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“Con España, se performa el mundo en todas sus aristas”

- Pilar Vera

–¿Por qué surge ahora Morgan Scott?

–El seudónimo es casi una cuestión de marketing: cuando presenté Los hijos del sol a mi editorial (Penguin), me dijeron que no estaban acostumbra­dos a sacar en un mismo año dos novelas de un único autor, así que la solución era firmar con otro nombre. Los Morgan eran siempre los piratas malos de mi infancia, y me encantaban.

– Los hijos del sol, que novela la conquista de Cortés, llega justo en la polémica de dos visiones sobre el hecho: la de Elvira Roca y la de Villacañas. –Mientras los anglosajon­es en sus libros han elevado la conquista de México al rango de epopeya, aquí hemos sufrido una especie de buenismo para que nadie se vaya a molestar, y la hemos dejado en un plano de indiferenc­ia. Por eso he considerad­o fundamenta­l que la conquista de México se narre desde la perspectiv­a de un azteca, Ocelotl, que cuenta cómo fue para ellos la llegada de “los hijos del Sol”. Llegaban en barcos inmensos, con los morrones plateados, a lomos de unas bestias incomprens­ibles, que tenían en las manos unas espadas que brillaban como rayos... eran dioses. –Fue una suerte que coincidier­an con su mitología. –Es novedoso cómo los confunden con dioses. Sobre todo a Alvarado, que era muy rubio, al que considerab­an especial. Coincidier­on dos utopías, las suyas y la nuestras: las Islas de San Barandán, las Siete Ciudades del Oro. Los conquistad­ores tuvieron, además, la suerte de dar con un gobierno, el azteca, que era especialme­nte cruel y tenía subyugados y humillados a un montón de pueblos. Fue necesaria una gran coalición de tribus para que 500 personas vencieran a millones. Cortés no es un cuidador de cerdos, como Pizarro, ha pasado por Salamanca: tenía una visión mucho más estratégic­a de las cosas. –Qué han hecho por nosotros los romanos...

–A la presencia española hay que darle su dimensión a la hora de fundar el gran Estado y nación de México. Los españoles fundaron la universida­d y la primera imprenta de América, ciudades como San Agustín, desecaron los pantanos... Llegan los españoles y había casi ocho millones de amerindios. La tipología principal ahora mismo en Iberoaméri­ca es la mestiza: se crea una nueva raza de 400 millones de personas. Desde luego, no hubo un genocidio tan brutal como el que se dio en América del Norte. Darwin o Humboldt decían que no habían visto tanta prosperida­d en todas las ciudades del Nuevo Continente como en México. No fuimos a colonizar, sino a civilizar.

–Hombre, no era por altruismo. El Imperio Español necesitaba quien sirviera en los campos, quien sirviera en las minas. –Todo encuentro entre civilizaci­ones es violento, y la muerte en tropel era lo que se llevaba. Pero, dentro de todo lo malo que pudimos aportar, demostramo­s ser mucho más inteligent­es que los anglosajon­es. Necesitába­mos a los indios para trabajar, sí: pero las Leyes de Indias prohibían la esclavitud, y se cumplían. En Nuevo México y Nueva España existía el concepto de la Paz de Mercado; la famosa globalizac­ión comercial la empezamos nosotros con el Galeón de Manila, que era un mastodonte, descubrien­do por el camino la corriente del Pacífico... –Este año es el V centenario de la I circunnave­gación.

–Hay que asumir que, en la época de los grandes descubrimi­entos, alguien tendría que haber llegado a dar la vuelta al mundo en algún momento, pero eso no quita mérito a la aventura. Creo que el Estado español ha llegado tarde y mal a estas conmemorac­iones. Parece que detrás de ella estuvo Portugal, cuando la gesta fue española: fue financiada por España. Seamos consecuent­es y démonos importanci­a. Con España, se performa el mundo en todos sus aspectos. Estados Unidos reconoce que, por ejemplo, sin la ayuda de Bernardo de Gálvez, ja

más hubieran sido independie­ntes.

–Digamos que está más a favor de desmontar la leyenda negra.

–Es que muchos de los tópicos de la leyenda negra no son verdad, y para descubrirl­o no hay más que asomarse a las grandes obras de la historia. Lo que hicieron los anglosajon­es no tiene nombre. Cortés, sin embargo, siempre le dio su sitio a Moctezuma. Los indígenas acusaban a los españoles de ser excesivame­nte codiciosos del oro. Y sí, lo eran. Pero también cambiaron los sacrificio­s humanos (veinte o treinta mil jóvenes) por el derecho romano, que es uno de los elementos claves de la civilizaci­ón, y por una religión más compasiva, que llegó, además, de manos de los franciscan­os.

–¿Qué hay de cierto en ese episodio mítico de la quema de naves?

–Pues parece que Hernán Cortés las quemó porque estaban hechas polvo. No hay mucho más misterio.

Parece que, para no molestar a nadie, hayamos condenado la conquista de México a la indiferenc­ia”

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JESÚS MAESO

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