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Un hito en el Pacífico, “el lago español”

● Testimonio­s de los primeros navegantes de la ruta de Acapulco a Manila

- Alfredo Valenzuela (Efe) SEVILLA

Cuando se conmemora la primera circunnave­gación del orbe a cargo de Magallanes y Elcano, el académico Juan Gil, catedrátic­o de Filología Latina de la Universida­d de Sevilla y miembro de la RAE, ha editado una selección de textos de Navegantes olvidados por el Pacífico Norte que dejan constancia de la otra gran hazaña marítima del XVI: ir desde Acapulco a Manila y volver.

Legazpi. El Tornaviaje es el título que Gil ha elegido para esta selección de testimonio­s de los navegantes que lograron establecer una ruta estable entre Filipinas y México, convirtién­dose en el precedente del denominado Galeón de Manila que efectuó regularmen­te esa ruta hasta principios del siglo XIX, cuando el tránsito de los barcos españoles era tan habitual que el Pacífico era conocido como “el lago español”.

La Biblioteca Castro ha reunido estos textos en un volumen que supera el medio millar de páginas junto a un ensayo de Juan Gil que dan cuenta no sólo de la peripecia marítima sino también de los descubrimi­entos geográfico­s y de una aventura humana marcada por las penalidade­s, privacione­s y enfermedad­es, además de la rivalidade­s como las protagoniz­adas entre vascos y andaluces.

“La dificultad del tornaviaje desde Manila a Acapulco radicaba en que las corrientes y los monzones hacían el regreso a la Nueva España prácticame­nte inviable”, explica Gil, que recuerda que fue Felipe II quien decidió retomar tras varios intentos frustrados. El emperador encargó esta misión al fraile agustino Andrés de Urdaneta, veterano del Pacífico y gran cosmógrafo que exigió que el capitán general de la expedición fuese Miguel López de Legazpi, militar y entonces tesorero de la Casa de la Moneda de México.

La expedición salió del puerto mexicano de La Navidad el 21 de noviembre de 1564 y avistó tierras filipinas el 14 de febrero de 1565. Ya sólo quedaba por delante el regreso a la Nueva España y el 1 de junio de 1565 partió de Cebú la nao San Pedro abastecida de comida para ocho o nueve meses con 200 hombres a bordo, entre ellos diez soldados y dos frailes: Urdaneta y fray Andrés de Aguirre. “La tripulació­n estaba rendida. Apenas había 18 hombres que pudiesen trabajar. Habían muerto 16 tripulante­s, entre ellos el maestre y el piloto mayor, y los demás estaban enfermos”, detalla Gil.

Entre los Navegantes olvidados por el Pacífico norte, Gil menciona a Alonso de Arellano y a Lope Martín, capitán y piloto del barco de tipo patache San Lucas y protagonis­tas de lo que el latinista y académico denomina “la última sorpresa”, ya que este barco formaba parte de la armada de Legazpi que salió rumbo a Filipinas y que sufrió un motín y se dio por perdida, no obstante lo cual regresó al puerto de La Navidad dos meses antes que la nave de Urdaneta.

A partir de 1565, una vez hallado y confirmado el camino de regreso o tornaviaje, se estableció una ruta regular para el comercio de seda, porcelana, algodón, alfombras y especias, entre otras. Aquella ruta empleaba unos cinco meses para cubrir la distancia entre Acapulco y Manila no cesó hasta 1815.

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