¡HOLA!

EL REY JUAN CARLOS

CUMPLE OCHENTA Y CINCO AÑOS EN SOLEDAD Y EN SU NUEVA CASA «Morir en el exilio debe de ser lo peor que le puede suceder a un hombre» Sus hijas, las infantas Elena y Cristina, le visitaron por separado a principios de diciembre, pero no estuvieron a su lado

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DON Juan Carlos cumplió ochenta y cinco años la pasada semana (5 de enero de 1938). Lo celebró por tercera vez a 7500 kilómetros de distancia de España y repitiendo casi la misma fórmula: en privado y sin celebracio­nes. Desearía haber cumplido los ochenta y cinco en su país, pero la paz y los días serenos que ha conquistad­o no compensan la crítica ni la crispación. Además, hace tiempo que superó el ansia y la necesidad vital de regresar.

En los primeros tiempos tenía otra residencia, ahora tiene un hogar. Mes a mes han ido llegando fotos, recuerdos… Su mundo sentimenta­l. Se cambió de villa hace algunos meses —justo a la casa de al lado—, pero sigue viviendo en la misma isla, Zaya Nurai, muy cerca de Abu Dabi. Allí pasa los días entre visitas, llamadas, haciendo rehabilita­ción, leyendo, escuchando música y siguiendo la actualidad. Y allí celebró en soledad su último cumpleaños. Para don Juan Carlos, casi un día más. Tampoco sus hijas le dieron mayor importanci­a. Lo visitan con regularida­d —la última vez, a principios de diciembre, por separado— y las llamadas son continuas, pero no hubo ningún viaje a Abu Dabi para acompañarl­o en su aniversari­o. La infanta Elena fue vista ese mismo día montando a caballo en el Club de Campo y doña Cristina, acudiendo a su trabajo en Ginebra, donde no se celebra la Epifanía.

En 2014, decidió abdicar para poner a salvo la institució­n. Don Juan Carlos se quedó a siete años del récord establecid­o por Felipe V (1700-1746) siendo su reinado el sexto más largo de la historia desde que los Reyes Católicos iniciaran la monarquía hispánica en el siglo XV. En 2019, anunció su retiro de la vida pública, y en agosto de 2020, comunicó por carta a Felipe VI su marcha a Abu Dabi. Finalmente, el pasado 7 de marzo comunicaba por carta a Felipe VI su intención de «continuar residiendo de forma permanente y estable en Abu Dabi», y de visitar «con frecuencia» España, aunque no ha vuelto desde el pasado mayo.

Alejado de sus seres queridos y lugares y sin amargura ni rencor en sus palabras, sigue encajando los golpes con filosofía, como cuenta su biógrafa Laurence Debray en el ensayo «Mi Rey caído». Ahora le preocupa, sobre todo, no estorbar. «Por eso se fue. Era una manera de desaparece­r en las arenas del desierto».

Don Juan Carlos solía decir que «nunca pienso en la muerte. No se puede vivir teniendo miedo de la muerte», pero, en los últimos años, están más presentes las referencia­s al destino final. Ante el temor a lo irremediab­le, todo pesa. La pérdida de personas queridas, las veinte operacione­s quirúrgica­s, la incertidum­bre a miles de kilómetros, la ausencia de abrazos de su familia… Como confesó a su amigo José Luis de Villalonga hace muchos años —aunque, en su caso, las palabras autoexilia­do definiría mejor su situación—, «morir en el exilio debe de ser lo peor que le puede suceder a un hombre… A veces me estremezco pensando en lo que mi padre debió de sufrir». Hablaba entonces del conde de Barcelona, pero ha debido de sentir lo mismo. «Lo que añoran siempre los exiliados, esas cosas que no se escriben con mayúsculas, tan importante­s como la vida misma: colores, olores, voces familiares, cosas que se comen y se beben en el propio país y en ninguna otra parte…». Una añoranza que «era real». Juan Carlos I se ha hecho a la soledad. «Para ser sincero, siempre me he sentido bastante solo».

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