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Un misterio de 43 años

Uno de los crímenes no resueltos en Sevilla sigue generando leyendas y muchas incógnitas a pesar de que la Justicia cerró el caso sin encontrar a los culpables

- Amanda González de Aledo

El cortijo de Los Galindos fue escenario hace 43 años de un quíntuple crimen que conmocionó a España. En julio de 2018, lo primero que se encuentra el periodista cuando llega al cortijo es la idílica imagen de una niña, hija de los guardeses, totalmente ajena al pasado y aprendiend­o a montar en bici por el patio.

Los Galindos está situado a pocos kilómetros del casco urbano de Paradas (Sevilla) y sigue viviendo hoy, como hace 43 años, del girasol y el trigo plantado en sus 400 hectáreas. La actividad agrícola ha continuado sin interrupci­ón y tres familias de guardeses han trabajado allí con total normalidad después de lo sucedido el 22 de julio de 1975, cuando el capataz y su esposa, el tractorist­a y su mujer y un segundo tractorist­a fueron asesinados con tres armas distintas.

¿Crimen pasional, fraude fiscal, tráfico de drogas, reuniones clandestin­as de ultraderec­histas en vísperas de l a muerte de Franco? José Francisco Zapico Berdugo, agente judicial, llegó con el primer grupo de investigad­ores al cortijo y es la persona que más sabe del caso porque lo vivió en primera persona desde el primer instante y hasta que prescribió por falta de autor conocido, en 1995.

Este funcionari­o judicial, ya jubilado, tiene claro que en Los Galindos hubo “un homicidio y cuatro asesinatos”. El homicidio fue el primero, el del capataz Manuel Zapata. Surgió una discusión y los asesinos lo mataron con las armas que tenían más a mano: la pieza de metal de una empacadora, con la que le golpearon en la cabeza, y una horca de labranza con la que le atravesaro­n el pecho.

Lo que se produjo a continuaci­ón fueron cuatro asesinatos para eliminar a testigos: la segunda fallecida fue la mujer de Zapata, Juana Martín, asesinada en su vivienda con la misma pieza de metal usada contra su marido.

Otras dos víctimas fueron el tractorist­a José González y su es- posa Asunción Peralta, a la que fue a buscar al pueblo hacia las 4 de la tarde para regresar luego al cortijo. Zapico cree que alguien que tenía autoridad sobre el tractorist­a le ordenó: “ve a por tu mujer, que vamos a limpiar todo esto y nos quitamos de en medio”.

“A González no se le ocurre ir a por su mujer sabiendo que los van a matar”, cree Zapico, sino que “le contaron un cuento y él se lo creyó. La pareja fue asesinada a golpes, luego les cortaron los miembros y los arrojaron a un montón de pacas ardiendo, cebadas con gasolina, cuyo humo se veía en varios kilómetros a la redonda y fue lo que dio la voz de alarma.

La quinta víctima fue el tractorist­a Ramón Parrilla. Sobre las 11:30, José González le dijo, de parte de Zapata, que dejase la faena que estaba haciendo cerca del cortijo y fuese a buscar agua potable. “Querían quitárselo de en medio tres o cuatro horas. Pero volvió inesperada­mente, fue el testigo indiscreto”, afirma Zapico a este periódico.

Fue asesinado de disparos de escopeta, los primeros en el patio del cortijo, de los que intentó protegerse cruzando los brazos por delante de la cara. Salió huyendo, le dispararon por la espalda y el último tiro se lo dieron a quemarropa cuando ya había caído en el camino de acceso a la finca.

Dice Zapico que después “descartar todas las teorías descabella­das” como el tráfico de drogas, “uno llega a la conclusión de que allí había muchas personas que no tenían que estar y eso les costó la vida”.

Este agente judicial estuvo en todas las declaracio­nes, de su mano salieron los planos y esquemas que obran en el sumario. Se lo ha leído “miles de veces, hasta aprendérme­lo de memoria” porque “era una obsesión la que tenía”.

De hecho en su casa guarda una fotocopia de todo lo actuado, mientras que la versión original del sumario está perdida en algún lugar de la Audiencia de Sevilla o de la Junta de Andalucía.

“Yo sé cómo, por qué y quién, pero no voy a decirlo”, afirma misteriosa­mente.

En 1975 Zapico era agente judicial en Écija y llegó al cortijo con la primera comisión judicial. Rememora que “en cuanto vimos el primer reguero de sangre nos dimos cuenta de que allí había pasado algo grave”.

Habla con admiración de Ildefonso Arcenegui, entonces estudiante de medicina e hijo del forense titular.

“Parecía Perry Mason. Fue el primero que se dio cuenta de que encima de la paja ardiendo había un miembro humano”.

También fue quien siguió el rastro de sangre del tractorist­a por el sendero hasta que descubrió unos montones de paja anormales. Debajo de ellos encontraro­n el cadáver del tractorist­a.

Visto con ojos de hoy en día,

Zapico cree que el crimen no se esclareció por un cúmulo de circunstan­cias, en especial que el cuerpo del capataz no apareció hasta tres días después en la parte trasera del cortijo y la autopsia determinó que posiblemen­te había sido el primero en morir.

“Todos buscaban a un loco vivo. Estaban convencido­s de que Zapata se había vuelto loco y había matado a su mujer y a todos los demás”, cuenta Zapico.

Otro problema: El juzgado del que dependía Los Galindos, Marchena, no tenía entonces juez titular y el sustituto estaba de vacaciones. El forense se acaba de jubilar. La plaza de secretario estaba vacante y la de oficial también. Comenta Zapico: “Esto pasa hoy y la Guardia Civil acordona la zona, echa a todo el mundo, nadie toca nada, llegan los expertos y en cinco minutos el caso está resuelto”.

Se investigó todo, hasta un mendigo al quien habían dado un mendrugo de pan unas horas antes.

El marqués de Grañina, dueño del cortijo, estaba ese día en Málaga en un entierro y, según Zapico, despistó mucho con sus declaracio­nes porque fue el primero que habló de unos legionario­s que habían acampado en la zona o del tráfico de drogas.

Cuarenta y tres años después, a Zapico le queda “la pena por los paradeños, que no sepan qué pasó con aquellos cinco vecinos respetados y que el pueblo vaya a pasar a la historia como el escenario del crimen de Los Galindos”.

En Paradas todos aseguran que Los Galindos es agua pasada pero todos tienen una teoría del crimen y un comentario intrigante. “Mucha gente sabía algo pero todos están muertos”, dicen algunos. También corren leyendas, como la del párroco que murió de un golpe en la cabeza varios años después de los crímenes. Zapico, como agente del juzgado, sabe que el sacerdote falleció de un in- farto y que el golpe en la cabeza fue una pequeña contusión al bajarse de la cama. Pero la fábula empezó a correr “y contaban que habían matado al cura porque sabía en secreto de confesión lo que había pasado en Los Galindos”.

Rafael Cobano (IU) es alcalde de Paradas y ve así los asesinatos: “Ocurrió dos años antes de que yo naciera. Es algo que está olvidado en la vida diaria de este pueblo“.

“Paradas es un pueblo que siempre ha vivido en armonía con el territorio. No tiene pleitos familiares históricos. Los asesinatos fueron un hecho puntual en el que se reunieron muchas casualidad­es”, mantiene.

Pero, como todos los paradeños, Cobano tiene su idea del móvil y se inclina por el fraude en las declaracio­nes de cosechas.

Su compañero de corporació­n Lázaro González Parrilla (IU), sobrino segundo del tractorist­a asesinado, ve más plausible que la causa fueran las reuniones que allí celebraban grupos de ultraderec­ha para planificar lo que ocurriría después de la muerte de Franco, que se produjo tres meses después.

Lázaro tenía entonces 10 años y recuerda sobre todo el miedo que se apoderó de Paradas cuando creían que un asesino andaba suelto. “Las calles se quedaron desiertas, mi madre nos encerró en casa con todas las puertas y ventanas cerradas y con un calor insoportab­le dentro”, rememora.

En este mes de julio de 2018 el sol también cae a plomo sobre la campiña sevillana, donde el más mínimo movimiento levanta una polvareda. La niña que monta en bici en el cortijo no sabe nada del pasado y nada se lo recuerda: ni en la cancela ni en ninguno de los dos caminos de tierra que llevan a Los Galindos hay ningún cartel que diga dónde estamos. Tan sólo un cartel viejo y descolorid­o informa de que allí se gastó un dinero en caminos rurales.

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FOTOS: JUAN CARLOS MUÑOZ El cortijo de Los Galindos, tal y como está en la actualidad.

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