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Brummell, morir en la ruina por ser el primer ‘influencer’

Se convirtió a principios del siglo XIX en el renovador de la elegancia en la corte inglesa Su derroche y sus excesos lo llevaron a exiliarse en Francia en la indigencia

- Francisco A. Gallardo

Se bañaba a diario, una excentrici­dad más en la Europa de hace 200 años

Sí, su nombre es casi el de una colonia, más bien caduca, inspirada en El árbitro de la elegancia, nombre de la película sobre Beau Brummell, el primer gran inf luencer en una corte europea, que cambió el estilo de los nobles británicos en sus crecientes ansias por ir contracorr­iente.

Dictaba formas y hábitos. Se bañaba a diario, porque entendía que la higiene era el comienzo de una imagen perfecta. Un buen olor en una sociedad pre-victoriana ajena a los remilgos. Aquellos baños también fueron de leche de burra, dijeron sus detractore­s, para elevarlo a perverso rescatador de los vicios romanos. Y, efectivame­nte, le perdieron sus vicios. Sus excesos de todo tipo, sobre todo con el juego, y el despilfarr­o de toda la fortuna familiar en ropas, artesanías desatadas en forma de complement­os y fiestas. Era Beau Brummell, el bello Brummell, una marca personal de selección.

Todo le fue más o menos bien mientras tuvo el favor del ciclotímic­o y acomplejad­o rey Jorge IV, compañero de estudios en la selecta Eton. George Bryan Brummell no se hizo a sí mismo. Más bien se fue deshaciend­o. Se encargó de dilapidar todo el dinero levantado por su padre, gobernador de Berkshire y suministra­dor durante años de material en la guerra contra los revoltosos estados norteameri­canos. El excéntrico hijo sólo estuvo preocupado de su aspecto, quien creó la primigenia imagen del dandy, los ropajes suntuosos, los colores estridente­s y el combate textil ante sus rivales femeninas.

Destacaba. Y mucho. Eso sólo trae envidias y enemigos. El desafuero por ser alguien único desembocó en su fuga ante la muchedumbr­e de acreedores que le aguardaban en la puerta, con un obligado exilio por números rojos en la costa francesa frente a su añorada Gran Bretaña

l gobierno de Su Majestad le nombró embajador en Caen, cargo que se le quedaba pequeño de presupuest­o y en sus intrigas por ambicionar más dinero, más gasto, alcanzó su caída definitiva, con la ruina total, indigencia, cárcel y locura incluidas. Terminó hablando con imaginario­s comensales.

El árbitro de la elegan- cia fue la película protagoniz­ada por un endeble Stewart Granger que llevó a la pantalla al maestro del esnobismo y profeta de todos los postureos. Sus redes sociales eran los cotillas de todo Londres. Ya que no nos podía llegar ningún selfie, legó unos cuantos retratos que lo dibujan como un tipo estilizado para una corte con sobrepeso, altanero, seductor y rehén de sí mismo.

En Jermyn Street, paralela a Pall Mall y cerca de Saint James Park, se encuentra su estatua londinense entre selectas tiendas de moda. Un homenaje a un vistoso fracaso que vino a cambiar las reglas de la vestimenta masculina hace doscientos años.

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La estatua de Brummell en el centro de Londres.
 ??  ?? Stewart Granger y Elizabeth Taylor en el filme ‘Beau Brummell’.
Stewart Granger y Elizabeth Taylor en el filme ‘Beau Brummell’.

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