¡HOLA! Viajes

Cóctel vitamínico de mar y paseos FORMENTERA

- Texto: Noelia Ferreiro

Desde un chapuzón en algunas de las mejores playas de Europa hasta un paseo en bicicleta por sus rutas verdes, practicar el arte de las compras o remar en un kayak para asistir a la puesta de sol. Pese al pequeño tamaño de la menor de las Pitiusas, su corazón encierra muchos encantos. En esta ruta damos la vuelta completa a la isla disfrutand­o de su naturaleza auténtica y su tentador estilo de vida.

NADA DE MONUMENTOS, discotecas o grandes edificacio­nes, el gran logro de Formentera ha sido mantenerse fiel a sí misma. La poesía del viaje, que defendía Hermann Hesse, encuentra su razón de ser en esta isla pequeña, llana, sin artificio, que hace de la sencillez su máxima virtud. Porque, a pesar de tratarse de un territorio diminuto, en sus apenas 19 kilómetros de largo por dos de ancho esconde muchos secretos: playas deslumbran­tes, acantilado­s que se asoman al infinito, vegetación mediterrán­ea, faros emblemátic­os y un estilo de vida desenfadad­o que resulta de lo más tentador. Emprendemo­s una ruta completa por la menor de las Pitiusas para descubrir todo su potencial.

Empezamos por el mar, el más cristalino del país, que debe a la posidonia esos azules imposibles de sus aguas, que refulgen en contraste con la arena blanca y que no tienen nada que envidiar a las caribeñas. Esto da lugar a algunas de las playas más valoradas de Europa, como Ses Illetes, al norte de la isla, erigida a menudo la mejor de España. Un arenal en forma de flecha en pleno Parque Natural de Ses Salines, cuyo horizonte queda recortado por la silueta de los veleros y, ya en el extremo, el islote de Espalmador.

LA RUTA POR LAS PLAYAS imprescind­ibles ha de incluir Ses Platgetes, emplazada en el Caló de Sant Agustí y enmarcada por dunas y bosques de sabinas, y Cala Saona, la joya de la costa occidental, una inmensa playa flanqueada de acantilado­s. Para los jóvenes, la mejor es Migjorn, en la costa sur, extendida a lo largo de cinco kilómetros de arena y zonas rocosas.

ASÍ, SIN DARNOS CUENTA, habremos dado la vuelta a la isla, opción que puede contemplar­se también a bordo de una embarcació­n neumática, que se alquila sin necesidad de titulación para un máximo de siete personas. Es momento entonces de explorar el interior, y nada mejor que hacerlo en bicicleta, una manera fácil y respetuosa con el medio. Para ello existen 32 Circuitos Verdes debidament­e señalizado­s, que suman más de 100 kilómetros de

interés natural. Rutas que están especifica­das en los planos turísticos (disponible­s en las diferentes oficinas de informació­n), con distintos niveles de distancia, desnivel y dificultad. Recomendab­le es la que va del puerto de La Savina hasta la playa de Ses Illetes, tal vez la más escénica, o las que exploran los otros extremos de la isla, donde la meta serán dos icónicos faros indisociab­les de la imagen de Formentera: el de Cap de Barbaria, en el punto más al sur, y el de La Mola, en el oeste.

Más cortas son las rutas que discurren por esa otra Formentera de tierra adentro, auténtica y singular. Aquí, ejercitand­o las piernas, el paisaje recompensa con higueras que crecen en horizontal, torres de defensa de la época de los piratas, antiguos molinos de viento y salinas tapizadas de juncos y cañas en las que se esconden las aves. Algunas de estas rutas son las que, tomando como punto de inicio Sant Francesc, la capital, abordan el camino de Ses Vinyes o el de Can Simonet.

PERO YA QUE ESTAMOS EN LA CAPITAL de Formentera, lo suyo será entregarse a dos placeres mundanos: el de las compras en sus tiendas artesanale­s, cuyos productos están inspirados en elementos del paisaje; y el de comer en sus coquetos restaurant­es encalados, donde es fácil comprobar que la gastronomí­a formentera­na tiene mucho que decir. Y si la visita a la isla cae en miércoles o domingo, no hay que perderse el Mercado Artesano de La Mola, con sus típicos puestos de artesanía y la animación de sus terrazas.

Después, ya solo quedaría deslizarse, con la suave cadencia de un kayak, en busca de un atardecer de película. Para ello no hay ruta más conmovedor­a que la que arranca en La Savina, el puerto que enlaza con Ibiza, para, a lo largo de cinco kilómetros (dos horas y media), surcar el mar hacia el oeste rumbo a Cala Saona. Mientras el islote vecino de Es Vedrá se dibuja en el horizonte, el espectácul­o consiste en ver cómo una bola de fuego se oculta detrás del telón.

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 ??  ?? Cala Saona, de aguas turquesa y tierra rojiza, es la joya de la costa occidental. Situado en el punto más al sur de la isla, el faro de Cap de Barbaria (a la izquierda), atrae al atardecer.
Cala Saona, de aguas turquesa y tierra rojiza, es la joya de la costa occidental. Situado en el punto más al sur de la isla, el faro de Cap de Barbaria (a la izquierda), atrae al atardecer.

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