Dos escenarios con muchas «tablas» CIUDAD REAL De Almagro a Daimiel
Almagro tiene las del Corral de Comedias y las del Festival de Teatro Clásico. Y Daimiel, las Tablas con mayúscula, donde en invierno salen a escena miles de aves. Cerca se halla la Motilla del Azuer, un gran pozo fortificado de la Edad del Bronce. El agua siempre ha sido protagonista en la Mancha. Este itinerario descubre estos tres lugares, y el también cercano castillo de Calatrava la Nueva.
Si noS fijamoS bien en la plaza Mayor de Almagro, nos daremos cuenta de que no es una plaza, sino un patio manchego. Eso sí, un patio enorme: un rectángulo de 180 metros de largo flanqueado por dos hileras de soportales con 85 columnas toscanas de piedra, bajo los que se guarecen comercios que venden desde encajes de bolillos a sus famosas berenjenas. En el flanco sur se abre otro patio, que en su origen era el del mesón del Toro y, desde 1629, es el Corral de Comedias, un teatro de dos plantas sostenidas por 54 pilastras de madera, célebre por ser el único de su tipo que aún funciona en Europa y es sede del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que se celebra cada verano.
Al otro lado de la plaza, en la calle del Gran Maestre, se encuentra el Museo Nacional del Teatro, que exhibe documentos sobre la actividad teatral en España desde el siglo xviii hasta nuestros días: retratos de actores y escenas de teatro firmados por Madrazo, Anselmo Miguel Nieto, Zamacois, Romero... También maquetas, trajes, bocetos de escenografías y figurines, carteles, manuscritos y esculturas de Mariano Benlliure.
LAS TABLAS DE DAIMIEL quedan a 25 kilómetros al norte de Almagro. Hasta 2010, estuvieron al borde de un precipicio ecológico, pues se secaban por la sobreexplotación del acuífero 23 y había que recurrir al trasvase Tajo-Segura para mantener una mínima superficie encharcada. Varios años lluviosos y un plan de choque hidrológico devolvieron la salud a este parque nacional y la alegría a los viajeros.
Frente al centro de visitantes de las Tablas, nace la senda de la Isla del Pan, un camino circular de una hora y media de duración que discurre por pasarelas de madera uniendo las islas que afloran sobre las aguas someras, aquellas pobladas por tarayes (único árbol del enclave) y estas cuajadas de masiegas, carrizos, eneas y ovas. Es como pasear por los muelles y canales de un lugar entre manchego y veneciano, salvaje y delicado al mismo tiempo. Por este insólito camino, avanzaremos saltando de la isla de la Entradilla a la del Descanso, y de esta, a la isla del Pan, el punto más elevado del parque, con un mirador desde el que se otean, más allá de las Tablas, viñedos, olivares, campos de cereales y, al fondo, la sierra de la Virgen y Villarrubia de los Ojos.
OTRO BUEN OBSERVATORIO es el que hay en la penúltima pasarela, entre la isla de los Tarayes y la del Maturro. Allí veremos las muchas anátidas que en invierno llegan desde el centro y el norte de Europa, hasta 250 especies de aves pueblan el humedal. Más que un ave concreta, lo que llama la atención es el alboroto de miles de ellas, que recuerdan a las Tablas de antaño, con bandadas que, según los lugareños, nublaban el sol.
Cerca del centro de visitantes principal hay otro a orillas del Guadiana, el molino de Molemocho, que era una de las aceñas más antiguas de Castilla-La Mancha, ya mencionada en las Relaciones de Felipe ii, y fue rehabilitada en 2008 como espacio interpretativo, en el que se ilustra la estrecha y frágil relación entre los habitantes de las Tablas y el río. Para los más curiosos, lo mejor es visitar en Daimiel el Centro de Interpretación del Agua, donde se explican todos los aspectos relacionados con tan vital y escaso elemento en la región. Para mayor interés, el centro está en el antiguo Instituto Laboral, obra rupturista del arquitecto Miguel Fisac, nacido en esta localidad en 1913.
LOS DESVELOS Y PESADILLAS de los manchegos provocados por el agua no son algo de hoy, ni del siglo pasado. Ya hace 4000 años la buscaban afanosamente y la defendían como lo que era: un seguro de vida. La prueba de ello la tenemos en la Motilla del Azuer, un laberinto circular de altos y gruesos muros de piedra caliza que fue construido por aquel entonces en las vecindades de la actual Daimiel para defender un pozo. No era para menos, aquellos manchegos prehistóricos tuvieron que excavar 16 metros para encontrar agua. Habían descubierto el hoy famoso acuífero 23, el mismo del que depende la delicada salud de las Tablas. Abierta al público en 2014, esta maravilla hidráulica de la Antigüedad, coetánea de las pirámides egipcias, está custodiada por una torre de 10 metros y rodeada de varias murallas concéntricas, una auténtica trampa para el eventual atacante.