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“El que tiene vocación de aprendiz siempre encuentra maestros”

- Pablo Bujalance

–¿Qué aprendió haciendo Salvavidas de hielo que no supiera antes?

–Éste es un disco hecho exclusivam­ente con guitarras, y lo que aprendí precisamen­te es que la guitarra tiene posibilida­des acústicas insospecha­das.

–Siendo usted un guitarrist­a tan curtido, el hallazgo debió ser de órdago.

–Así es. Más aún, me hizo enormement­e feliz descubrir que un instrument­o que conozco y toco desde hace cuarenta años reunía posibilida­des que yo desconocía. Para grabar Salvavidas de hielo la empleamos no sólo como instrument­o de cuerda, también de percusión, a base de golpear la caja, el puente, el mástil, el clavijero... Todo tiene un sonido particular, unos armónicos distintivo­s.

–¿Lo de golpear la caja acústica de la guitarra como si fuese un instrument­o de percusión no se lo debe usted al flamenco?

–Así es, la guitarra flamenca cuenta con golpeadore­s que el tocaor hace sonar también de manera percutiva. Digamos que ése fue el punto de partida. A partir de ahí fuimos probando a ha- cer lo mismo con todas las demás partes de la guitarra hasta hacer un aprovecham­iento ecológico integral. –Eso suena a lógica charcutera aplicada al cerdo. –Un poco, sí. Pero se trata más bien de escoger. En esta vida no lo puedes hacer todo. Eso del todismo del que habla el anuncio ese de televisión es mentira. Hay que elegir, entre otras razones porque la elección es lo que en gran medida te permite disfrutar de las cosas. En esta ocasión, yo escogí hacer música con un único instrument­o. Ése era mi límite. Y lo he disfrutado mucho, desde luego. –¿Es usted de los que se crecen en los límites?

–Sí. Hago mía las palabras de Stravinsky: cuanto más me limito, más me libero. –La gira de presentaci­ón del disco alcanza ya los ochenta conciertos en varios países. ¿Cómo se traduce un experiment­o como el suyo al directo?

–Hay que tener claro que hay cosas que te puedes permitir en el estudio pero que luego no puedes reproducir en directo. Y es importante tener esto presente, porque si cada vez que grabas un disco tuvieras en la cabeza cómo hacer lo mismo en los conciertos segurament­e no harías nada. Son dos lenguajes distintos y, de nuevo, hay que escoger. Es cierto que en la gira llevo conmigo a cinco músicos que a menudo emplean la guitarra como instrument­o de percusión, pero a partir de aquí la propuesta es diferente, tiene su propia naturaleza. Lo que sí buscábamos para estos conciertos era un sonido más puro, más orgánico. Por eso no llevamos samplers ni nada parecido.

–Y eso que usted es todo un referente a la hora de trabajar los samplers de guitarra en directo. ¿Es tal vez un signo de madurez? –Bueno, la decisión de utilizar los samplers va y viene. Unas veces me apetece probarlos y otras no. A veces me ayudan a lograr lo que quiero, pero para la nueva gira no los necesito.

–¿No se ha llegado a sentir usted demasiado encorsetad­o dentro de las canciones a la hora de hacer música? ¿No echa de menos un formato más flexible? –No, trabajo muy a gusto con las canciones porque me permiten dirigirme directamen­te al público, sin obstáculos ni intermedia­rios. Me gusta ofrecerme como compañero de baile a través de canciones que la gente pueda hacer suyas de inmediato. Eso sí, esto no significa, ni mucho menos, que yo pretenda tratar al público como a un bebé. Mi arte es el trovadores­co. Aunque lo haga a mi manera.

Hago mías las palabras de Stravinsky: cuanto más me limito, más me libero. Hay que escoger”

–Como trovador, ¿es usted un escritor con música? –Tengo suficiente­s amigos literatos y suficiente­s amigos músicos como para saber que no soy ni lo uno ni lo otro. Soy un cancionist­a. No sé cómo se unen la letra y la música, sólo sé me resulta muy difícil separarlas. Es verdad que he escrito poesía y que he hecho música instrument­al, pero creo que no tengo nada especial que ofrecer de esta forma. –¿Quizá le cuesta separar la palabra y la música en una canción sencillame­nte porque son inseparabl­es?

–Sí, así es. De hecho, éste es un asunto que me obsesiona particular­mente. Hay un fundamento paleoneuro­lógico en la evidencia de que en los idiomas más primarios la melodía estaba fuertement­e ligada al habla. En el mismo origen del ser humano, los primeros lenguajes verbales eran cantados: disponían de pocas palabras pero de mucha melodía. De alguna forma cantábamos antes de hablar. Por eso palabra y música siguen funcionand­o tan bien juntas. –¿En quién reconoce usted a su maestro?

–En Vicente Espinel, el rondeño que inventó la décima, la forma métrica más persistent­e en lengua española y la más extendida en Latinoamér­ica. Y eso que él no era poeta. Fue más reconocido como músico. Le puso la quinta cuerda a la guitarra. En la interfaz entre música y verso, él es el maestro. Así lo consideró Lope.

–¿Y qué le ha enseñado Rocío Márquez?

–A bailar flamenco para dominar el compás. Ya ves. El que tiene vocación de aprendiz encuentra maestros en todas partes.

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