¡HOLA! Viajes

Por los châteaux más señoriales FRANCIA Región de Burdeos

- Texto: Elena del Amo

Margaux, Lafite, Mouton Rothschild… Decenas de palacetes con nombre de gran vino abren sus bodegas entre Burdeos y más allá de Pauillac. Recorrer en bicicleta este itinerario llano resulta fácil, pero si al placer de pedalear entre las viñas sumamos el de continuar hacia las playas del Médoc atlántico, completare­mos una deliciosa escapada.

CON PERMISO DE CHAMPAGNE y de Borgoña, la región de Burdeos es una de las mecas de los amantes del vino, cuyo nombre está asociado a esas botellas que todo sibarita sabe descorchar cuando una ocasión lo merece. Muy cerca de su capital se suceden decenas de châteaux, con sus mansiones, sus jardines versallesc­os y, fundamenta­lmente, las bodegas donde nacen estos caldos de fama mundial. Muchas de ellas abren al público para mostrar todos los secretos de sus alquimias y rematar la visita al lugar con una degustació­n en la que hasta los abstemios se emocionará­n al ver asomar su monumental­idad entre las viñas.

Burdeos capital, donde resulta imprescind­ible recalar al menos uno o dos días, ofrece el mejor punto de partida para iniciarse en el universo de estos vinos y, de paso, ir entrenando los gemelos para la ruta. Hace un par de décadas, la ciudad comenzó a experiment­ar un profundo lavado de cara. Se puso en valor a base de espacios verdes y arquitectu­ra de vanguardia con las antaño abandonada­s márgenes del río Garona, se remozaron las fachadas de piedra clara de su delicioso casco antiguo y, prácticame­nte, se expulsó de él al tráfico que las había ennegrecid­o, sustituyen­do los coches por tranvías y bicicletas. Por eso, será fácil rodar por esta villa Patrimonio de la Humanidad y, puestos a aprender de vino, acercarnos a su Cité du Vin, una instalació­n única donde descubrir cada aspecto de este viejo compañero de la civilizaci­ón a través de sus 3000 metros cuadrados de exposicion­es y talleres.

También sobre dos ruedas, desde Burdeos podemos enfilar hacia pueblos que, como Pomerol, Sautèrnes o el medieval Saint-Émilion, hacen salivar a los connaisseu­rs (maestros del gusto). O seguir la más escénica aún Route des Châteaux, en la que se encadenan numerosas bodegas palaciegas. A las afueras de la ciudad, en Blanquefor­t, arranca esta ruta de un centenar de kilómetros que conduce hasta la última punta de la península del Médoc, con el estuario de la Gironda a un lado y, por cada desvío, una sucesión infinita de viñedos.

CONFUNDE QUE POR ESTOS PAGOS le digan château a cualquier finca vitiviníco­la, aunque decenas de ellas sí albergan palacios en toda regla. Al filo de la carreterit­a D-2 y sus tributaria­s van aflorando los torreones de Château

d’Agassac o Château Palmer, cuyas bodegas son más fáciles de visitar que las del legendario Château Margaux. De no querer pedalear demasiado en cada etapa, por las inmediacio­nes de este icono convendría hacer una noche y así no perdernos, cruzando en ferri el estuario, la ciudadela que el arquitecto militar Vauban erigió en el pueblo de Blaye.

Junto al de Saint-Julien, ni 20 kilómetros más arriba, se arremolina­n otros representa­tivos, como Château Lagrange, Léoville o Talbot. Y, enseguida, Château Latour o Château Lynch-Bages en el camino a Pauillac, capital de la reputada denominaci­ón de origen Médoc. De nuevo a esta altura se impone tomar un respiro de una o dos noches para explorar la zona con calma: las primorosas tiendas del remozado pueblito de Bages, los cafés llenos de ambiente del puerto de Pauillac y un crucero por las islas del estuario, o, siempre cerca, más bodegas prestigios­as de la talla de Château Lafite o Mouton Rothschild, dueña además esta última de un museo consagrado al vino que incluye desde piezas de la antigua Grecia hasta etiquetas de añadas míticas ilustradas por Picasso o Andy Warhol.

MÁS AL NORTE, PODRÍAMOS CONTINUAR hasta el final de la península, en la Pointe de Grave, entre viñedos menos famosos pero muy bonitos y salpicados de tesoros, como la abadía medieval de Vertheuil o un conjunto de faros y puertos ribereños. Aunque tampoco sería mala idea dirigirnos desde Pauillac hacia las playas del flanco atlántico del Médoc, a unas tres horas de bici. Si hasta entonces hemos ido alternando pequeñas carreteras comarcales con caminos rurales rumbo a las bodegas elegidas, al borde del mar, en Hourtin enlazaremo­s con la Vélodyssée, la ruta ciclista que recorre toda la costa oeste de Francia.

Los horizontes de viñedos se tornan en pinares y lagos, y en una etapa de unos 50 kilómetros con vistas al océano se alcanzan las olas surferas de Lacanau. Al día siguiente, pedaleando hacia el escondite eco-chic de Cap Ferret, asoma la mole de arena de la Gran Duna de Pilat, la más alta de Europa; todo un colofón para esta escapada sobre ruedas, en la que, además, podremos brindar con un buen vino acompañand­o las ostras de la vecina bahía de Arcachon.

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 ??  ?? Desde Burdeos se puede recorrer en bicicleta el paisaje vitícola que rodea a pueblos como Pomerol, el medieval Saint-Émilion o Loupiac (en la imagen). Sus vinos dulces, como los del cercano Sauternes, han gozado siempre de gran reputación.
Desde Burdeos se puede recorrer en bicicleta el paisaje vitícola que rodea a pueblos como Pomerol, el medieval Saint-Émilion o Loupiac (en la imagen). Sus vinos dulces, como los del cercano Sauternes, han gozado siempre de gran reputación.

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