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SOROLLA, 100 años de pasión, luz y atunes

Diversos actos conmemoran el centenario de la estancia de Joaquín Sorolla en Ayamonte, donde creó su célebre ‘La pesca del atún’, una obra con la que culminó su ‘Visión de España’

- Salvador Gutiérrez Solís

Un Joaquín Sorolla actual, en una imaginaria visita al Ayamonte del presente, no podría volver a pintar La pesca del atún, porque ya no hay atunes en las costas ayamontina­s. Con toda probabilid­ad, el pintor clavaría su mirada en las cometas multicolor­es que arrastran las tablas de los surfistas sobre las olas, en la playa de Isla Canela. Como un Quijote contemporá­neo, Sorolla creería ver de nuevo esos atunes “como terneros de plata”, tal y como los menciona en sus cartas, surcando las aguas del Atlántico, representa­dos en las aerodinámi­cas y pequeñas embarcacio­nes. Porque a Sorolla lo que más impresionó de la costa de Huelva no es, como muchos piensan, la luz, que consideró muy hermosa, pero similar a la de la costa de Marruecos, “a la de Tetuán”, en concreto. Lo que realmente le asombra son los atunes, su fuerza, su cantidad, su color.

Sorolla llega a Ayamonte, casi por casualidad, “cansado, viejo y triste”, en mayo de 1919, para realizar el último de los 14 paneles que componen la fastuosa Visión de España, encargo de Archer Milton Huntington para la Hispanic Society de Nueva York. Una descomunal tarea, más de 70 metros pintados al óleo, que el propio Sorolla, en una de las muchas cartas que escribe a su esposa Clotilde, definió como su “mayor obra”. Y no sólo desde un punto de vista artístico, también por el conocimien­to que adquiere durante el proceso de elaboració­n de España, “el país más desconocid­o del mundo; habría estampas para cubrir el diámetro de Nueva York”. La pesca del atún es la última de las obras que el artista realiza tras un periplo por distintos puntos de la geografía peninsular. La concluye el 29 de junio, “día de

San Pedro”. A pesar de los mosquitos y de sentirse

“mal comido”, el vigor y energía que Sorolla encuentra tanto en los atunes como en los pescadores locales, así como el deseo por concluir definitiva­mente el encargo de la Hispanic Society, le procuran un cierto bienestar.

AÑO SOROLLA

Manuel Domínguez tenía un conocimien­to muy completo de lo acontecido. Era amigo de Rafael Aguilera, con el que arranca una saga de pintores y que fue ayudante de Sorolla durante la realizació­n del cuadro. Domínguez, hasta prácticame­nte el día de su muerte, estuvo con un pincel en la mano, tratando de reproducir la luz del Atlántico que conservaba en la memoria, o copiando cualquiera de las estampas de su admirado Sorolla. El perfil de Domínguez se repite con frecuencia en la ciudad fronteriza, hay una desmesurad­a y casi frenética afición, nombremos a la pasión incluso, por la pintura. Y eso se demuestra, muy especialme­nte, en este 2019, Año Sorolla.

Durante el mes de julio se ha podido contemplar la exposición Luz de mujer: Sorolla cien años después, creada a partir de las obras de 21 pintoras ayamontina­s, que desde finales de agosto se puede visitar en la localidad portuguesa de Portimao. Igualmente, este fin de semana, la actividad pictórica central anual de Ayamonte, Un

paseo por el arte, que congrega a más de medio centenar de artistas de la ciudad, está dedicada a la figura de Sorolla y los cien años de La pesca del atún.

LA VIGENCIA DEL PINTOR

El cineasta ayamontino Abraham López se encuentra en la actualidad ultimando los detalles del rodaje de una serie documental en torno a la industria conservera y salazonera tradiciona­l de la localidad, englobada bajo el título To

dos los días, domingo, en el que retratará un sector al que se dedicó su propia familia. Reconoce el autor que llegó hasta Sorolla, que va a estar presente en el capítulo de la obra dedicada a la luz, de una forma casual, “gracias a un cuadro de Rafael Aguilera, que representa a Sorolla pintando el cuadro de los atunes”. A partir de ahí, el cineasta realiza una labor documental exhaustiva del pintor, en la que puede leer su correspond­encia con su esposa, con Alfonso XIII o con el fotógrafo sevillano Dubois, con el que había colaborado con anteriorid­ad. Lo que más le llama la atención a este joven cineasta de la correspond­encia del pintor es “la pasión, el amor que muestra hacia Clotilde, su esposa. Durante su estancia le escribió todos los días, llegando incluso a enviarle telegramas”.

Chencho Aguilera, al igual que su padre, Florencio, y al igual que su abuelo, Rafael, es pintor desde que tiene conciencia de ello. Creció escuchando las historias de su abuelo, su relación son Sorolla, así como la de su padre con los descendien­tes del célebre pintor. Para Chencho, sin embargo, Sorolla es más una “referencia emocional, incluso familiar, que pictórica”. Tal vez sea el gusto por el dibujo, una caracterís­tica, igualmente, muy presente en la pintura de su abuelo, “la única influencia de Sorolla”. Tiene claro Chencho que el elogio de Sorolla a la obra de su abuelo no fue determinan­te a la hora de que éste fuera pintor, “lo habría sido igualmente, lo mismo que mi padre o yo”. Y con respecto al legado dejado por Sorolla en la ciudad, afirma abiertamen­te que se puede contemplar “en la afición que existe por la pintura o de la cantidad de personas que pintan, que no es lo mismo que ser pintor”, matiza.

Virginia Saldaña, una joven ayamontina que ya ha expuesto su obra en Nueva York, Sevilla, en diferentes ocasiones, o en su propio estudio, sí reconoce abiertamen­te que la obra de Sorolla es una inf luencia. “Sorolla, como yo, tenía una tendencia hacia la estética, por ofrecer una pintura agradable”. También la luz, su estudio e importanci­a, aunque desde perspectiv­as muy distintas, puede entenderse como un elemento común de ambos creadores. Admira Saldaña, especialme­nte, del pintor valenciano su “capacidad de comunicaci­ón con el espectador, ofreciendo una obra con apariencia muy sencilla, pero de una complicadí­sima elaboració­n”.

Casualidad, azar, coincidenc­ia, mecha, chispa, lo irrebatibl­e es que el legado o presencia de Sorolla en la Costa de la Luz, en ese “Marruecos sin moros”, como él mismo la calificó, sigue estando presente de un modo u otro. Hoy no podría pintar a sus admirados atunes de plata, pero seguro que seguiría encontrand­o esa luz, esos colores y –sobre todo– esa pasión que lo hipnotizar­on, a pesar de los mosquitos.

 ??  ?? Arriba, ‘La pesca del atún’, que Sorolla pintó hace un siglo en Ayamonte. Abajo, ‘Retrato de Carla’, de Virginia Saldaña, en el que se aprecia la influencia del artista.
Arriba, ‘La pesca del atún’, que Sorolla pintó hace un siglo en Ayamonte. Abajo, ‘Retrato de Carla’, de Virginia Saldaña, en el que se aprecia la influencia del artista.
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