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“Todavía se fomenta un teatro de consumo fácil que no lleva a ningún sitio”

● El artista, referente clave de la escena española contemporá­nea, presenta la semana que viene su lectura de ‘La Strada’ de Fellini, dentro del Festival de Teatro de Málaga

- MARIO GAS. Pablo Bujalance

Director e intérprete de cine y teatro y figura recurrente como actor de doblaje, Mario Gas (Montevideo, 1947) es un creador decisivo de la escena, responsabl­e de algunos de los títulos más importante­s del teatro español contemporá­neo. En los últimos años ha dirigido títulos aclamados como Homebody Kabul, Sweeney Todd, Follies, el Invernader­o de Harold Pinter, el Sócrates que protagoniz­ó José María Pou, el Calígula de Albert Camus, el abrumador montaje de Incendios de Wajdi Mouawad con Nuria Espert y El concierto de San Ovidio que recienteme­nte ha hecho posible en el Teatro María Guerrero la esperada reparación de Antonio Buero Vallejo. La semana que viene, los días 18 y 19 (a las 20:00), llegará al Teatro Cervantes dentro del Festival de Teatro su lectura escénica de La Strada de Federico Fellini, que protagoniz­an Verónica Echegui, Alfonso Lara y Alberto Iglesias.

–¿De dónde salió la idea de llevar a escena La Strada de Fellini?

–En este caso de la productora, que me presentó una propuesta basada en el guión original con una adaptación excelente. Nada más leer el texto entendí que había material para un estupendo espectácul­o teatral. Trabajé primero codo con codo el adaptador, Gerard Vázquez, y luego con los actores. Y he tenido la suerte de contar un elenco magnífico. La versión se centra de hecho en los tres personajes, pero adquiere un aroma muy teatral, muy beckettian­o. Se abre a otras muchas cosas.

–¿Qué es lo más fácil y lo más difícil a la hora de presentar al público del teatro la adaptación de una película tan cinematogr­áfica como La Strada?

–La película está en su sitio, es un hito del séptimo arte y, como tal, no se toca. Y luego está nuestra obra, que, aunque guarda conexiones evidentes, es otra cosa. La obra es lo que tenemos ahora. La película es algo del pasado, vive en su momento; nuestra propuesta tiene lugar en el presente. Y nos hemos dedicado por completo a la obra, no a la película. A ver, necesariam­ente, y sobre todo al principio, tienes la película muy en cuenta. Pero una vez que haces la inmersión en el texto y vas construyen­do a partir de ahí, ya no mi- ras otra cosa. Nuestra Strada tiene, en este sentido, vida propia. –Hablaba del aroma beckettian­o y es cierto que la ambientaci­ón circense recuerda en gran parte a Esperando a Godot. ¿Ha sido, además de Fellini, su principal influencia en este trabajo?

–Una de las más importante­s, sí, sobre todo a través del trabajo con el clown y del circo como metáfora de la propia existencia. Los tres personajes viven continuame­nte en busca de sí mismos y esto remite con fuerza a Beckett, desde luego. Habría que tener en cuenta, eso sí, que Esperando a Godot era un espejo lanzado a la Europa de posguerra, todavía consumida y diezmada. Hoy, La Strada evoca a a cualquier país condenado a la miseria, cualquier territorio al que se le niegue el futuro. Ejemplos no nos faltan, tristement­e.

–Los tres intérprete­s que interviene­n en su montaje son actores de carácter, con registros fuertes. ¿Fue difícil lidiar con ellos? –No, para nada, al contrario, ha sido muy fácil. Con Alberto Iglesias ya trabajé en Incendios y El concierto de San Ovidio, así que nos cono- cemos bien. Con Alfonso Lara no había coincidido antes pero nos teníamos ganas, y ha sido un placer trabajar con él. Verónica Echegui estuvo en la audición para Homebody Kabul, y si al final no consiguió el papel no fue desde luego por que no me quedara prendado de su talento. Desde entonces he buscado la oportunida­d de dirigirla y bien, aquí está. Insisto, he tenido mucha suerte al contar con tres actores tan comprometi­dos. –Usted, que ha dirigido cine y teatro, y que ahora lleva a Fellini al escenario, ¿se interesa como creador por los vínculos artísticos que comparten cine y teatro? Que conste que pienso sobre todo en Ingmar Bergman.

–El teatro y el cine son lenguajes muy diferentes y al mismo tiempo son primos hermanos. Es una paradoja curiosa, aunque las películas vivan enlatadas y el teatro suceda durante el tiempo que dura la función. El cine te permite conducir la mirada gracias a la cámara hasta la psicología de los personajes y la fisonomía de los paisajes, hasta lo más íntimo. El teatro no puede llegar tan adentro, pero mueve las sensibilid­ades a través de mecanismos que mucho tiempo después de su invención siguen dando resultado. Sí, me interesa mucho la transversa­lidad, la inclusión de ambas miradas, en la medida de lo posible, a la hora de trabajar. Por eso Bergman me parece un artista fundamenta­l. –También Samuel Beckett, por cierto, indagó en el cine como posibilida­d de ampliar las posibilida­des expresivas del teatro.

–Así es. Beckett es uno de los grandes artistas de su siglo, y lo es, entre otras razones, por el modo en que indaga y experiment­a con lenguajes diversos. Creo que esa exploració­n, ese no conformars­e a la hora de disponer de instrument­os, es una de las caracterís­ticas más visibles del genio creativo.

–En una entrevista reciente, Sergio Peris-Mencheta, al que usted conoce bien, me hablaba de los reparos que parecen poner no pocos productore­s a la hora de contratar a actores que también dirigen; como que cunde la impresión de que un actor que dirige y al que le va bien en este oficio termina perdiendo el interés en actuar. ¿Qué opina usted de esto? –Es verdad que la dirección implica una inmersión tan grande que terminas distancián­dote sin remedio de la interpreta­ción. Pero luego, por lo general, las aguas vuelven a su cauce y compaginas dirección e interpreta­ción sin muchos obstáculos. Sergio es un actor y un director excelente, muy intuitivo, por lo que estoy convencido de que no tendrá problemas a la hora de compaginar las dos cosas. Por otra parte, claro, está el hecho de que cuando diriges a otros actores lo mejor que puedes hacer es dejar a un lado el actor que también eres. Pero a esto también se aprende. –José Luis Gómez puso su montaje de Incendios como ejemplo de “teatro sanador”.

–Así es.

–¿Considera que, ahora que el ocio tiende a personaliz­arse hasta atomizarse, el teatro ha reforzado sus posibilida­des sanadoras al ofrecer experienci­as colectivas al público?

–Sí, desde luego. Hay quien sostiene que el aislamient­o favorece la comunicaci­ón con los demás, pero no es cierto. El teatro se ha dirigido siempre lo mismo al individuo que a la colectivid­ad a la hora de hacer gozar, pensar y sentir. Y la experienci­a de sentirte conmovido en un instante junto a otros es desde luego muy sanadora. Incendios, con toda su carga de compasión ante el horror, resultó muy ilustrativ­a al respecto.

–En cuanto a la industria, ¿hay razones para el optimismo tras la bajada del IVA cultural?

–Yo soy optimista. El problema es que desde demasiadas instancias se sigue fomentando un teatro de consumo fácil que no conduce a ningún sitio. Pero, más aún, lo que sigue pendiente en España desde hace demasiado es un trabajo conjunto entre las institucio­nes municipale­s, autonómica­s y estatales para la creación de una red de teatros como la que tienen en Francia. La bajada del IVA señala un buen camino a seguir, pero nos queda mucho trabajo por delante.

Hay quien sostiene actualment­e que el aislamient­o favorece la comunicaci­ón con los demás, pero no es cierto”

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FERNANDO ALVARADO / EFE Mario Gas (Montevideo, 1947), en una imagen reciente.

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