y, cómo no, muchos otros miradores de vistas infinitas sobre un océano azul cobalto.

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 ??  ?? Contemplan­do el atardecer desde el pico del Arieiro, una de las cumbres más altas del archipiéla­go. A la izquierda, la pedregosa playa de Faial escoltada por altos acantilado­s.
Contemplan­do el atardecer desde el pico del Arieiro, una de las cumbres más altas del archipiéla­go. A la izquierda, la pedregosa playa de Faial escoltada por altos acantilado­s.

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