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Crucero por la octava maravilla NUEVA ZELANDA Fiordo de Milford Sound

- Texto: Gonzalo Guerrero

Milford Sound es uno de los parajes más bellos del mundo. Un fiordo espectacul­ar, el único navegable del Parque Nacional Fiorland, que está situado al suroeste de la isla Sur. Encajonado entre montañas de las que brotan decenas de cascadas, rodeado por bosques de pinos, hayas y helechos, el nobel Rudyard Kipling alabó su hermosura.

E1891, n El otoño dE Rudyard Kipling recorrió la costa de los fiordos de Nueva Zelanda a bordo del SS Doric, un barco de vapor que operaba la ruta entre Ciudad del Cabo y Wellington para la White Star Line, la misma compañía que veinte años después botaría el Titanic. Meses atrás, Kipling había salido del puerto inglés de Southampto­n con el propósito de conocer Ciudad del Cabo, las islas neozelande­sas y, finalmente, Samoa, donde esperaba encontrars­e con su admirado Robert Louis Stevenson. No pudo ser. Kipling no encontró la manera de ir a Samoa y volver a Inglaterra en las fechas que le exigía su calendario. A cambio, pudo dedicar más tiempo a viajar por Nueva Zelanda, un país habitado, dijo, por gentes que gustan de hablar de las ovejas, los conejos, los tribunales de tierras y los disparates de su presidente. Y un país que posee un lugar extraordin­ario: Milford Sound.

A la joya del Parque Nacional Fiordland, en el suroeste de la isla Sur, viajaban los maoríes con frecuencia para recolectar pounamu, la piedra verde, el valioso jade. En su mitología, el fiordo era un lugar tallado a mano por un dios. El cazador de focas John Grono fue el primer occidental que lo recorrió y su belleza le causó tanta admiración que le puso el nombre de su muy añorado pueblo natal: Milford, en Gales. Pocos años después, otro galés, John Lort, le añadió el calificati­vo de sound, una palabra de origen germánico que significa «separación» y que en su forma derivada de sund es frecuente en el norte de Europa para nombrar estrechos angostos. Algunos marinos británicos y holandeses la utilizaron también para describir rías –valles fluviales inundados por el mar– en las costas de Australia y Nueva Zelanda. Milford Sound no es una ría, es un fiordo, una depresión continenta­l de origen glaciar, pero el error inicial pervivió en los mapas y generó confusión entre el sound germánico y el románico. Por eso, lo primero que explican hoy los guías es que Milford Sound no suena.

EL LUGAR CONTINÚA AGRADECIDO a Kipling. Fue el escritor quien decidió su suerte, pues el eco de sus alabanzas comenzó a atraer visitantes interesado­s en su belleza. Un explorador local, William Henry Homer, tuvo la iniciativa de construir un túnel que facilitara su acceso por carretera. De apenas un kilómetro y medio, tardó casi 20 años en construirs­e. Se inauguró en 1954 y sigue siendo el único camino para llegar en autocar o en coche al puerto donde anclan los cruceros que recorren el fiordo. Con todo, hay quien prefiere llegar andando, lo que implica tres días de marcha por un sendero de 54 kilómetros que algunos consideran el más bello del mundo.

Se llegue como se llegue, Milford Sound es un lugar excepciona­l. Imponentes farallones de roca, vestidos por un bosque húmedo austral, encajonan un curso de agua de 16 kilómetros de longitud que rebosa vida marina, con tres especies residentes de delfines, una colonia de leones marinos, pingüinos azules, pingüinos crestados, bosques de coral negro y ocasionale­s ballenas. Gigantes rocosos de más de 1500 metros de altura se reflejan en el agua, incluso cuando las primeras gotas de lluvia del día encienden el arco iris.

TAMBIÉN ESTE ES EL LUGAR HABITADO más húmedo de Nueva Zelanda, con una media de 182 días al año de lluvia. Pero ni esta ni la nieve afectan a su belleza: al contrario, porque en el verano austral aumenta el volumen de agua de las decenas de cascadas que acompañan el curso del fiordo. Algunas caen desde tan alto –más de 150 metros– que su caudal nunca llega al mar, pues el viento las dispersa y las convierte en una niebla húmeda que realza aún más el hechizo del paisaje.

Coníferas australes, hayas y helechos revisten con un verde permanente las paredes rocosas del fiordo, formando bosques en los que es posible ver a un acrobático loro alpino, el kea, especie que estuvo hace décadas al borde de la extinción.

El narrador y poeta británico Rudyard Kipling obtuvo el Premio Nobel de Literatura por la calidad de sus relatos y el perpetuo agradecimi­ento de Nueva Zelanda y de miles de viajeros por una sola frase, poética, precisa, cierta: «Milford Sound es la octava maravilla del mundo».

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El fiordo de Milford Sound resulta tan fotogénico que hay quien no se conforma con un crucero turístico por esta sinuosa lengua de agua que se adentra en la tierra 16 kilómetros y decide pasar la noche a bordo de un barco o hacer un vuelo panorámico sobre él.
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En este escarpado paisaje, con farallones rocosos de hasta 1500 metros de altura, el agua corre formando cientos de cascadas que se precipitan al mar. Un maravillos­o espectácul­o que también se disfruta desde un kayak.

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