¡HOLA!

CARMEN POSADAS

Y LOS SERVICIOS SECRETOS: LA ESCRITORA NOS REVELA QUE SU FAMILIA FUE ESPIADA POR LOS RUSOS «Nuestra casa en Moscú estaba llena de micrófonos, pero todo funcionaba fatal. Parecía un tebeo de “Anacleto”» «Te causaba cierta paranoia. Cuando teníamos que cont

- Texto: LUIS NEMOLATO Fotos: CAROLINA ROCA

ELUQUERAS, conserjes, camareros, «kellys»… Cualquiera puede ser reclutado para formar parte de los servicios de inteligenc­ia de un país. Basta con que tengan relación con un objetivo prioritari­o para que se conviertan en espías y que su informació­n sea susceptibl­e de evitar o provocar una guerra. De hecho, según cuenta a ¡HOLA! la escritora Carmen Posadas, vivimos tiempos en los que estamos «rodeados». Y ella, de eso, sabe un rato. Y no solo porque haya escrito una novela en la que hace un recorrido por las espías más importante­s de la historia, titulada «Licencia para espiar», sino porque, uno, ella siempre ha sentido una especial atracción por «mirar por el ojo de una cerradura» y dos, porque ha sufrido en sus propias carnes el haber sido espiada. En dos ocasiones, que ella sea consciente. La primera, cuando su familia vivía en Rusia, en la Embajada de Uruguay, en Moscú, en plena Guerra Fría, donde, incluso la KGB intentó romper el matrimonio de sus padres. La segunda,

Pde casada con Mariano Rubio, durante un viaje a Cuba.

«La casa estaba llena de micrófonos, pero todo funcionaba fatal. Era como un tebeo de “Anacleto: Agente secreto” —cuenta entre risas la premio Planeta—. De repente, estabas durmiendo, y detrás de la pared, oías una discusión a todo gas o la ópera “Aída”». Era la práctica habitual, nos relata. Cómo conseguir que los embajadore­s se enamoraran de antiguas bailarinas del Bolshoi o de aristócrat­as siberianas, recordando la importanci­a del «sexpionaje» a lo largo de la historia. Y, aunque en su caso familiar no surtió efecto, era una situación que tenían tan naturaliza­da como la sopa «borsch» o los «blinis». «Pero te causaba una cierta paranoia, porque, por ejemplo, cuando tenías que decir algo que no querías que se enteraran, la única manera que teníamos era que nos fuéramos todos al cuarto de baño. Y mi madre, entonces, abría la ducha, que eso, por lo visto, distorsion­aba los sonidos.

Más mayor, ya casada con Mariano

Rubio, vivió una situación parecida en un viaje a Cuba con Fidel Castro aún en el poder y en una llamada Casa de Protocolo. Allí, explica, tenían personal de servicio «que te servía el desayuno, pero que luego te volvías a encontrar, cuando salías a cenar, como camarera de un restaurant­e o de recepcioni­sta de hotel en otro de tus destinos». Y es que, en opinión de Carmen Posadas, ser un espía no es solo algo de película. No hay nada más que recordar cómo, durante la pandemia, los vecinos deveníamos en guardianes de la sanidad de nuestros edificios a imagen y semejanza de los «Comités de Defensa rusos que velaban porque los convecinos no se desviaran de la ortodoxia política». Y porque «ver sin ser visto es adictivo. Todos lo hemos hecho alguna vez».

Pero ¿cuál es el terreno en el que somos más vulnerable­s? «La cama —dice rotunda—. Es que te da la sensación de que estás en un momento muy íntimo y en una comunión con esa otra persona, pero es falso. Y si a eso le unimos

La escritora recibe a ¡HOLA! en su casa, donde ha hecho una profunda búsqueda de las mujeres espías más importante­s de la historia, lo que, por el contrario, no significa que sean las más conocidas, porque, para ser espía, lo fundamenta­l, es guardar silencio

la vanidad de los hombres, olvídate (risas). En el espionaje se ha utilizado el sexo siempre. Lo que pasa cuando lo practica un hombre, es que es James Bond y, cuando lo hace una mujer, se le llama otra cosa muy fea». En Rusia, el sexo era una de las ardides favoritas para conseguir informació­n y sus padres también lo sufrieron. «Como si en Uruguay se supiera algo de bombas nucleares…». Antes de introducir otra mujer en el matrimonio, quisieron hacer desaparece­r a su madre asustándol­a con un fantasma. «El espíritu gritaba: “No lo hagas, perdóname, no lo hagas”. Luego, se dio cuenta: si era un fantasma ruso, ¿cómo es que sollozaba en español?», cuenta la escritora, quien, pese a su atracción innata por espías, nunca ha ejercido como tal. No así, sin embargo, su hermana Dolores, que sí fue reclutada, pero lo dejó pronto: «Tenía que transcribi­r durante catorce horas “Radio Moscú”. No siempre ser espía es divertido».

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