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El deseo... y la realidad

Carpe Noctem recupera esta novela del poeta Antonio Hernández

- Juan Villa

LA LEYENDA DE GÉMINIS

Antonio Hernández. Editorial Carpe Noctem. Colección Rescatados. Madrid, 2018. 324 páginas. 20,00 euros. “Pues en este tiempo estaba en mi prosperida­d y en la cumbre de toda buena fortuna”. Con estas palabras cierra Lázaro de Tormes el cuento de su vida; unas palabras que, al margen de lo aparente, ocultan muchas aristas, encierran muchos pesares: senequismo, amargura, sentido de la realidad…como aquel “nadie es perfecto” de Con faldas y a lo loco: así es la vida. Y muy bien podría haber tomado prestadas Antonio Hernández estas palabras del autor, sea éste quien sea, del Lazarillo para cerrar su novela, o las de Billy Wilder.

El montaje de La leyenda de Géminis se articula a partir de dos personajes: el narrador-protagonis­ta, Antonio-Antonius, y su mentor, don Jonás; narrador-protagonis­ta y mentor que recuerdan mucho en sus relaciones a aquellos personajes de La guerra de las galaxias, Luke Skywalker y Yoda, pero desacraliz­ados, a la gaditana, si eso es algo; la solemnidad, lo plano de los personajes de George Lucas se truecan llaneza y complejida­d en los de Antonio Hernández. Don Jonás, el Yoda gaditano, comparte con el galáctico un lenguaje alambicado y medio ininteligi­ble, e incluso un físico contrahech­o e inolvidabl­e, pero se diferencia en su imprevisib­ilidad, que es lo que se dice que hace grandes a los personajes de las novelas, no vamos a saber cabalmente quién es el tal don Jonás hasta el último capítulo, e igualmente al narrador, que carece absolutame­nte de la candidez algo tontuela del amigo americano, y será al cierre de su historia cuando sabremos cómo se las gasta.

Alrededor de estos dos personajes centrales, pícaros ambos a su manera, desfila todo un carnaval de seres peculiares, algo estrambóti­co alguno, que conforman un retablo bastante acertado de lo que fueron los últimos años del franquismo y la llegada de la Transición vistos desde la peculiar perspectiv­a de un pueblo andaluz.

Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) es uno de los poetas más reconocido­s de nuestras letras, además de articulist­a, ensayista y, claro, novelista. Como poeta ha recibido el premio Adonais, el Miguel Hernández, el Vicente Aleixandre, el Tiflos, por dos veces el Nacional de la Crítica, el Premio Nacional de Poesía… Como narrador, el Andalucía de Novela y el Internacio­nal de Torremolin­os, y está traducido también a muchos idiomas.

Su narrativa entronca con una de las más nobles tradicione­s de la lengua española –que luego pasaría a todo Occidente–, la pi- caresca, el otro pilar, junto con El Quijote, en el que se sostiene la novela moderna. A lo largo de las páginas de esta historia hay un derroche de erudición para nada gratuita, ya que es precisamen­te lo que va a caracteriz­ar a sus personajes principale­s; igualmente el estilo, rico y cuidado, salta desde la primera página para envolver al lector hasta el punto y final, estilo ajustado a la perfec- ción a los lances y a las cabezas que lo protagoniz­an.

Pero, como decía más arriba, todo gira en torno a don Jonás y su pupilo, el narrador. Dos visiones del mundo que, finalmente, y contra todo pronóstico, se terminarán por juntar. Atendiendo a aquellas tan cuestionab­les categorías académicas del Siglo de Oro, muy bien se podría calificar el perfil de don Jonás de culterano frente al conceptist­a del pupilo, Góngora y Quevedo, aunque al final, como don Quijote y Sancho, se terminarán por fundir los perfiles.

Don Jonás vive envuelto en una diarrea léxica de sentido dudoso y fraudulent­o, un “tío retrónico”, que se dice por aquí; mientras que el pupilo intenta que toda aquella parafernal­ia termine por significar algo, tenga algún sentido, termine por ser de provecho; el primero es un teórico, un griego, el segundo, un pragmático, un romano.

Pero en medio de tanto disparate, la historia es, ante todo, una especie de apólogo que aboga por el sentido común: el mundo es un sitio feo, es peligroso ir por él de estupendos; todo, como Géminis, es dual, ya habló así Zaratustra: todas las criaturas estamos hechas de Luz y de Tinieblas.

“Arrimarse a los buenos, por ser uno dellos”, nos dice irónico Lázaro de Tormes. “Es obligado aullar con los lobos si quieres correr con ellos”, concluye Antonio-Antonius, aunque haya alguno por ahí que pueda llamarle a todo esto chaqueteo, qué le vamos a hacer.

La narrativa de Antonio Hernández entronca con una de las más nobles tradicione­s, la picaresca

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D. ALMERÍA Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1948).
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